“El
nacionalismo, centralista o periférico, es una catástrofe en todas sus
manifestaciones”
Para estudiar fenómenos nacionalistas -el
indigenista lo es- hay dos ideas preconcebidas que es preciso descartar. Una,
que las naciones son comunidades naturales, algo que es falso. La segunda, que
el nacionalismo no es expresión de la nación sino la ideología que la construye.
El indigenismo no es la ideología que expresa los valores de la comunidad, sino
que construye a la propia comunidad indígena, seleccionando los elementos que
la definen. Ejemplo: el “exclusivo” reclamo del culto a la madre tierra y
respeto a la naturaleza, aunque el entorno donde se difundan tales ideas esté descuidado
y lleno de basura o el sistemático “no a las explotaciones mineras” por afectar
al medioambiente mientras se silencia, sin justificación, la descomunal tala de
arboles o la contaminación de aguas por arrojo de desperdicios en ciertos
municipios, etc. ¡Contrasentidos que confrontan realidad y discurso!
El estudio de procesos similares en
otros lugares, apunta claramente a una agenda que pretende consolidar, inicialmente,
el concepto “nación histórica” o “comunidad tradicional”, tan ancestral como
sea posible, para continuar definiendo un espacio (territorio) y concluir con
la emisión de normas propias que refuercen “soberanía”. Se trata de edificar
sobre los tres pilares del estado tradicional, al que se le agregan
posteriormente símbolos que lo identifiquen: bandera, idioma, etc.
El caso guatemalteco que sigue ese
modelo desde la firma de los Acuerdos de Paz, fomentan este tipo de actitudes
críticas y tensiones centrifugas que pueden llegar a modificar sustancialmente
la naturaleza del estado. Inicialmente, lo indígena-maya se adscribió a un
espacio étnico-cultural reclamado como propio y anclado en la tradición
milenaria explicada de diversas formas. Años después, la “lucha por el
territorio” inició su andadura y las exigencias -a veces improcedentes- de
aplicar el Convenio 169 de la OIT sirven sistemáticamente para delimitar ese
espacio físico en el que no se puede actuar sin permiso de ese colectivo étnico-cultura
previamente aceptado. Se pasa de la reclamación de la tierra histórica para
vivir en libertad a la del territorio con autonomía, algo impuesto por la
fuerza en el Occidente del país por movimientos que reclaman ese espacio -formalmente
no reconocido- de autonomía y autogestión y en el que operan grupos que coaccionan
a la justicia, queman comisarías de policía, impiden ordenes de captura o hurtan
y toman el control del cobro de la energía eléctrica.
El proceso “finaliza” con la reclamación
de normas jurídicas propias. Leyes como la de lugares sagrados y prácticas de espiritualidad,
televisión maya, radios comunitarias o más recientemente la justicia específica
(indígena), sirven para construir en el futuro un espacio de soberanía que
significaría el tercer soporte de un estado-nación propio. En la evolución se trasciende
de un estadio de identificación de aspectos identitarios a otro de definición
política, lo que se traduce en “reemplazar
el concepto de `grupo étnico´ por el de `nacionalidad´ y postular la creación
de un `estado multinacional´” (Ramón Maiz).
La victimización, la criminalización, la
exclusión, el racismo, la opresión histórica y cuestiones similares, sirven como
niebla artificial que impida visualizar el horizonte al que desean llegar.
Ahora que el estado se reconfigura, refunda o reconstruye -según la versión- es
preciso tener claro hacia donde pueden conducir determinadas fuerzas que etnifican la política ¡No nos engañemos!,
las últimas manifestaciones de CODECA y sus reclamos lo dejan nítido.
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