Hay que eliminar dos cosas: el temor de un mal futuro y el recuerdo de un mal pasado, pero para ello se requiere vivir el presente con esperanza de cambios concretos
La nueva administración gubernamental ha puesto sobre la mesa la cantidad de marrullerías que tradicionalmente cometen los políticos mientras ostentan el poder que ciudadanos, no siempre responsables, les otorgan con sus votos. Quizá el ministerio que más ha evidenciado el problema haya sido el de Comunicaciones: obras sin construir, enormes deudas de arrastre y pagos anticipados por trabajos no realizados. En Salud detuvieron a trabajadores que sustraían medicinas y posteriormente las vendían en un mercado paralelo, lo que nos impulsa a preguntarnos sobre la certeza de tratamientos que se aplican a pacientes con graves enfermedades o quizá utilizan placebos. Del resto de ministerios no hay muchas noticias, aunque todos dicen haber encontrado irregularidades, especialmente en inexistentes personas contratadas o en amigos del poder. En esto último, por cierto, hay que reconocer que este gobierno ha hecho lo propio y tambien se ha dedicado a entregar puestos y favorecer con contratos a quienes bien les sirvieron o son familias de militantes ¡Tampoco nos engañemos!
Para presumir de ser un gobierno de transparencia, falta informar sobre lo que está ocurriendo en Educación, el ministerio más cerrado en información, especialmente después del desastre que fue la gestión anterior, las condiciones tanto de la alimentación escolar como del seguro médico y, muy especialmente, las negociaciones secretas que se llevan con los sindicatos magisteriales, liderados por el chantajista oficial. Preocupa que ocurra lo que tradicionalmente ha venido sucediendo, y la falta de información al momento parece indicar que las cosas pueden avanzar en esa dirección.
Tres meses después de la toma de posesión, seguimos subidos al trampolín esperando saltar “de un momento a otro”. Falta un programa activo de gobierno que diga qué se pretende hacer en los próximos meses porque ya es sabido el diagnóstico sobre lo encontrado y las críticas a gestiones pasadas. Se echa en falta la proactividad, la visión de lo que hay que hacer para avanzar y no seguir parados en una especie de contemplación de lo mal que nos fue, lo que por otra parte es cierto y genera desasosiego, especialmente si falta un horizonte claro que impida pensar que puede ocurrir lo mismo. Alguien dijo que hay que eliminar dos cosas: el temor de un mal futuro y el recuerdo de un mal pasado, pero para ello se requiere vivir el presente con esperanza de cambios concretos y no con recreaciones pretéritas en espera de planes por hacer.
Para liderar se requieren, al menos, dos cosas fundamentales: tener poder y voluntad. El poder entregado en las urnas es muy débil en el Legislativo, pero claramente mayoritario en el Ejecutivo, por lo que desde ahí, y con las dificultades propias, se pueden hacer cosas. La voluntad requiere carácter y claridad de ideas y en eso puede que estemos un tanto deficitarios. Hasta ahora una supuesta conciliación pareciera ser la ruta que ha tomado el gobierno, y eso lo sitúa en desventaja respecto a la percepción ciudadana de que se están haciendo cosas, y lo expone a que el cansancio se vaya acumulando y provoque la baja de popularidad y la confianza.
Los golpes de efectos en política son necesario porque la mayoría de las personas únicamente perciben la sensación, y no profundizan en el impacto real de la acción. Aquí seguimos faltos de esas decisiones que hagan exclamar aquello de ¡por fin se hizo algo!, y da la impresión de qué seguiremos creando expectativas.
El tiempo es el peor enemigo del político, porque se acaba, y lo que no se haga ahora será difícil hacerlo después.