Llegamos a un aniversario más de la firma de los acuerdos de paz. Es posible que se vuelvan a levantar voces en torno al no cumplimiento de los mismos, especialmente contra el Ejército, que a fin de cuentas es la piñata más cómoda para apalear con ese discurso. Sin embargo, hay que dejar claro que ha sido la única institución que ha cumplido cabalmente la mayoría de los compromisos, con excepción de la cesión del Decam al Ministerio de Gobernación, más por ineficiencia, incapacidad o falta de voluntad de este último que por otra cosa. Algunos, llegado este punto, se rasgarán las vestiduras, pero repasen el correspondiente acuerdo para ver que no queda mucho por hacer. Lo que no se cumplió obedece a que se hizo una consulta popular y el resultado que se perseguía, modificar algunos artículos constitucionales, no se logró. Por tanto, no es posible nombrar un ministro de la Defensa Civil o cambiar las misiones constitucionales, entre otras cosas.
Hay, sin embargo, otros aspectos de interés que es preciso resaltar. Uno es el reconocimiento a la institución por cumplir y hasta firmar públicamente la finalización de algunos de esos compromisos, como fue la reducción de efectivos en un 33 por ciento. Otro, haber adaptado su presupuesto, no ya al 0.66 por ciento del PIB, sino a la mitad, lo que no permite, como estaba previsto, llevar a cabo la modernización. Muchos querrán encontrar esa cifra en los acuerdos, pero es posible que nunca lo hagan. Es producto de un cálculo minucioso, tomando las cantidades que figuran en uno de los anexos donde, por cierto, hay otras condiciones del pacto. La tasa del 0.66 por ciento se fija con la premisa de que el crecimiento económico será sostenido y mínimo del 6 por ciento anual, lo que significa que en 2009 el presupuesto del Ejército debería no haber sido menor de Q2.149.9 millones, y para 2010 estaría en torno a los Q2.277.9 millones. Parece un buen momento para aclarar ciertos puntos que voces interesadas nunca terminan ni de explicar ni, como he comprobado en ocasiones, de entender, aunque los manejan con soltura a su capricho y discrecionalidad.
La realidad es que un sector significativo de la sociedad vive de hacer críticas continuas a ciertas instituciones, y de esa forma generan donaciones y fondos que sustentan inútiles estudios y propuestas reiterativas mientras la crítica prosiga. Otra parte sigue con la cantaleta ideológica y, en los estertores de sus agónicos postulados, cocean como pueden a los que saben no se defenderán porque apolítico y no deliberante es su papel. Y, finalmente, algunos más prefieren un país sin militares porque es la forma de que la anarquía termine por implantarse y así puedan reinar en sus respectivos feudos. ¿Para qué si no la reducción del 50 por ciento en 2004?
Quieren ser líderes sin capacidad de liderazgo y no les gusta la competencia de un grupo de personas uniformadas: “la envidia es aquella pasión que ve con maligna ojeriza la superioridad de quienes realmente merecen toda la superioridad que ostentan” (A. Smith). ¡Claro que hay elementos innobles en la institución!, ¿y dónde no?, pero eso no le resta el valor como colectivo ni el ejemplo que han dado. Encerremos la demagogia en el baúl y expresemos las cosas como son. No es necesario que la historia cuente lo que fue cuando ya nada tiene arreglo. Si no están conformes, miren el porqué de sus diferencias y verán odio visceral, forma de vivir o, sencillamente, incapacidad de generar más discursos que los confrontativos. La verdad, guste o no, solo es una.
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