lunes, 6 de octubre de 2014

La chispa y el fuego

“El terrorismo es, en el fondo, en su naturaleza maligna, una guerra sicológica”

Comenzó el juicio por lo que se ha denominado “la quema de la embajada de España”. Dos elementos de análisis y discusión convergen en aquellos sucesos. El primero, que un grupo de personas -¿campesinos, estudiantes, militantes guerrilleros…?- ingresaron a la embajada española y, por la fuerza y con armas, sometieron a quienes allí estaban. El segundo, consecuencia de aquel, el asalto de las fuerzas de orden público de una forma cuestionable respecto del uso excesivo de la fuerza y la violación de tratados internacionales.
Llama la atención que el juicio es contra las fuerzas que actuaron frente al secuestro, pero no contra los autores del mismo. Algo sesgado, porque se deja fuera de la investigación las causas que originaron el problema, claramente determinadas y definidas al escuchar la declaraciones -están en la web- del entonces embajador Máximo Cajal. El señor Cajal deja claro que quienes ingresaron cerraron las puertas y, por tanto, “ni podíamos salir ni nadie podía entrar”; posteriormente fueron trasladados -a la fuerza- y encerrados contra su voluntad (secuestro) en el despacho del diplomático. El embajador manifiesta que trataba de negociar con quienes procedían, desde afuera, a ingresar a la sede. Me pregunto cómo lo hacía o en qué términos cuando no era libre, sino reo de quienes ingresaron. También manifiesta en la entrevista que los ocupantes cortaron las comunicaciones y que sacaron cocteles molotov que él personalmente -y de forma ingenua, agrega- escondió detrás de unos libros en la biblioteca del despacho. Su relato, preciso y revelador en casi toda la declaración, se difumina cuando afirma “!de pronto se produjo un incendio!”, dejando sin aclarar, precisamente, la razón última de las muertes ¿Cómo se produjo un “imprevisto” incendio en un pequeño cuarto en el que todo era observable? En este punto pareciera no querer concretar lo que realmente pasó. Si se agregan las declaraciones aparecidas en prensa de la época -recogidas en varios libros- en las que el propio embajador manifestó que en un determinado momento ”uno de los ocupantes sacó la bomba y la lanzó hacia la puerta”, y que se zafó de “uno de los ocupantes que me amenazaba con una pistola”, se llega a la conclusión inequívoca de que allí se produjo un secuestro (delito) por personas armadas, que nada tiene que ver con esa cándida descripción de “campesinos o estudiantes” atribuida a los autores, como pretenden inocentemente difundir. Lo mismo sucedió hace poco con la matanza de Los Pajoques, a cargo de “pacíficos” manifestantes alentados por otros “pacíficos” provocadores.
Hasta aquí las evidencias de las declaraciones del diplomático que deja claro cual fue la causa de todo el drama. Ahora toca analizar las consecuencias y por eso se inicia el correspondiente juicio. Sin embargo, la discusión se focaliza primordialmente en lo último (el asalto), obviando la génesis del problema (el secuestro) que aunque no justifica la actuación, la enmarca y contextualiza. Recordemos aquello de “la causa de la causa es causa del mal causado”, que Humberto Preti nos recordó hace unos días muy acertadamente. Si nunca se hubiera ocupado a la fuerza la embajada, jamás habrían ocurrido los sucesos que ahora se lamentan.

Busquemos justicia, pero también apliquémosla a quienes, por la fuerza de las armas, cometieron delitos al querer imponer su voluntad por la fuerza. No fueron héroes aquellos “pacíficos ocupantes” mas bien actores macabros a quienes, a la par o antes que a otros, habría que juzgar ¡Dejemos a un lado la polarizadora hipocresía habitual!

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