El
trabajo es el refugio de los que no tienen nada que hacer (Wilde)
Me sigue llamando la atención que se
conmemore el día mundial del trabajo no trabajando. Desde el Génesis el trabajo
se convierte en maldición necesaria para acceder a la alimentación, con aquella
sentencia de: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Es el punto de
quiebre -muy cercano a la “creación” del hombre- en el que la vida placentera
se trastoca en suplicio: “con penosos trabajos comerás de ella [de la tierra] todos
los días de tu vida”. Aquel inicio posibilitó, seguramente, otras expresiones
posteriores, como la del “tiempo libre”, referida al periodo en que una persona
no trabaja y, consecuentemente es “libre”. Pareciera presuponerse que el trabajador es esclavo de
lo que hace, razón por la que hay que contar con periodos de tiempo para hacer lo
que a cada quien le gusta.
En todos los países se llega a una
edad oficial de jubilación -derivada de júbilo- que representa el momento en que
se deja de trabajar y comienza a “disfrutar” los años que puedan quedar de
vida. En ocasiones muy pocos, para quienes, felices con lo que hacían, tienen
necesariamente -y por ley- que abandonar su trabajo y dedicarse a ver cómo
llenan el “tiempo libre”. El trabajo se visualiza y posiciona como una pena, un
castigo que hay que pagar y soportar por el hecho de ser humano, y al que hay
que abocarse para poder mantenerse. Nada más lejos de la realidad. Quien
trabaja en lo que le gusta es capaz de dedicar jornadas completas sin inmutarse
ni cansarse, y no precisamente por dinero. Muchos deportistas, por ejemplo,
practican/juegan por horas o días mientras disfrutan de lo que hacen. En todas
las profesiones hay personas felices con aquello que desempeñan y el trabajo no
es una maldición ni un suplicio, sino una actuación natural que permite realizarse
y disfrutar.
No se puede continuar lanzando el
mensaje de la maldición del trabajo. Muchos jóvenes ven el acceso al mercado
laboral como una necesidad, una condición sin la cual no se puede ingresar en
una sociedad formal, y en lugar de hacer aquello que les gusta y apetece -por
lo que seguramente se harían más rico y serían más felices y exitosos- buscan
la necesaria complacencia social, y formal. Tampoco habría que prescindir de las
personas que desean continuar con su vida laboral después de cierta edad, en
tanto les acompañen las condiciones adecuadas para desempeñar la labor que
hacen. Se desaprovecha un capital humano porque “la ley” decidió que se tiene
que marchar al cumplir la edad -arbitrariamente determinada- de retiro. Debe de
apartarse de lo que le gusta y hacerse a un lado para “disfrutar” la vejez, sin
que nadie le haya preguntado si quiere continuar con su actividad o replegarse a
un rincón de su casa en busca de qué hacer o cómo llenar ese tiempo que ahora
le sobra. La expresión -más gringa que latina- de “gracias a Dios, es viernes”,
agrega una guinda a estos comentarios.
¡Yo soy muy feliz con lo que hago! No
me agota, no me aburre ni me cansa, y el tiempo da para mucho más porque gozo
lo que hago. Quien se contraríe o crea que es castigado, medite cuál es la
razón de no hacer lo que desea. Es normal que mucho frustrado loquee en este
día o se manifieste con jolgorio por los “logros laborales” ¿Será que ese es su
trabajo. El de no hacer nada?