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martes, 25 de marzo de 2008

Enfermos de miedo

Desconozco si será algo común entre quienes comienzan a escribir en prensa o aparecen en medios de comunicación que la mayoría de los consejos que reciben de personas cercanas se centren en torno a la necesidad de “tener cuidado o precaución con aquello que dice o escribe”. Haber vivido la experiencia me ha llevado a reflexionar sobre el asunto.
Tras analizar el hecho, considero que el problema se sustenta en que conformamos una sociedad con un importante y hasta preocupante grado patológico de miedo y cobardía. Pareciera que hay que medir todo aquello que se quiere decir, por temor a ofender. “!Se prudente!” o “¿cómo dijiste eso?”, suelen ser expresiones usadas por quienes nos quieren aconsejar. No nos acostumbrados a escuchar las cosas directamente y de frente y pareciera que hay que pedir permiso para todo, algo que comúnmente se observa en la forma de comenzar ciertas propuestas o exposiciones. Por otra parte, un importante número de palabras de las que aparecen en el diccionario, tampoco está bien utilizarlas, porque son “malas palabras”. ¿Para qué están incluidas en el diccionario, si no para emplearlas en las ocasiones que lo ameriten?. Sin embargo, nos da cierta vergüenza y preocupación oírlas, mucho menos emplearlas.
Seguimos en manos de quienes deciden secuestrar, tomar fincas, legislar de más, chulearnos desde la cárcel, censurar películas, apoyar la ley seca o, sencillamente, no respetar las filas. Esos “poderosos” se creen con el derecho de marcar una ruta, provocar el silencio y conducir nuestras vidas. Lo peor es que sacrificamos nuestra libertad al otorgarles crédito. Dejamos que su “poder” viole nuestros derechos, entre ellos, el de decir lo que nos venga en gana, siempre que no se ofenda, se ultraje o se violen derechos de los demás. Una cosa es no decir las cosas con corrección y otra, decirlas directamente y con el grado de sinceridad y fuerza necesarios.
Hay que hacerse el propósito de no pedir permiso a nadie nunca más, sea político influyente, marero, poderoso hombre de negocios, líder local, religioso, sindicalista, experto, miembro de la comunidad internacional o cualquier otro personaje de ese clan “de selectos” que considera que el mundo les pertenece y que el resto de la ciudadanía tiene que respirar a su orden o no puede decir más de lo que “debe”, so pena de ser “molestados”.
Muchos, quisieran cambiar ese panorama pero para ello hay, primero, que creer en la libertad del ser humano y, después, no tener más miedo, mucho menos pánico y, nunca, terror, que son los tres pilares en los que se sustenta el abusador y sobre los que se ensombrece el ser humano débil y mediocre.¿Quién dijo que la libertad era gratis?. La libertad, como la ética, comienza por uno mismo. No es necesario esperar a que los demás quieran sumarse al club, hay que comenzar de forma individual y, cuando antes, mucho mejor. Tenemos la responsabilidad de dejarles a nuestros hijos un mundo mejor, más libre, más sensato, más directo, menos hipócrita y donde puedan vivir de pie. Tan negativo es la acción delictiva, como el silencio cómplice. Podemos seguir callados, humillados, censurados o coaccionados. ¿Prudencia?, bueno yo le denomino cobardía, cada cual puede esconderse detrás de lo que quiera. Gracias a quienes me aconsejan, a las personas cercanas por su preocupación y a aquellos que me quieren cuidar, por sus desvelos. No obstante, les quiero decir que soy libre, absolutamente libre y cada día lucho por la libertad con mayor fuerza y pasión. ¿Se puede decir de otra forma?. Por supuesto que sí, pero creo que no más claro.

