La
paz sólo se obtiene cuando es posible imponerla (Gourmont)
El ex presidente Uribe -o quien gestione su cuenta de
Twitter- expresó no hace mucho -a través de esa red social- lo siguiente: “Miren lo que está
sufriendo Guatemala por una Paz mal hecha”.
Sustancialmente tiene razón. Al margen de declaraciones más o menos incisivas en
el proceso electoral colombiano, el fondo del asunto no era tanto quien sería
el presidente -disputado por cierto- sino cómo usaría el poder para negociar la
paz. Los terroristas, narcos, agitadores y otros delincuentes, han comprendido
que haciendo mucha bulla -o asesinando a mucha gente- es más fácil imponer o negociar
condiciones ventajosas. El cansancio del conflicto -producto en parte del terrorismo-
permea la mente del ciudadano noble y facilita pactar cualquier cosa, aunque
esté fuera de la ley.
Sobran ejemplos al respecto: las negociaciones con el IRA
y la ETA, los secuestros aéreos en la década de los ochenta o las posturas de
Israel o USA frente a situaciones en Palestina o Irak/Afganistán, además de la firma
de la “paz” guatemalteca. En unas, prevaleció el Derecho y simplemente no hubo acuerdos
porque la parte negociadora fue reconocida como delincuente. En otras, el
gobierno decidió facilitar las cosas y se negoció todo aquello que se pudo, con
consecuencias que Uribe deja entrever en su tuitero
mensaje. La ETA fue liquidada por la contundencia e inflexibilidad del gobierno
de Aznar, ¡por cierto!, algunos cercanos a ellos, promueven en Guatemala
bochinches por Huehuetenango; los secuestros aéreos o los asaltos a embajadas
por la decisión firme de los gobiernos de no ceder ante ninguno. Sin embargo,
la flexibilidad en determinadas negociaciones, especialmente en países
latinoamericanos, ha generado más violencia y problemas en el medio y largo
plazo. Ahí está el caso argentino, donde se juzga a militares de la dictadura y
se obvia prepotentemente a los terroristas de la época, con beneplácito del gobierno
kirchnerista naturalmente. O los sucesos nacionales, donde determinadas
organizaciones “indigeno-campesina” al mando de los habituales del conflicto
interno (¿Nobel incluida?) y los “independentistas mayas” asesorados y hasta subvencionados
por independentistas, tienen revolucionado el país o lo paralizan a su antojo.
Colombia no debe incurrir en errores que otros cometieron por desconocimiento,
dejadez, protagonismo personal o falta de capacidad negociadora. Tiene razón
Uribe al temer que una mala negociación termine creando en Colombia zonas autónomas
que coinciden con las regiones donde narcoterroristas de las FARC han hecho
santuarios en los que predomina la ley del crimen organizado. Santos, por su
parte, pareciera comer ansias por lograr lo que no ha conseguido ningún
presidente anterior: cerrar un capítulo oscuro de la historia colombiana. Sin
embargo, el precio será elevado en el futuro, aunque en aquel porvenir ya le habrán
concedido algún Nobel o premios varios, y otros pagarán las consecuencias. Exactamente
igual que ocurre aquí.
El único precio de la paz es el cumplimiento de la ley
¡No hay otro! Cuando la politiquería y el personalismo se interpone a la razón
y a la norma, cualquier cosa es posible, pero hay que aclarar que muchos
terminaran pagando las consecuencias. Los crímenes, asaltos y delitos se han
multiplicado por cien. Parte puede ser culpa de cuestiones emergentes, pero
muchos de situaciones falsamente cerradas que permiten negociar, pactar o tener
como interlocutor a cualquier criminal. Por cierto, deberían verificar en
Colombia cuantos de estos expertos ex guerrilleros o ideológicos chapines están
asesoran a las FARC, ahí cerrarían el circulo que Uribe dejó acertadamente entrever.