Hay muchas características no deseables en un político. La peor es la mentira, de la que ya se habló suficiente en el último año especialmente al analizar los supuestos planes de la UNE, sobre todo los relativos a la seguridad. Otra, es acudir a la teoría de la conspiración. Es decir, ver micos apareándose donde no los hay, para esconder cualquier desastre o desaguisado y ocultar la realidad, pretendiendo llevar a los oyentes a un lugar imaginario donde el complot, las escuchas telefónicas y otras elucubraciones similares le distraigan del principal problema. Una tercera, es la irritabilidad que saca de las casillas a quien la genera y le provoca desvarío. El mal humor y el sin sentido, además de la falta de educación tienden a ser la tónica dominante en ese estado. La pasada semana hemos asistido a la graduación, con honores, en las dos últimas de alguno de nuestros distinguidos políticos.
Nada de esto es nuevo y está en el “programa de estudios” de “insignes” líderes de otras partes del continente, como Chávez, Evo Morales o Rafael Correa, además del maestro Castro, que cuando no tienen nada mejor que hacer y meten la pata, cosa habitual, acuden al discurso sostenido de qué sufren una conspiración. Dicen que los quieren matar, USA los quiere invadir o la oligarquía hacerse con el poder. Cualquier majadería es buena, porque de lo que se trata es de ocultar una realidad que, de lo contrario, se evidenciaría
Me viene a la mente aquellas obras del Siglo de Oro español, donde el marido despechado se dedica a ir retando a quienes dudan de la honestidad y del honor de su dama, mientras ella pone y quita, decide, sanciona y gasta y hace todo lo que considera útil para sus fines y propósitos. De vez en cuando, en actos públicos de piedad, con cierto tufo de farsa, ponen cara de gato de Shrek y culpan a periodistas o a los de siempre y se refugian en el gastado discurso de los pobres y desposeídos, es decir, los colectivos que manejan y engordan porque es el natural caldo de cultivo de esa politiquería.
Todavía hay gobernantes que hablan de democracia, sin entender el significado del término. Para ellos, democracia es hacer lo que les da la gana, argumentado que fueron elegidos (nunca dicen por cuantos) y condenando a los demás cuando no les gustan las críticas. No terminan de entender lo que realmente son: gestores políticos al servicio de los ciudadanos, quienes tienen el derecho y la obligación de hacer las críticas que consideren pertinentes en orden a mejorar lo que hacen o a evidenciar lo que deshacen. Pareciera que es necesario recordarles con frecuencia quien les paga el salario mensual que reciben.
Los dictadores ya se acabaron, aunque El Señor Presidente de MA. Asturias sigue demasiado presente todavía, en la mente de algunos que, llegando al poder, se erigen sobre un púlpito que pareciera que les absuelve de pecados y del ejercicio responsable de la política.
Hay que poner a los políticos en su sitio, donde les corresponde. Señalemos los abusos y a quienes los permiten. En todo desaguisado, adulterio incluido, siempre hay un último en enterarse y aceptar las cosas como son. ¡Y esto, solo es el primer año!, ese que quieren dejar sin crítica con la escusa de la conspiración y la consecuente irritación. No se crispe, sea feliz, lea a Chesterton: El hombre que fue jueves, es mucho más divertido y menos ulceroso.
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