¡En el día de hoy vengo a cantarles unas cancioncitas de mi autoría…
Espero les gusten!
¿Ha pensado cuantas cosas acepta
sin discutir ni reflexionar? Es decir, no cuestiona que puedan ser de otra
forma. De esa cuenta, mucha gente considera que necesariamente la salud y la
educación deben de ser estatales y “gratuitas” y que tenemos “derecho” a trabajo
y vivienda dignos, sin discutir quien paga por ello o en qué parámetros medir
la “dignidad”.
Con el tema del transporte
público ocurre lo mismo. De entrada, se ha manejado un léxico interesado y
manipulado. Debería, realmente, haberse denominado “transporte masivo” (TM) que
es la función que representa y no la denominación que le endilgaron. De esa
cuenta, el TM que llevan a cabo ciertos buses en ciudades puede ser público o
privado. No obstante, está fuera de toda discusión -que no de la razón- el
porqué no puede privatizarse, al igual que ocurre con la salud. Pareciera que
hay “anatemas sociales” y cualquiera que propongan una solución diferente a la
estatización es irremediablemente condenado.
La experiencia, los números y la
práctica demuestran que el transporte público nacional es un auténtico
desastre, un nido de corrupción y fuente de crímenes. Eso es más incuestionable
que el debate que se niega. Los que siguen a favor de que sea público y no
privado, ponen como ejemplo el buen funcionamiento en otros lugares del mundo, algo
que puede ser cierto, pero en modo alguno obvia la discusión ni mucho menos la búsqueda
de eficiencia comparando lo que se tiene -que puede ser de buena calidad- y el
precio que se paga con subvenciones directas o indirectas que puede ser
excesivo.
En contraposición al transporte
masivo (pagado con fondos públicos) está el transporte privado -también masivo-
entre ciudades. Tome un bus, en cualquier lugar del mundo de una a otra ciudad
y comprobará que es de igual o de mayor calidad que el público, pero es más
eficiente, está gestionando de forma privada, cuenta con competencia de líneas
similares que hacen idénticas rutas y es económicamente rentable. Durante el
viaje verá TV, le entregarán una gaseosa y un aperitivo y, seguramente, contará
con sala de espera en la salida y la llegada, además de otras atenciones.
El servicio de TM en las grandes
ciudades no tiene que ser público, aunque transporte al público. Es posible -al
menos habría que hacer el intento- subastar las distintas líneas entre empresas
a las que se les exijan las condiciones deseables o dejarlas libremente
competir para que generen la calidad óptima.
En Guatemala la asociación “privada”
que maneja los buses públicos han conformado una mafia asociada a la policía
-sin la que no hubieran sobrevivido- dilapidado miles de millones de quetzales
y ofrecido el peor servicio posible. Es hora de sentar las bases de algo digno
y eso pasa por dejar libre la oferta y no condicionarla a políticos de turno
que siempre, sin discusión, pondrán sus intereses particulares por encima del
interés general.
Cuestiones que nunca han surgido,
como privatizar la salud o el transporte, pueden perfectamente debatirse,
incluso pensarse en una gestión público-privada como es factible en otras
áreas. Salir del guacal, es la única forma de generar ideas nuevas que obliguen
a los gestores tradicionales a que haya un control de subida a los buses
(torno), se utilice el prepago y no se maneje efectivo o exista un control real
de pasajeros antes de recibir subvenciones.
De momento lo único que hay son
millonarios con nuestros impuestos, mientras el traslado es una vergüenza por
la calidad de los medios o diariamente vemos como asesinan a pilotos y
ayudantes.
¡Resultados diferentes requieren
de acciones distintas!, algo más que sabido.
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