¡Se llama contumacia, a la persistencia en el error!, gritaba un viejo profesor ante la insistencia de algunos alumnos tercos que utilizaban, una y otra vez, el mismo equivocado argumento. Continuar con el actual modelo policial es exactamente eso: contumacia.
Los Acuerdos de Paz generaron una importante desinstitucionalizacion de la inteligencia y de la seguridad y hoy sufrimos las consecuencias de aquellos improvisados y atrevidos experimentos. Casi de un día para otro, se sustituyeron instituciones por organizaciones disfuncionales, sin otro fin que destruir el modelo existente por inservible (argumento válido), pero no contemplaron el necesario cambio progresivo y no resentido como alternativa. Prefirieron la rapidez y crearon entes nuevos de los que algunos inexpertos principiantes se convirtieron en destacados asesores. Diseñaron programas de estudios, editaron con sus ONG,s manuales para impartir clases en la Academia de Policía, promovieron inútiles estudios de largo plazo y sus audaces consejos fueron machaconamente transmitidos por los medios de comunicación, lo que les permitió cobrar grandes sumas de dinero.
Hoy, solo los insensatos defienden el modelo torpe, corrupto e ineficiente de una PNC viciada desde su origen, porque fue creada precipitadamente y a imagen y semejanza de quienes viven de todo este entramado de la ayuda internacional y de los apoyos externos. Sin embargo, nadie se quiere hacer cargo del desaguisado que organizaron. Ahí están los folletos que publicaron, las hemerotecas y las páginas webs que todavía contienen “grandes ideas” para conformar una policía “moderna y democrática”.
Promovieron un Cuerpo donde la corrupción es la meta y la delincuencia la forma de ir escalando puestos, arrasando con lo que se presente. Para muestra, un botón de dos operaciones antidroga. La primera al registrar una bodega y la más cercana al incautar un camión. En ambas, se perdió droga en cantidades que no se puede precisar. También en las dos, no trascendió quién era el propietario de la bodega o el dueño del camión, entre otros personajes anónimos. En una y otra ocasión se destituyeron mandos y, a bombo y platillo, que es la forma en que el gobierno anuncia sus torpezas, se cambiaron comisarios, y otros “importantes cargos”. Esta última vez el presidente dijo que había dado la orden de destituir al director de la PNC, sin reparar que fue él quien autorizó y permitió su designación a pesar de las advertencias del pasado dudoso de aquel. Siempre la culpa es de otros y aquí nadie asume la necedad perpetuada de prorrogar un inútil modelo y de no contar con una política pública de seguridad.
En democracia nadie es culpable de los miles de asesinados cada año ni de las decenas de miles de delitos que se cometen. La democracia ha sido el mejor instrumento que pueden emplear los políticos inútiles, y otros vividores, para envolver toda esa miseria que proyectan a los demás y que ellos terminan por ignorar cuando no permitir.
Más de doce años después de la firma de la denominada paz, contamos con índices desmedidos de inseguridad y con un modelo policial absolutamente inoperante. No obstante, el objetivo de gobernantes y de algunas organizaciones de la sociedad civil no es arreglar el problema, más bien vivir de él mientras se pueda y echar la culpa a los demás, al fin de cuentas es lo que saben hacer y han venido perfeccionando toda su vida. Son contumaces y, además, un tanto improductivos e incapaces, pero como los muertos los ponen otros, no hay prisa. ¡Para mañana, cambio de comisarios y a discutir como arreglamos ese inservible modelo, pero con inteligencia, muchá, con inteligencia, como siempre lo hacemos!, dirá alguno.
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