lunes, 24 de abril de 2023

Apocalipsis electoral

Dicen que el poder -y todavía estamos en la antesala del mismo- revela la verdadera esencial del ser humano, y estas elecciones parecen confirmar la regla

El proceso electoral que vivimos -o padecemos, no está clara la cosa- revela el grado de estupidez, sinrazón, populismo y degradación al que llegamos. Tenemos una mala democracia -que es un hecho- pero el ciudadano muestra poco espíritu democrático, lo que representa un problema. Es imposible construir un sistema republicano sobre la base del autoritarismo y la feroz defensa de ideas particulares más que del interés colectivo y valores éticos. Lejos de avanzar, se advierte un deterioro progresivo del espíritu participativo y conciliador, y el resurgir de la mejor versión dictatorial de cada uno.

Dicen que el poder -y todavía estamos en la antesala del mismo- revela la verdadera esencial del ser humano, y estas elecciones parecen confirmar la regla. Hay candidatos -imitadores de Bukele- que han mostrado el cobre del que están hechos. Uno grita, amenaza y despotrica sistemáticamente contra todo, mientras representa intereses de farmacéuticas sudamericanas que lo sostienen, y a las que seguramente debe de responder. Otro, se muestra incapaz de contestar preguntas que lo alteran y molestan, y acude a la descalificación despótica con quienes le inquieren ¿Qué no harían si gobernaran? Alguno más, sin presentar la papelería exigida para ser inscrito, se victimiza y presenta una falsa realidad del porqué no pueden participar, escondiendo al ciudadano las verdaderas razones de su exclusión. Las hay que callan y siguen su camino, sin inmutarse, como si la campaña no fuera con ellas, más allá de alimentar un debate verdulero sobre si tenía razón la del machete o la pistolera, mientras las huestes -contratadas y pagadas- resuelven a golpes el “debate político-electoral”. Entre tanto, redes, medios y personas replican falsos mensajes, en un intento por generar opinión publicada a favor del amigo, el sistema o la ideología que promueven ¡Qué vergüenza! 

Por su parte, las izquierdas, se siguen quejándose -lo que hacen de maravilla- del poco gasto para la campaña, y sustentan que eso es parte de su fracaso, porque no son conocidos ni llegan a la masa de votantes. Silencian que la URNG lleva 25 años como partido fracasado, y menos, pero con igual falta de aceptación social, WINAQ, SEMILLA y ahora VOS, “el de los renacidos”. Simplemente el ciudadano no ve opciones en esas propuestas porque advierte la versión “Sistema 2.0”, y más vale malo conocido que bueno por conocer. Dejan pasar los desastres del equipo que inscribió a la planilla municipal de los primeros, o quizá ocultan la verdadera estrategia: hacer ruido y gritar fraude, a lo que otros se sumarán a sabiendas de que no tendrán votos para figurar en la foto del fracaso, pero así conseguirán algo de atención. De CODECA se ha dicho casi todo, y es mejor ignorar a quienes justifican hurtos, desestabilizan y desean subvertir el orden en pro de un mundo exterminador comunista, a pesar del fracaso histórico que supuso. 

Y como es habitual, el irresponsable votante se dedica a pedir a gringos y europeos que vengan a solucionar el problema del que él mismo huye o se esconde. Eso sí, que la intervención sea “la que a mí me gusta”, vaya a ser que ocurra como en el 54 -y sucesivas- que no fueron del agrado de muchos. Por último, grupitos ruidosos, asociados con ONGs nacionales e internacionales, se pasean por el escenario electoral diciendo quienes deben participar y qué y cómo hay que hacer para que todo se ajuste “a parámetros internacionales”, mientras pasan factura del viaje, el alojamiento y los viáticos a quienes financian tales mamarrachadas.

¿Y así queremos salir del atolladero? Pues bien, sigamos, que el batacazo no hay quien nos lo quite.


lunes, 17 de abril de 2023

Derecha e izquierda, valores y principios

La respuesta a ese desmadre no la vamos a encontrar en la ideología, sino, en general, en la ausencia de principios y valores éticos


La pugna ideológica, más intensa en periodo electoral, es una realidad y anima una necesaria discusión. Derechas e izquierdas presentan programas económicos, sociales o de infraestructura, desde ángulos diferentes: estatista o no, con capital público, privado o mixto, con énfasis social o individual, etc. Sin embargo, no entendemos que cuando falta un eje transversal de educación en principios y valores, debatir sobre cuestiones ideológicas es un distractor periférico que no llega al meollo del asunto. 

En esta sociedad poco educada en principios éticos, no tiene sentido la discusión ideológica, y no sirve para nada. Las “derechas” y las “izquierdas” son lo mismo. La desnutrición infantil les importa un carajo, al menos en el ejercicio práctico de la política -el discurso es diferente-, la educación pública -o el nefasto sistema educativo- tampoco les perturba mucho, y no digamos el cambio de normas subjetivas por otras objetivas y generales. 

