…, y no sabían a qué acudir: o a castigar el atrevimiento de las muchachas, o darles premio por el gusto que recibían de ver a don Quijote de aquella suerte.
Próximamente recibirá el premio “Miguel Ángel Asturias” el escritor Francisco Pérez de Antón. No es momento de echar leña al fuego, sobre todo en periodo electoral con alto grado populista, pero si de decir cosas que algunos callaron por cobardía y otros por “quedar bien” que es la versión pobre del miedo. Paco Pérez es uno de los mejores escritores del país en este momento. No sólo tiene una vasta producción literaria, sino que toda ella es de altísima calidad. Pero en un país extremadamente nacionalista -donde la Fiesta de la Hispanidad continúa denominándose “de la raza”-, hay críticos que parecen no contar con el filtro adecuado para ver la talla del escritor y de su obra y se centran en la periferia de su procedencia. Paco no es un nacional completo, pero la involuntaria castración es impuesta por una constitución que separa a las personas en dos grupos: de origen y nacionalizados y él, nacido en otro sitio, no podrá nunca pertenecer al primero, a pesar de vivir casi 50 años como guatemalteco. Los (as) pobres de espíritu centraron su atención en el detallito de la procedencia del escritor y vertieron cualquier clase de sandeces en ciertos medios de comunicación aprovechando espacios de opinión. La envidia los (as) enanizo al extremo de dejarse llevar por la bilis en vez de por la razón, algo imperdonable, aunque mínimamente disculpable, conociendo la idiosincrasia del país.
La ciudadanía está muy por encima de la nacionalidad que nos ancla de por vida al territorio donde fuimos paridos o al de procedencia de nuestros padres. La primera, mucho más amplia, moderna, visionaría y globalizada, nos sitúa -guardando la confidencialidad del porqué- allá donde el libre espíritu de cada cual se asienta. El ciudadano, frente al nacional, es libre, autónomo, feliz de haber elegido el lugar, desligado, emancipado del yugo administrativo, soberano… Rinde cuentas únicamente a sí mismo, a su trabajo, a su familia y a quien
libremente desea. Si además es un ciudadano voluntario e impulsado por el amor, cuenta con un plus de excelencia que lo hace trascender muy por encima de tergiversadores anclados a la tierra que dicen amar, pero que cierran -física o mentalmente- otras influencias. Pareciera
que algunos (as) no han entendido todavía que ni el nacionalismo rancio ni la envidia son “virtudes” que promueven o mejoran la
convivencia entre las personas, aunque hablen de paz y armonía con frecuencia. Una elite intelectual que pregona exactamente lo que no
es capaz de observar. Nada mejor que recomendarles la lectura antoniana de “El gato en la sacristía” para que interpreten su propio retrato, su doble moral ¡Diste en el clavo don Francisco!
Los (as) críticos (as), afortunadamente, son los menos, pero “haberlo hailos”, como las meigas -chuchonas en este caso-, incluso algunos (as) muy parecidos a aquellas. No obstante, mi amigo, maestro y excelente escritor, el premio es tuyo porque te lo han concedido, que no ganado -nadie escribe para ganar premios, como dijiste-. Disfrútalo y dale vida a aquella frase, más tarde adulterada y endosada a otro escritor que tu aprecias: “Latrant et scitis estatint praetesquitantes estis”. Muera la envidia, habría clamado Millán Astray, pero como aquel faltara al evento, permíteme que la adapte a un léxico menos legionario y más fresco, propio del siglo XXI: Felicidades, ¡que cojones!
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