Estudia las frases
que parecen ciertas y ponlas en duda (Riesman)
La bajeza no tiene límites y
supera cualquier capacidad de asombro. Ciertos personajes se han dado a la
tarea de generar información falsa para sus fines espurios y fabrican o
trastocan historias al estilo orweliano
en la novela 1984. Crean páginas de Facebook o blogs para la ocasión y colocan relatos
inventados o documentos sueltos que son comentados siempre por personajes
anónimos, igual que lo es la página. El denunciante o comentarista -¡no se
identifica por seguridad!- suelta cualquier cantidad de barbaridades protegido
por el anonimato. Posteriormente, a través de un medio papel, televisivo o
digital, toman esa “fuente” y fraguan -también anónimamente- una farsa o suscitan
la denuncia. No termina ahí el proceso, falta la difusión. Regalan el pasquín
impreso y algunos, sin mucho oficio, lo hacen viral en las redes, repitiendo la
estupidez hasta que una nueva la sustituya. Ese método de operar se complementa
con la elaboración de comentarios o frases que se incrustan en fotografías y
adjudican al retratado cosas que nunca manifestó. Al final, como todo se basa
en una premisa falsa, la conclusión también lo es. En esos reportajes
cuenteros, de vez en cuando se cita a algún “experto” de quien no se encuentra
una sola referencia en los buscadores más usuales -¡no serán tan expertos!- y es
imposible identificarlo en el gremio al que dice pertenecer. El círculo se
cierra y la mentira queda ordenada. No todos creen el relato, pero personajes ideológicamente
afines a esos medios, ignorantes diplomados, malos lectores, torpes analistas y
viscerales incorregibles -además de alguna habitual cercana a los grupos que
mataban durante el conflicto- le dan crédito y generan una serie de improperios
contra aquel que dicen que dijo aquello. Esto es, promueven terrorismo
mediático.
¿Quiénes son los autores? Dos
grupos plenamente identificados. Uno, ciertos colectivos autodenominados defensores
de derechos indígenas y ancestrales que están inconformes con que se descubra cómo
viven de donaciones internacionales que utilizan para darse la gran vida. Otro,
integrantes de un partido político que emplea cualquier estrategia por nauseabunda
y miserable que sea. Ambos aspiran a lo mismo por diferentes vías: quedarse con
el país. Los menos pretenciosos circunscriben sus reclamaciones a zonas de esas
que denomina “históricas”; lo más avariciosos, vienen a depredar todo lo
posible para resarcirse del dinero que están invirtiendo y pagar las deudas que
ya se les acumulan. Lo preocupante es que si ahora operan así, posiblemente el día
que tengan una diminuta cantidad de poder se tornen más despostas y absolutistas
y entonces sea muy tarde para deshacerse de ellos porque transformarán la
constitución, las leyes y lo que haga falta. No es exagerado afirmar que estamos
muy mal y que hay personajes y grupos civiles y políticos que desean apoderarse
del país en su más vasta acepción de la palabra. No les importa cómo ni el
precio y esa obsesión compulsiva se ha tornado enfermedad neurológica que es
preciso reconocer, combatir y presentar para descubrir a ese tipo de especímenes
inescrupulosos -y quienes les apoyan- y evidenciar sus viles intenciones. Creen
que pueden intimidar, pero se equivocan una vez más. No todos tenemos miedo,
somos anónimos y cobardes como ellos ni vamos a callar por más que promuevan historias
falsas. Pueden continuar, pero deberán afrontar su responsabilidad penal y la
perdida de la escasa credibilidad que tienen. Mienten, plagian, hacen fraude de
ley y presumen de calidades morales de las que carecen, pero la ciudadanía
responsablemente se deshará de ellos en las urnas.
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