No son diferentes, son iguales de racistas, excluyentes, clasistas y mediocres, y se ve mejor con los ejemplos de El Salvador, Nicaragua y Honduras, donde han gobernado izquierdas y derechas, con idéntico resultado: corrupción, autoritarismo, violencia y robo de recursos públicos. Aquí, como “las izquierdas no han gobernado”, pareciera que es un tema exclusivo de “derechas”, aunque olvidamos que hay alcaldes de todo el espectro político y, con alguna excepción, los problemas son idénticos. Además, la UNE es socialdemócrata -aunque muchos lo callan para seguir con la narrativa- y ha ostentado el poder nacional, y el local por 15 años.

La respuesta a ese desmadre no la vamos a encontrar en la ideología, sino, en general, en la ausencia de principios y valores éticos. Cuando un país gusta de recomendaciones y no de la meritocracia, de incluir a parientes en listados de beneficiados políticos, se utilizan los recursos del Estado en favor propio para financiar privilegios, se prometen las mismas sandeces, se comprometen económicamente con deuda pública a futuras generaciones o no se manifiesta un solo día en la calle por miles de asesinatos o violaciones, resulta que el panqueque es el mismo, aunque le pongamos mermelada o miel.

Nos hemos deshumanizado e invisibilizado al ser humano. No se presta atención a la persona, sino a integrantes de grupos de presión/poder cercanos a la ideología de interés. No se legisla para individuos, sino para colectivos: tercera edad, LGTBQ+, niños, mujeres, indígenas, trabajadores, etc., y en la medida que atomizamos al ser humano generamos grupúsculos que conforma entes sociales inestables, competitivos entre sí y con interacciones en las que predomina un juego de suma cero asociado al presupuesto y a la función pública: o tuyo o mío.

Para conformar una sociedad exitosa hay que establecer sólidas bases de respeto y rectitud ética, y eso no ocurre desde la ideología que es un estadio posterior. Hay que comenzar por hablar de que todos los seres humanos somos iguales, sin privilegios, cuotas o beneficios; hay que respetar la fila; acceder a los puestos por méritos no por amiguismo; no dejar tirado el carro en la calle ni reservar lugares para otros; no matar, robar, disparar ni amenazar; apoyar leyes generales y no particulares o interpretativas; cultivar eso que se llama honestidad; no acosar o violar ni consentir que nadie muera de hambre, entre otras muchas cosas.

Perdón, pero nos mal educamos en ser chispudos, pillos y vivos, así que hablar de ideología es una pérdida de tiempo que solo pueden permitirse quienes han superado la fase previa de respeto al otro, y cultivado la civilidad. Seguimos anclados en la prehistoria política mientras nos damos ínfulas de modernos ¡Qué penoso!


lunes, 10 de abril de 2023

Hijos de …, y otros especímenes

Pareciera -y muchos votantes lo aceptan- que los apellidos paternos validan ciertos perfiles, al margen de la capacidad del individuo

El proceso electoral en marcha está repleto de candidatos “hijos de…”. Teóricamente, la revolución liberal separó lo político de lo familiar (Jaime, 2000), y estableció una distancia entre lo político, propio del ámbito público, y lo familiar y personal parte de lo privado. Sin embargo vemos en las papeletas a Zury Ríos, Bernardo Arévalo, Roberto Arzú (ahora su hijo como 3ª generación), las Torres, los Baldizón, los Morales (Jimmy), los Rivera, los Blanco (hijo de Orlando Blanco), los Cabrera (vástago del vicepresidente Cabrera), entre otras muchas dinastías chapinas. 

Y quienes no tiene hijos, o todavía son pequeños, incluyen sin pudor en los listados a sus hermanas, padres, yernos, cuñadas, primos o asesores. Normalmente La familia se extiende verticalmente en el tiempo por lazos sanguíneos y lateralmente por lazos sanguíneos y matrimoniales (Balmori, 1994), pero aquí se ha estirado a concubinas, novios, queridos, parejas con derechos, amantes, bellezas esculpidas con fondos públicos y especímenes similares ¡Qué más da! Y no sea incauto ni se deje engañar, no lo hacen por Guatemala, por el desarrollo, por “nuestra gente” ni por razones similares, sino única y exclusivamente por ellos mismos, por su ego, por caraduras, y porque no han entendido que los hijos no deberían ser una prolongación en el tiempo para resolver frustraciones, reivindicar éxitos, o suplir carencias de los padres, sino personas propias y no extensión de sus progenitores.

La política nacional se ha convertido en una especie de mancebía en donde lo inimaginable tiene cabida, y pasamos de los matrimonios estratégicos del medioevo a élites endogámicas, una especie de ecosistema político-cultural por reproducción incestuosa. Mientras en las empresas privadas es tendencia dejar a un lado la inmediata sucesión familiar y sustituirla por la capacidad de gestión de alguien externo, en lo público ocurre lo contrario. El principio de Peter se ignora y la falta de formación y de méritos para ocupar puestos en la administración, crea la obligación de buscar trabajo a familiares, amigos, colegas o mancebos (normalmente inútiles o no competitivos) en una sociedad en la que lo estatal es un botín sindical o político que perpetúa plazas, privilegios y depredadores.

