“No se
puede hacer de los miedos una ideología”
Los atentados recientes en París -no
únicos en el mundo- suscitan nuevamente la discusión sobre el Estado islámico
(ISIS) y el terrorismo islámico radical (yihadista). Entender esos crímenes en
Francia, o en cualquier otro país occidental, en clave de confrontación religiosa
o de “maltrato/discriminación” a migrantes musulmanes, supone una corta visión
del problema, y de la geoestratégia.
Los expertos en terrorismo yihadista coinciden
en que tal movimiento tiene tres objetivos: a) Desaparición del estado de
Israel, b) Islamización radical del mundo árabe musulmán, y c) Unificación de
un nuevo califato que abarque los territorios que en algún momento estuvieron
bajo control político del islam.
Esa visión estratégica -que no
religiosa- coincide en mucho con la de ciertas potencias de Oriente Medio y su
incidencia/importancia internacional. Mientras el terrorismo yihadista (ISIS o
Al Qaeda) actúa, Occidente (USA, UE, etc.) “distrae” fuerzas, reduce su protagonismo
internacional y se favorecen intereses de terceros. No en vano, naciones como
Arabia Saudí, Qatar o Irán promueven liderazgo (Bin Laden) y fondos para que
ISIS pueda actuar. La ecuación se completa con el particular rol de Rusia y de
China, especialmente de manifiesto en el conflicto de Siria.
Lo anterior se une al apoyo y
asesoramiento que prestan esos extremistas a Hamas y Hezbollah, quienes
hostigan continuamente a Israel manteniendo un nivel de tensión regional convergente
con los intereses estratégicos descritos. En el fondo, es una lucha de poder en
la que el terrorismo es brazo ejecutor de los afanes geopolíticos de ciertas
naciones, en un contexto de guerra asimétrica (Ver: La guerra periférica y el islam revolucionario)
ISIS es un constructo artificial que promueve el actuar de Estados medievales, dictatoriales y teocráticos
anclados en postulados del Antiguo Testamento -mayoría de los árabes- frente a democracias del siglo XXI. Una lucha entre los caros privilegios
de señores feudales vestidos con kafiyyeh
y thawb y una ciudadanía activa que
pretende sustituir el estatocentrismo por la
preeminencia de los derechos individuales. La Primavera árabe, un intento de
revertir el modelo, cayó en manos de quienes postulaban el extremismo más
radical. Los Hermanos musulmanes en Egipto, es ejemplo de ello.
Enfrentar el yihadismo pasa,
inexorablemente, por promover valores universales y derechos individuales
frente al colectivismo autoritario. El respeto al prójimo es la virtud menos observada
por quienes consideran que pueden asesinar a cualquiera por estar en el lugar “equivocado
en el momento menos adecuado” o hacer uso del terror para manipularla desde la política
o religión, exactamente lo que impulsan esos movimientos.
Hay que condenar los hechos, perseguir
a los culpables y juzgarlos, pero también evidenciar a los Estados que apoyan
esas actuaciones y condenarlos con idéntica energía. En América Latina Chávez
fue un claro ejemplo de perniciosas alianzas con Irán, con repercusiones posteriores
en Bolivia, Nicaragua y de forma más trágica en Argentina, con el asesinato del
fiscal Nisman y la supuesta complicidad del gobierno Kirchner con la
inteligencia iraní.
No hay que quedarse en lo superficial.
Es preciso denunciar el fondo del problema y actuar contra los grupos
terroristas. Ignorar lo que ocurre en Israel y los ataques sistemáticos a su
población es tomar partido por el extremismo, propio de autoritarios y
dictadores que, por cierto, los hay en todas partes, incluso aquí, escondidos
bajo falso pacifismo ideológico.
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