lunes, 1 de mayo de 2017

Sobre vida y derechos

Un feto -una vida- es un potencial infinito y no hay razón alguna para destruirlo

El atropello de escolares que se manifestaban por un energúmeno, pone nuevamente sobre la mesa el debate sobre la prioridad en los derechos y, coincidentemente, destapa en el Congreso una olla de grillos en relación con el aborto.
Los proabortistas suelen justificar sus reclamos sobre extremos, sean referidos al derecho de mujeres violadas o al ejercicio absoluto de la libertad materna. La mayoría de los embarazos -incluso entre menores- lo son por relaciones mutuamente consentidas, muchas de ellas erradas o con arrepentimiento posterior por las consecuencias. No se justifica, por tanto, una norma legal general -el aborto- por un exiguo porcentaje de casos de violación, lo que no quita que deban tomarse acciones contundentes. En relación con la libertad femenina al uso de “su” cuerpo, y en contraposición al manido eslogan de: “nosotras parimos, nosotras decidimos”, se olvida colocar otro de una parte interesadamente ausente en el debate: los padres, quienes deberían responder: “nosotros también procreamos, nosotros nos responsabilizamos”. Y uno más del silencioso embrión:que tu resbalón no sea mi ejecución.
Un feto -una vida- es un potencial infinito y no hay razón para destruirlo. Incluso cuando pudiera parecer justificado como, por ejemplo, en caso de violación. Es inconcebible que quienes condenan el reciente atropello de escolares, porque se violó precisamente el derecho a la vida, puedan, a la vez, justificar sin rubor ni escándalo el asesinato de seres aún más desvalidos. Igualmente incoherente es defender el derecho a la vida de animales o plantas y abogar por la muerte de un neonato, de un ser humano ¡Lógica demencial!
Uno de los mayores errores de las democracias liberales es haber incluido en las constituciones políticas la vida como un derecho. Siendo así, es preciso que ese derecho -el de la vida- sea necesariamente superior a otros y, por lo tanto, obliga a establecer un orden, lo que abre la puerta para hablar, en otros casos y según el interés, de orden entre derechos.
Para Ortega y Gasset la vida humana es la “realidad radical” ya que de uno u otro modo el resto de realidades debemos referirlas a ella. De esa cuenta, si acepta la vida no como un derecho sino como la condición necesaria para que aquellos existan, habrá puesto punto final al establecimiento de prioridades posteriores y “solucionado” de inmediato temas como el aborto y la pena de muerte. La reflexión, posiciona la vida por encima de todo como esa “realidad radial orteguiana y, a partir de ahí, se sitúan los derechos individuales en idéntico plano de igualdad e importancia que no hace necesario ordenarlos, sino buscar la forma de ejercerlos paralela o concurrentemente sin colisión con los derechos de otros.
Si todavía no está convencido, siéntese con sus progenitores y déjelos debatir sobre si pueden “abortarlo” aunque sea tardíamente. No hable, no opine, no diga nada. Cuando termine la discusión, si todavía vive, reflexione y evalúe su “no participación”. Aún así, estará en ventaja porque razona, ve y escucha, y hasta puede huir.
Tengo dos hijas maravillosas. Una, nació con 5 meses y menos de 2 libras de peso; otra, se adelantó un mes y tiene una lesión cerebral. Ambas son exitosas, hacen su vida -incluso universitaria- y brillan con luz propia. Por favor, ¡sea usted tan fino! Y no me venga con lemas de muerte que estoy en edad de riesgo de infarto.

Mientras redacto esta columna, el diputado Álvaro Velásquez escribe en redes: “…confirmando que este país es una mierda” ¡Qué cosas!

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