La proyección de imagen-país es sencillamente lamentable y repercutirá en la inversión
Cuando las normas morales que rigen la conducta no están alineadas con principios que buscan el bien, el actuar correcto y la honestidad, surge la laxitud. La conciencia laxa, como forma de conducirse, se caracteriza por poca reflexión en el obrar, falta de escrúpulo en el cumplimiento de los deberes, lo relajado en el proceder y la ausencia de responsabilidad. En decir: la manga ancha.
La semana pasada sucedieron hechos que invitan a reflexionar sobre el tema. El caso Odebrecht y cómo los políticos, aliados con una empresa de construcción, se sucedían para reclamar comisiones y continuar defraudando; la detención del expresidente del Congreso Arístides Crespo por plazas fantasmas; los onerosos gastos presidenciales que incluyen finas viandas, masajes, pastillas de menta, zapatillas, joyas o bebidas caras; una peculiar red de cobro de comisiones para agilizar el pago del crédito fiscal a empresas, en la que están señalados exsuperintendentes de administración tributaria, el vicepresidenciable de la UNE, Mario Leal, y el diputado Alejos vicepresidente primero del Congreso, y finalmente, la detención del exministro de la Defensa Nacional señalado de asignar graciablemente Q50,000 mensuales al presidente de la República. Un sistema de corruptos y corruptores en el que no se sabe quien inició el ciclo de perversión ¡Vaya panorama vergonzoso!
La proyección de la imagen país es sencillamente lamentable y repercute en la percepción de quienes deseen invertir en el país porque con casos como los expuestos, nadie querrá entrar en cualquiera de los sucios juegos descritos, salvo delincuentes y entonces los resultados serán peores. Cambiar todo esto -y más por salir- pasa por aceptar que estamos muy mal y que hay que limpiar de barro la acción pública -la política- y especialmente a quienes están ahí para satisfacer compromisos y delinquir abiertamente.
Nos resistimos a aceptar sin embargo que los autores no son los únicos responsables. La reflexión ha estado generalmente ausente en las elecciones y en la voluntad por cambiar las cosas, y parte de la ciudadanía es culpable, por acción u omisión. Esos delincuentes llegaron al poder porque fueron elegidos con el poco conocimiento que se tenía de ellos, pero también con nula exigencia de transparencia a su gestión o incluso llevados por la emoción o los regalos que repartían, cuando no con la esperanza de lograr un puesto en la administración. No nos engañemos ni exculpemos: somos corresponsables de la situación y sin asumir ese extremo y hacer la catarsis correspondiente, nada va a cambiar.
No se trata de que la acción punitiva de la justicia limpie el sistema; nunca lo lograría. Más bien es preciso que cada quien se mire al espejo y reflexiones seriamente sobre qué debe hacer para que el buen actuar, en todos sus actos, sea el norte de conducta. Los diputados, políticos, empresarios, abogados, catedráticos o alumnos son reflejo de la sociedad y la dinámica social resultante es aquella aceptada como “normal”, aunque externamente se vea más producto de una conciencia laxa que de una moral correcta.
Falta más razón en el actuar y menos fricción emocional, además de un sensible cambio de actitud. Mientras siga pasándose el semáforo en rojo, hurte lápices en el trabajo para llevarlos a casa, saque el carné de conducir mediante pago y no con examen o compre turno en las filas para conciertos o renovar pasaporte, no habrá dado un giro a su conducta y seguiremos con la deficiencia ética y estructural que nos ha llevado a la anomia que padecemos.
¡Mírese al espejo y no voltee la cara a otro lado!