martes, 18 de marzo de 2008

Inteligencia gratuita

El pasado conflicto entre Colombia, Ecuador y Venezuela (de shute), dejó entrever una serie de acontecimientos que no deben pasar desapercibidos, por la repercusión trascendental que pueden llegar a tener para Centroamérica y, especialmente, para Guatemala.
De entrada, ha quedado claro quién mueve los hilos de la discordia: don Hugo. Si primeramente el presidente Correa, al ser telefoneado por Uribe, no se inmutó y, más tarde, reaccionó como un trastornado que no paraba de insultar a su homólogo, no menos atención merece Daniel Ortega que retiró a su embajador en Colombia de manera súbita y, súbitamente también, lo devolvió a las veinticuatro horas. Esos sí que son, de verdad, cachorros del imperio. Del venezolano, por supuesto.
También, el golpista tuvo su salida del guacal con esa imagen autoritaria frente a las cámaras, al ordenar a su ministro de defensa el envío de un importante número de batallones a la frontera colombiana, para, pocas horas después, mandarlos de regreso. Se ve que los exabruptos y las salidas de tono, son la tónica general de los bolivarianos “enchaveztados”. Siguen ese dicho de que el que grita no es el que más razón tiene, pero suele ser a quien más se oye.
Estabilizada la crisis, nos damos cuenta de varias cosas. La primera, es la tibieza, por no llamarla falta de bemoles, de los presidentes y presidentas de Latinoamérica, que no fueron capaces de condenar el terrorismo, ni el uso del territorio de un estado para agredir a otro, algo que figura en ciertos tratados regionales y en algunas resoluciones de Naciones Unidas. La segunda, qué personaje mueve los hilos de todos estos disparates y, la tercera y muy importante, es la presencia de mexicanos en el campamento guerrillero atacado en territorio del Ecuador.
En un lenguaje políticamente correcto, han sido encasillados como estudiantes universitarios que estaban haciendo sus “prácticas” sobre el terreno. Eso, no solo es creer que el mundo es idiota, sino decirlo en la cara. ¿Acaso no hay lugares para que los estudiantes mexicanos realicen sus prácticas de carrera en su país o las hagan en sitios menos comprometidos?. Lo peor es que, por el sur, el FMLN de El Salvador puede ganar las próximas elecciones, por cierto, con acusación de ayuda de parte del chavismo y, por el norte, el zapatismo pareciera que anda entrenando nuevos retoños en la guerrilla colombiana. ¡Nos volvieron a joder!. Quedaremos, en el mediano plazo, al igual que Honduras, encerrados por dos movimientos pro chavistas, no tenemos una clara política que condene contundentemente esas corrientes, nuestro vice ya visitó Cuba y ahora está negociando el ingreso al Petrocaribe y, la guinda: hace tiempo se publicó en prensa el nombre de los posible embajadores nacionales en Nicaragua, Venezuela y Ecuador y resulta que están afiliados a la ANN con quien parece que simpatiza algún alto cargo de la SAE (ahora SIE) que pudieran ser el eslabón de cierre de este culebrón venezolano.
Es de esperar que la nueva estructura de inteligencia esté en condiciones de generar cierto tipo de alertas tempranas y hacer ver a nuestras autoridades que la suavidad en las declaraciones y no definir con claridad determinados acontecimientos, puede llegar a reproducir el mismo virus dentro de casa.
Ahí queda la sugerencia para los estrategas, pensadores, securitizadores y todos aquellos que comenzarán a vivir en torno al Sistema Nacional de Seguridad. ¡Denle duro muchá, que trabajo no faltará!.

martes, 11 de marzo de 2008

Una nueva clase social

Algunos diputados oficialistas se reunieron recientemente con el presidente para reclamarle sobre la posibilidad de que el gobierno contrate a quienes ellos propongan: a nuestra gente, según sus palabras. Esta forma tan peculiar de ver y hacer política, por cierto algo no exclusivo de este gobierno, ha dado lugar a una nueva clase social: mi gente.
La clase mi gente no pertenece al estrato de ricos o pobres, de empresarios o parias, nada que ver. Es una clase moderna e inclusiva, cualquiera puede pertenecer a ella, con tal de que se acerque a nuestras insignes autoridades y les pida un huesecillo, bien sea a través de algún contrato del Estado o, sencillamente, con un puesto en la administración pública, bien pagado ¡cómo no!: son mi gente. Tampoco es necesario ser licenciado o graduado en nada, ni siquiera estar estudiando. El colectivo mi gente requiere, únicamente, de un servilismo a prueba de cualquier otro más rentable. Ojo, sí es necesario alabar la simpatía extrema del diputado o reír las gracias del señor alcalde, para después, con nocturnidad o incluso absoluto descaro, quedarse con el botín o simplemente poner la mano donde recibir las prebendas que pueden otorgárseles.
Mi gente, está siempre lista para ocupar no importa que puesto, lugar o trabajo, incluso si es fantasma. No es necesario que haya un espacio concreto: se crea para ellos. Deben ser, de preferencia, parientes, amigos, consortes o incluso amantes. Algunos cumplirán una función determinada y, otros u otras, estarán listos para, desde debajo de la mesa o en hoteluchos baratos, satisfacer las apetencias, de esos “hombres poderosos”. ¡Muchás!, eso es mi gente.
Y no se extrañen, así debe de ser. Ellos (y ellas) “sufrieron” mucho durante el proceso electoral, apoyaron a quienes ahora ocupan altos cargos públicos y hasta financiaron la campaña política, lo que, necesariamente, conduce a una reversión de la inversión, eso sí, con el plus porcentual del interés desmedido, en función del tiempo de la misma. Mi gente, son leales, serviles, mansos, incluso viles y rastreros, pero, sobre todo, hacen cuanto se les propone y “únicamente” piden algún millonario contratillo o un puestecillo bien pagado, de esos que siempre sobran en la administración y no se sabe cómo llenarlo. Mi gente no falla. Están a la hora que haga falta y donde se les cite. Se conforman con una comidilla liviana, tipo de las nuevas del Congreso, y apenas solicitan una gorrita y camiseta con el eslogan de la manifestación o relajo a organizar. Son fieles a las consignas del partido, guardan el necesario secreto para pasar desapercibidos y ni siquiera Mario Taracena los encuentra en las listas que fiscalizó tras denunciar plazas fantasmas. Así es mi gente. Hombres y mujeres que luchan por las ideas del partido, aunque el partido no tenga ninguna idea. Apoyan cualquier iniciativa de ley, a pesar de no saber leer ni escribir y, sobre todo, siguen ciegamente a nuestros insignes “lideres”.
Mi gente, es el presente y el futuro del país. Lo único malo es que mi gente, no es tu gente. Y cuando llegue otro, mandara el carajo a tu gente, para poner a la suya. Gente, también, con idénticas características. Es más, algunos, hasta son los mismos, porque mi gente, ya se ha convertido en una clase social capaz de medrar no importa en qué ambiente. ¡Ole, ole, con mi gente!, se podría aclamar al inicio de todos los eventos del partido o acto público que se precie. Esto va dedicado a quienes me leen: ¡coño, a mi gente!, ¿o es que yo voy a ser menos?.