Tal y como evidencia la publicidad electoral, somos caso de estudio para las teorías propuestas por Carl Gustav Jung y Freud sobre los complejos de Electra y de Edipo, marcadamente peligrosos cuando se trasladan a la gestión pública. Infancias inmaduras, adolescencias perdidas o adultez por definirse, pero con alto grado de frustración y dependencia emocional de sus progenitores, de los que no rompen -más bien reconstruyen- el cordón umbilical. Padres e hijos se encadenan en el tiempo, y se conforma una traumática oligarquía política con profusa presencia de parientes -inútiles o inexpertos la mayoría- en puesto de elección popular.

Pareciera -y muchos votantes lo aceptan- que los apellidos paternos validan ciertos perfiles, al margen de la capacidad del individuo quien a veces ni siquiera aparece en la coreografía o la narrativa del discurso electoral. Demasiados de esos familiares carecen de experiencia en gestión pública o no han trabajado en su vida en algo productivo, y cuando lo han hecho han sido mediocres, poco exitosos o fracasados, de ahí su salto a la política. Con ese paupérrimo curriculo pretenden ocupar altos puestos de gobierno, luego no nos quejemos de que las leyes son un desastre, el debate un griterío de burdel y no de parlamento o sus acciones estén alejadas de principios y valores éticos que seguramente nunca conocieron y menos practicaron.

Ese es el panorama electoral 2023 sobre el que tiene la responsabilidad y el poder de decidir. Ignoro si lo había advertido.

lunes, 3 de abril de 2023

El rol del ciudadano demócrata

En todos los países hay analfabetas, manipulados, irresponsables o ausentes del sistema que votan sin consecuencias directas para ellos

La democracia se basa en la toma de decisiones por mayoría, pero sin vulnerar los derechos de las minorías, aspecto que suele olvidarse al reflexionar sobre el concepto. De tal cuenta, cuando una sociedad debe de elegir autoridades, refrendar ciertas iniciativas o seleccionar alternativas sobre cuestiones de interés general, se convoca una consulta o referéndum y la ciudadanía vota.

Al menos dos cuestiones son de interés en relación con el voto: el valor y la trascendencia del mismo. Respecto del primero, es incuestionable que todos tiene el mismo valor -salvo que cambiemos el modelo- porque no importa la calidad de la persona que deposita el papel en la urna. El votante puede tener mayor o menor capacidad de comprender lo que hace, al igual que diferente intención, responsabilidad, libertad, etc., pero el modelo social adoptado es uniforme e igual. En lo que concierne a lo segundo -la importancia- el ciudadano no siempre es consciente de que su voto realmente elige -o selecciona si lo desea- entre las opciones que le presentan. Salvo un fraude -que los ha habido- el conteo de los votos, que suele ser ampliamente supervisado, determina el ganador.

Por lo tanto hay principios sobre los que reflexionar, y muy seriamente. Si una mayoría no delega el poder ciudadano a través del voto, el ganador no se proclama. Si aceptamos que tenemos una democracia igualitaria, porque así previamente lo determinamos, no podemos quejarnos del voto no informado de otros. Si el sistema es clientelar y hace que los votantes se adapten complacientemente -porque reciben prebendas del candidato- hay que prestar atención y crítica al ciudadano acomodado y no exclusivamente al político. Si los votos valen lo mismo, deberíamos exigir que la responsabilidad también fuese idéntica y no exculpar de ella a determinados grupos por razones diversas. Si no vota, otros decidirán por usted, por lo que la abstención fortalece el valor del voto de quienes participan. Si hace uso de todas las opciones, incluido el voto nulo, estará dentro de la normativa vigente que, aunque sea mala, es la herramientas con la que se puede colaborar pacíficamente al cambio, y a construir el futuro.

No es de recibo justificar la inacción sobre la base de postulados que no pueden modificarse, porque se minaría la esencia de la democracia liberal. En todos los países hay analfabetas, manipulados, irresponsables o ausentes del sistema que votan sin consecuencias directas para ellos, pero no es factible un cambio al respecto sin romper el principio de igualdad. Es debatible, sin embargo, el valor del voto en el extranjero, especialmente de quienes no pagan impuestos en el país o residen permanentemente o por más de un determinado tiempo en otro. Igualmente es discutible que quienes están voluntariamente fuera de la formalidad económica deban ser sujetos de los mismos derechos -toda vez que eluden responsabilidades- respecto de quienes participan plenamente, aunque poco más que eso.

Hay muy poca educación en responsabilidad ciudadana y civilidad, pero especialmente en asumir las consecuencias de las decisiones que cada quien toma libre y voluntariamente. Nos acostumbramos al asistencialismo estatal y a sobrevalorar la capacidad de los políticos para que decidan por nosotros.

Cuando es electo un narcotraficante, un criminal, un delincuente, un corrupto o un imbécil -de esos hay más- no es culpa de ellos, sino del elector. No hay que mirar la oferta política, sino mirarse a un espejo y preguntarse: ¿por qué elegimos a ese personaje?, ¿qué clase de sociedad conformamos? Las malas decisiones políticas no nos hacen víctimas, sino victimarios.

¡Vamos, que hace falta más autocrítica madura y menos lloriqueo infantil!