“Hay dos tipos de
personas en el mundo, los que salvan vidas y los que las quitan”
El debate sobre la pena de muerte emerge
nuevamente. A favor y en contra se alzan voces sobre la propuesta de aplicar la
pena capital, tal y como contempla el ordenamiento jurídico nacional. Los que
están a favor, argumentan sustancialmente que es algo legal y además reduciría
el nivel de criminalidad, especialmente en delitos muy graves. Quienes están en
contra, manifiestan resumidamente no ser cierto que la pena de muerte reduzca
la criminalidad y el impedimento que representa el Pacto de San José ¡Qué pena
que se tenga que acudir a la pena de muerte para solucionar problemas de
convivencia!, porque se demuestra que no hemos sido capaces de hacerlo de otra
forma. Se ha fracasado, si es que alguna vez realmente se intentó seriamente
encontrar una solución viable.
Quienes proponen tal media “olvidan” -o
no matizan- que la constitución es sesgada y limita el “derecho” de las mujeres
y de los mayores de 65 años a ser ejecutados como el resto de sus criminales compatriotas.
No se escuchan, en congruencia con la solicitud, voces que reclamen la
aplicación letal de forma igualitaria y con plena participación de genero, como
inquieren en otras cosas.
Lo que implementa la constitución es únicamente
la pena de muerte para hombre adultos no mayores, dejando fuera al 65% de la
población potencialmente condenable. Pequeño detalle que pareciera no querer
corregirse, aunque sea en pro de la justicia y de la igualdad exigida en otros
asuntos. Me da que en el fondo subyace, como en muchas otras cosas, algo de feminismo, mucho de venganza y bastante de
desesperación incontenible que genera un preocupante cóctel de muerte e impide
alejarse -mucho menos salir- de la espiral del ojo por ojo y diente por diente
contemplada en el Antiguo Testamento y practicada fervientemente por algunos
sectores religiosos modernos que la perciben con devoción, aunque no con el
mismo grado de razón.
Usted que seguramente
tiene sentimientos encontrados, puede pensar que la vida es un derecho o que es
la condición necesaria para que existan el resto de derechos humanos. Según se
posicione, la muerte tendrá distinto significado y podrá formar su propia
opinión, más allá de argumentos puntuales y de visceralidades temporales.
Abierta la puerta de la muerte como
castigo, se puede continuar aplicándola como elemento reparador o incluso
solucionador de otros problemas sociales. Así, países en los que no se aplica e
incluso se aborrece, aceptan y promueven el asesinato por medio del aborto con elaboradas
justificaciones, exactamente opuestas a las que utilizan para defender la vida
de criminales confesos ¡Todo un contrasentido que únicamente el ser humano es
capaz de argumentar! Y es que ni los criminales encarcelados ni los nonatos
votan y, consecuentemente, generan opinión política que los incluya en esta discusión.
Sin embargo, quienes si lo hacen, promueven sus intereses y juegan a pequeños
dioses terrenales contra la violencia criminal pero al mismo tiempo contra los
embarazos “no deseados”, las malformaciones fetales o a favor de “la libertad”
del uso del cuerpo por parte de la mujer, porque no nos engañemos, el hombre en
todo esto ha quedado excluido, quizá por voluntad propia.
Retomamos discusiones inacabadas
que pretenden implementar normas particulares del gusto de cada quien,
olvidando aquel “velo de la ignorancia” que Rawls propusiera como razón -no
emoción- del origen de las normas ¡Tantos años de civilización, tecnología y
progreso para seguir anclados en el debate primitivo del paraíso terrenal, en
donde Caín mató a Abel! Pero así somos.
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