martes, 4 de marzo de 2008

!Qué pena!, la pena de muerte

No soy partidario de la pena de muerte, ni creo, en absoluto, que dicho castigo pueda servir para casi nada. Es más, estoy convencido que únicamente sirve para alterar los ánimos de quienes creen en ella y aquellos otros que no creemos.
Es posible que el primer error haya sido hablar del “derecho a la vida”. Sencillamente, la vida no es un derecho, es la plataforma sobre la que se construyen aquellos. Condición sine qua non para que existan. Los muertos, no tienen derechos. Por tanto, la vida no puede ser incluida en el paquete de los derechos del ser humano, sino que es el valor supremo sobre el que se construyen los mismos.
Desde Ortega y Gasset, quien dibuja este pensamiento, pasando por Ayn Rand, quien termina afirmando que la vida es la fuente de todos los valores y, si uno valora la vida humana, no puede valorar a quienes la destruyen, muchos autores han tratado el tema desde distintas perspectivas: moral, religiosa, penal y como simple estadística. Los argumentos son encontrados, no puede ser de otra forma. Muchas razones amparan a quienes piensan que es una solución, sobre todo al focalizarse en el país en que vivimos, si bien, también otras: inseguridad jurídica, procesos con alta probabilidad de error, investigaciones deficientes y casos manipulados, aconsejan lo contrario. Solo esto último, ya parece suficiente para desechar la muerte como opción.
Sin embargo, un Estado de Derecho es aquel que está conformado, entre otras cosas, por un marco de leyes generales y abstractas que deben ser cumplidas, por todos. No podemos dejar excepciones a consideración ni del gobernante ni de grupos de interés o de presión. Vivimos en un país donde, guste o no (es mi caso), la ley contempla la pena de muerte y, por tanto, esta debe cumplirse, a pesar del razonamiento inicial. ¿Qué hacer, a partir de este aparente contrasentido?. No creo tener la respuesta, pero puedo aportar alguna reflexión. El objetivo final del “sistema de justicia” que compartimos, es la seguridad de que se producirá el cumplimiento de la pena a la que fue condenado el reo. Con esa certeza, es presumible que se acallen muchas de las voces que optan por acabar con la vida de algunos condenados, por muy brutal que haya sido la conducta de aquellos. Es necesario configurar un sistema de justicia que, comenzando por lo último (el cumplimiento de la pena), vaya, progresivamente, ajustando y mejorando todo el proceso. El ciudadano percibirá que, efectivamente, la justicia se produce y, consecuentemente, atenderá otras razones.Supone, también, un error achacar la aceptación o rechazo de esta forma de eliminación humana, a la derecha o a la izquierda. Nada que ver con la ideología política. Es más bien un tema de principios, valores y creencias, además de contar con el adecuado entorno que actúe con la suficiente confianza. Sin embargo, nuestros gobernantes juegan entre una aceptación prematura del ejercicio del derecho de gracia y un rechazo a lo que otros no ven bien. Seguimos más preocupados por lo que desean o sirve a los demás que en aplicar la propia lógica e idiosincrasia nacional. Para gobernar es necesario tener las cosas claras, no ampararse ni en lo que diga la internacional socialista ni en juramentos hipocráticos. Si no se sabe, no se quiere o no se puede, el ya fallecido rey Balduino de los belgas, dio un ejemplo histórico de qué hacer. Algo habitual: el sistema hace aguas.