lunes, 30 de enero de 2012

Todopoderosa democracia

Je ne suis pour rien, je suis pour qu´on ne déraisonne (Galiani)

De tanto emplearla, la hemos prostituido. “Democracia”, una palabra que sustancialmente significa poco pero que queremos que abarque demasiado, aunque se ha quedado corta para englobar los anhelos político-sociales del ser humano. Su significado es multidimensional porque obedece a quien la pronuncia y su alcance no tiene horizonte definido porque imprecisa es su dimensión. Cualquiera la utiliza para sus propósitos sin que realmente quede claro a qué desea referirse, ni el interlocutor lo reclame. Se promueve un término chicloso, polisémico y amoldable a necesidades personales previamente determinadas que se ha terminado por degradar. Se sorprenderá al saber que la palabra democracia no aparece en muchas constituciones de América Latina y por supuesto no figura en la nuestra. En algunas, escasamente incluyen adjetivaciones como “democrático (a)” -en la mayoría no llega a una decena de referencias (dos en la guatemalteca)- aunque no falta día que alguna ocurrente declaración política contenga referencias sobre como se ansía alcanzar un buen nivel de democracia. La parte, es decir, la toma de decisiones por mayoría, ha terminado por ocupar el “reino” del todo.
Si realiza la búsqueda sustituyendo el término por el de república, observará que en la mayoría de las constituciones se acerca o rebasa a la centena de referencias (la guatemalteca, la que más). Es decir, las pretensiones nacionales se sustentan en la república como sistema de organización y gestión política y no en la democracia ¿Por qué seguimos entonces con el mismo discurso cuando deberíamos aspirar a la mejor república posible? Es la república, a fin de cuentas, la que incluye la democracia como sistema de toma de decisiones, pero también el estado de derecho, el respeto a los derechos del individuo y otros valores que conforman esa noble pretensión que se ha vulgarizado y terminado por denominar -errónea o interesadamente- “democracia”. Se habla de democracia, de participación democrática, de democracia liberal, social-democracia o cualquier otra composición similar, sin definir qué es ni mucho menos que abarca, porque difícilmente incluye más de lo ya indicado. Olvidamos hablar de república que conlleva no sólo un modelo político más amplio y perfecto que incluye aquella otra, sino que también requiere de responsabilidad y mayor participación del ciudadano. Nos conformamos con las migajas de las formas y huimos o no queremos entender la esencia del fondo, quizá porque requiere implicarse y conforma un marco mucho reducido para maniobras políticas interesadas. A fin de cuentas, la “democracia” nos ha servido para presumir -o inventar- la “democracia islámica”, hablar de “democracia cubana” o terminar por aceptar que en Venezuela o en Nicaragua, también hay “democracia”. La estupidez de Galiani ha sido aceptada por el ciudadano analfabeta que escucha y repite sin llegar al fondo del asunto y olvida luchar por un sistema republicano donde se observen parámetros muchos más estrictos que garantizarían la vida en libertad. Hemos ridiculizado los asuntos públicos y al oír “democracia” caemos fulminados por el rayo de la sinrazón para doblegarnos a las explicaciones que políticos astutos hacen de la locución que moldean a su capricho e interés y justifican en el “pueblo”.
Es preciso despertar en un momento aún propicio y comenzar a hablar de lo que las constituciones contemplan profusamente: La República, cuyos valores y principios deben ser observados y puestos en marcha. De lo contrario, seremos -y Aristóteles lo anunció- aniquilados porque cada régimen contiene el germen de su propia destrucción. La desdeñada democracia, terminará por hundirnos en la dictadura ¡Viva la República!

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