El
mayor logro de la razón es el descubrimiento de las ventajas
de la cooperación
social
El
término soberanía alimentaria refleja la voluntad del Estado de producir en el
mercado interno todos los alimentos que consumen sus habitantes, “logrando” no
depender de importaciones y subsistir con la producción nacional. Requiere tener
un ente rector que diga qué producir en función de lo que se consume, algo
imposible de determinar porque los gustos del ser humano varían según el
momento. Debe también decidir quienes generan esos recursos, puesto que nadie
asegura que espontáneamente las personas comiencen a cultivar ciertas cosas que
no saben o carecen de la capacidad para hacerlo de forma eficiente. Finalmente,
habría que evaluar el costo de la elaboración de esos bienes. Los promotores de
la soberanía alimentaria destruyen de golpe dos siglos de evolución y
experiencia en división del trabajo y cooperación social e ignoran las teorías
de la ventaja comparativa y competitiva. Planificadores centrales que no entienden
(¿o si?) principios elementales de economía y repiten el habitual mensaje
sesgado que mal construyen. Creer que un Estado puede producir todo aquello que
consumen sus habitantes y hacerlo, además, a buen precio, persuade únicamente a
frívolos o desorientados. La teoría de la ventaja comparativa establece que
cada quien se especializa en aquello que hace mejor y más eficientemente,
consiguiendo mayor calidad y mejor producto con lo que el exceso puede exportarse.
Esa es la razón por la que ingresan al país productos a menor precio de lo que
costaría fabricarlos aquí o se prefiere comprar fuera por ser más baratos y de
mejor calidad que los elaborados en el interior. La única forma de mantener la
producción interna no competitiva es con privilegios -subvenciones o elevadas
tasas a la importación- imponiendo una oferta artificial pagada por los
consumidores a quienes consecuentemente empobrecen al abonar caros artículos
que podrían obtenerse más baratos. El proyecto de Ley de Desarrollo Rural es un
remix mejorado y tropicalizado de todo lo anterior, con adicional expropiación
de tierra incluida.
La solución, racional y económica, es la
especialización productiva y que cada quien haga aquello que mejor hace. Así,
un país generará alta producción de ciertos bienes y menos o nada de otros. Lo
que produzca bien incidirá positivamente en la cantidad, en la calidad y en el
precio, pudiendo exportar a otros lugares e importar aquello que no fabrica por
razones de costo, mano de obra o aspectos como clima, situación, etc. Presentar
la soberanía alimentaria como idea de autosuficiencia supone una falacia
insostenible que conlleva más pobreza, direccionismo político-económico y una
ineficiente gestión centralizada holgadamente ensayada -y fracasada- en países
socialistas como Cuba o Corea del Norte, además del añadido desabastecimiento
de productos. El asistencialismo que genera produce dependencia, vida sumisa,
racionamiento y reducción de libertad, todo sobradamente experimentado en la
década perdida de los ochentas. El Gobierno -topado de problemas- lanzó al
ruedo la Ley de Desarrollo Rural -sabiendo que no iba a aprobarse- para
transformar la ecuación confrontativa gobierno-“campesinos”, por la de sector
privado-bochincheros, estrategia previsiblemente fracasada que proporciona un
momentáneo respiro pero que terminará revirtiéndose violentamente contra el
propio Gobierno. Los iletrados fans de esa idea -sustentada en trasnochada
ideología- no perciben el freno que representa al desarrollo, mientras otros "más
modernos", sustituyen el termino por seguridad alimentaria, misma farsa
empaquetada de forma diferente. Malos estudiantes de economía; peores lectores
de historia pero buenos y agresivos agitadores ¿Qué sentido tuvo una revolución
industrial, si quieren regresarnos a las cavernas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario