martes, 3 de junio de 2008

De bolos, balas y bolas

Leíamos hace unos días que el Legislativo ha adquirido un alcoholímetro para los “empleados” del Congreso. No sabemos si lo hizo por Guatecompras, en pro de la transparencia, o fue de urgencia nacional, para incidir contundentemente en el número de beodos.
La operación, coincidentemente, se hizo después de la onomástica de aquel diputado que paralizó el Congreso a mediodía para comenzar a festejar su piñata. Digo yo que ¡saber qué pasó! para que poco después se comprara el dichoso artefacto. Está más claro ahora por qué se contaban en las votaciones mas manos alzadas que diputados había presentes o no se ponía en marcha el voto electrónico. Y es que acertar con el dedo índice en un botón diminuto tiene su punto de equilibrio.
Seguro que algunos legisladores probos y aplicados presentarán una iniciativa de ley que regule el uso del ingenio. Es muy probable que veamos un articulado que contemple cuándo y cómo deben de soplar los “empleados”. Se podría redactar así: Se hace acreedor a soplar por la canícula del alcoholímetro todo aquel individuo que tenga acentuado el color rojo en sus mejillas y, además, luzca un peinado desajustado o peluquín descolocado en el momento de ingresar al edificio; o, también: Si el trabajador no puede pronunciar correctamente la letra “erre” y lleva la bragueta desabrochada, es motivo suficiente para que se le practique la prueba. En el caso de las mujeres se aconseja poner atención en la conjunción de la pintura facial o la de ojos.
La idea es que los bolillos puedan ser cachados antes de que contaminen el ambiente de tan notoria institución. Además, yo propondría que aquel que chupe cusha se le sancione doblemente y con dureza, pero por cholero. Un Congreso que encarga la comida en restaurantes gourmet y toma café del bueno, no puede permitirse ese tipo de ignominias con la bebida.
Se podría extender, incluso, la obligatoriedad del uso de tan revolucionario artilugio al Ejecutivo. Ahí la cosa va peor. Recordemos que ya hubo un viceministro que no llegó a tomar posesión porque estaba bolo el día en cuestión y otros que salen fuera y la goma les hace olvidar la hora de la reunión.
No sé muy bien quien se dedica a la adquisición de esos inusuales utensilios. Aconsejo la inmediata compra, ahora sí, con carácter de urgencia nacional, de algunos detectores de humo, para evidenciar fumadas como esta que no se dan todos los días.
Somos un país único, distinto, diferente. Estamos experimentando la CICIG, para decirle al mundo que la soberanía no sirve para nada y, ahora, experimentaremos el alcoholímetro para extraer lecciones, esta vez, de soberana estupidez. ¡La gran!, como nos perfeccionamos.
Comenzamos, por aquel magistrado de la Corte Suprema que se resiste a marcharse, a pesar de haber cumplido la edad reglamentaria y más, poniendo en evidencia la nulidad del sistema. Seguimos, por contratar en el Ejecutivo a amigos, parientes y otros personajes cercanos como esposa y cuñada. Finalmente, el Legislativo se dedica a compra un alcoholímetro para ver quien llega abombado al trabajo. ¿De verdad creen ustedes que nos pueden tomar en serio en el exterior?. ¡Vamos por el rumbo correcto!, bueno, si el camino es al circo o a la banana republic, efectivamente, ¡qué bien vamos!.

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