Esperanza, como muchas otras mujeres de cualquier lugar del mundo, es una heroína anónima. Si llega a conocerla, habla con ella un rato o comparte un vino -de preferencia español- de esos que gusta saborear de vez en cuando, es posible que no perciba de inmediato toda una centenaria historia. Madre de muchos hijos, ¡como Dios manda! o mandaba hace años, fue profesora de piano hasta que la edad y otras circunstancias determinaron que era momento de retirarse, aunque sigue siendo lectora infatigable de clásicos: Shakespeare, Dostoyevsky, Cervantes y otros más contemporáneos como Cela o Pérez de Antón que revitalizan la mente, alegran el espíritu y reconfortan el ánimo. Tampoco escapa a su interés la prensa y diversos semanarios en un afán por estar al día y continuar aprendiendo. Incluso su espíritu esencialmente juvenil, le anima a recortar y coleccionar fotos de Brad Pitt o de G. Cloney ¿Quién se atrevió a ponerle límites a la mocedad?.
Diríase que sonríe reservadamente, pero con el tiempo ha sido capaz de delinear una distinguida y aristócrata sonrisa a quienes la visitan y especialmente a sus nietos, bisnietos y tataranietos, porque Esperanza que es menuda y proyecta inmensa ternura, cumplirá 101 años. Ha visto morir a más de la mitad de sus hijos y sobrellevado estoicamente funerales y plegarias por quienes un día parió y le tatuaron el alma para siempre. No hizo la naturaleza a una madre para ver morir a sus hijos; mucho menos para sobreponerse a la muerte de tantos. Uno, asesinado por Navidad en la puerta de su casa.
Esperanza es agradecida con todo; duerme en su catre sin aspirar a cama king; come frugal y disciplinadamente a la hora que su costumbre, edad y salud reclaman; viste sin presunción; ejercita continuamente su mente con lecturas en español, francés o inglés, donde la Biblia está presente; de seguro reza y posiblemente llore en horas que nadie está despierto para verla u oírla. Siempre tiene la palabra amable y adecuada para cada uno, el gesto preciso para conectarse con su interlocutor y la claridad mental para saber quién es y preguntarle por el trabajo o la familia. Me cuesta aún entender como procesa las 24 horas de cada día y combina tal cantidad de experiencias, recuerdos, penas, sueños, temores e incluso planes de futuro. Toda una enciclopedia de vida, no siempre sabrosa, que se debe entremezclar entre mente y corazón y que provocará diferentes estados de ánimo aunque sean imperceptibles para los demás que constantemente ven en ella un espíritu radiante y optimista además de enérgico y vivaz.
No comparto con Esperanza todo lo que quisiera, culpa de la distancia, del tiempo, del trabajo y de otros factores que yo creo que ella tiene superados, mientras los demás seguimos padeciendo por controlarlos, a pesar de ser ellos realmente quienes nos dominan. Recuerdo con enorme satisfacción y asombro el discurso que hizo durante un homenaje a su persona en la USAC, un día internacional de la mujer. Me sorprendió, como a muchos de los asistentes, la capacidad y habilidad de situar las génesis de la discriminación femenina en las ¨doce tribus de Israel¨.
Esperanza, a fin de cuentas, nos da esperanza a cuantos vivimos en este país y tenemos el enorme placer de conocerla. Constata que se puede vivir plenamente una vida a pesar de los sinsabores porque, en definitiva, las satisfacciones acumuladas son mayores y más gratificantes.
Por cierto, no lo había dicho y creo que es muy conveniente: Esperanza es mi abuelita, a la que todos respetamos y adoramos.
Bueno, el artículo desde sus inicios, cuando lo empezaste a escribir me encantó, y verlo publicado me gusta mucho más.. Ahora solo falta que nos cuentes que opina la abuelita!
ResponderEliminarAh y.. Esperanza seguro que también da esperanza fuera de las fronteras de su país!
Bueno, el artículo desde sus inicios, cuando lo empezaste a escribir me encantó, y verlo publicado me gusta mucho más.. Ahora solo falta que nos cuentes que opina la abuelita!
ResponderEliminarAh y.. Esperanza seguro que también da esperanza fuera de las fronteras de su país!
Beatriz Trujillo
Que humano señor! es de gran respeto y admiración lo que lo mueve a escribir tan lindo relato, me inspira...yo tuve una vez una abuelita con la crecí y con quien vivi sus últimos dias y la herencia que me dejó es latente, recuerdos de cocina calientita y abrigo en aquellas tardes de frio, que bueno que Esperanza tenga un ser tan consiente de su naturaleza, esta columna es un regalo paratodos los que hemos amado a una abuelita. Fernando Hernández
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