lunes, 18 de agosto de 2014

Fuleros y chismosos

Estudia las frases que parecen ciertas y ponlas en duda (Riesman)
La bajeza no tiene límites y supera cualquier capacidad de asombro. Ciertos personajes se han dado a la tarea de generar información falsa para sus fines espurios y fabrican o trastocan historias al estilo orweliano en la novela 1984. Crean páginas de Facebook o blogs para la ocasión y colocan relatos inventados o documentos sueltos que son comentados siempre por personajes anónimos, igual que lo es la página. El denunciante o comentarista -¡no se identifica por seguridad!- suelta cualquier cantidad de barbaridades protegido por el anonimato. Posteriormente, a través de un medio papel, televisivo o digital, toman esa “fuente” y fraguan -también anónimamente- una farsa o suscitan la denuncia. No termina ahí el proceso, falta la difusión. Regalan el pasquín impreso y algunos, sin mucho oficio, lo hacen viral en las redes, repitiendo la estupidez hasta que una nueva la sustituya. Ese método de operar se complementa con la elaboración de comentarios o frases que se incrustan en fotografías y adjudican al retratado cosas que nunca manifestó. Al final, como todo se basa en una premisa falsa, la conclusión también lo es. En esos reportajes cuenteros, de vez en cuando se cita a algún “experto” de quien no se encuentra una sola referencia en los buscadores más usuales -¡no serán tan expertos!- y es imposible identificarlo en el gremio al que dice pertenecer. El círculo se cierra y la mentira queda ordenada. No todos creen el relato, pero personajes ideológicamente afines a esos medios, ignorantes diplomados, malos lectores, torpes analistas y viscerales incorregibles -además de alguna habitual cercana a los grupos que mataban durante el conflicto- le dan crédito y generan una serie de improperios contra aquel que dicen que dijo aquello. Esto es, promueven terrorismo mediático.

¿Quiénes son los autores? Dos grupos plenamente identificados. Uno, ciertos colectivos autodenominados defensores de derechos indígenas y ancestrales que están inconformes con que se descubra cómo viven de donaciones internacionales que utilizan para darse la gran vida. Otro, integrantes de un partido político que emplea cualquier estrategia por nauseabunda y miserable que sea. Ambos aspiran a lo mismo por diferentes vías: quedarse con el país. Los menos pretenciosos circunscriben sus reclamaciones a zonas de esas que denomina “históricas”; lo más avariciosos, vienen a depredar todo lo posible para resarcirse del dinero que están invirtiendo y pagar las deudas que ya se les acumulan. Lo preocupante es que si ahora operan así, posiblemente el día que tengan una diminuta cantidad de poder se tornen más despostas y absolutistas y entonces sea muy tarde para deshacerse de ellos porque transformarán la constitución, las leyes y lo que haga falta. No es exagerado afirmar que estamos muy mal y que hay personajes y grupos civiles y políticos que desean apoderarse del país en su más vasta acepción de la palabra. No les importa cómo ni el precio y esa obsesión compulsiva se ha tornado enfermedad neurológica que es preciso reconocer, combatir y presentar para descubrir a ese tipo de especímenes inescrupulosos -y quienes les apoyan- y evidenciar sus viles intenciones. Creen que pueden intimidar, pero se equivocan una vez más. No todos tenemos miedo, somos anónimos y cobardes como ellos ni vamos a callar por más que promuevan historias falsas. Pueden continuar, pero deberán afrontar su responsabilidad penal y la perdida de la escasa credibilidad que tienen. Mienten, plagian, hacen fraude de ley y presumen de calidades morales de las que carecen, pero la ciudadanía responsablemente se deshará de ellos en las urnas.

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