La injusticia, siempre mala, es horrible ejercida
contra un desdichado (C. Arenal)
A Goethe se
le atribuye aquello de: “Prefiero cometer
una injusticia antes que soportar el desorden”. Antes, Platón había dicho saber qué era la injusticia, pero no la justicia.
Comprender la antítesis injusticia-justicia ha sido preocupación de
intelectuales y filósofos.
Desde
hace poco, experimentamos en Guatemala la acción de la justicia de una forma
que ha llegado, incluso, a aturdir. Sin tiempo de reponernos de casos
escandalosos, surgen otros nuevos que opacan los primeros y elevan el nivel de
sorpresa a límites antes inimaginables. Experimentar la justicia no puede, sin
embargo, dejarnos impávidos frente a las injusticias.
Los
lamentables hechos ocurridos en la cumbre de Alaska en Octubre de 2012, en
donde murieron seis manifestantes, llevaron a prisión al coronel Juan Chiroy Sal
y a ocho soldados. Meses después, la jueza Carol Patricia Flores Polanco
resolvió, tras analizar el caso, cambiar el delito inicial que se le imputaba
al oficial -ejecución extrajudicial- por el de incumplimiento de deberes. En ese
momento se desencadenó una confrontación judicial entre el MP y el sistema de
justicia que lleva casi cinco años.
A
diferencia de lo que es habitual, el coronel Chiroy no ha interpuesto un solo
recurso que permita hablar de “retraso mal intencionado del proceso”. Por su
parte, el MP -en sucesivas
fechas y momentos- ha presentado tres recursos de amparo, cinco de apelación,
dos de reposición, dos actividades procesales defectuosas y un recurso de
casación. Se han suspendido veinticinco audiencias y prorrogado catorce veces
el tiempo de prisión preventiva ¿Conoce un caso así? Seguramente no, porque no existe
en la historia judicial nacional, aunque parece no atraer la atención mediática
ni mucho menos el interés de los grupos que reclaman justicia desde diferentes
plataformas.
Y es que los actores que concurren en el
proceso así lo “permiten”. De un lado, el “obediente y no deliberante” -además
de silencioso- ejército. De otro, grupos de presión de la sociedad civil que se
sienten cómodos con mantener en prisión a un ícono tradicional de su lucha, sin
importarles la justicia que reclaman, las personas por cuyos derechos dicen velar
ni la eficacia del sistema ¡Esa doble moral a lo tortrix!
Estará a favor, en contra o le importar un
pepino el caso del coronel Chiroy y de los ocho soldados encarcelados. Pensará
-o no- que deben quedarse ahí de por vida o seguirá sus actividades sin
acordarse del nombre del comandante de aquella tropa. Lo que no podrá evitar a
partir de ahora, es preguntarse qué haría en una situación como esa, en quién
se apoyaría o a qué entidad acudiría.
Es preciso aplaudir la justicia pero la jueza
debería, mientras el sistema de justicia termina sus enfrentamientos para ver
quien tiene razón en esa interminable guerra de recursos, dejarse de temores,
presiones -si existen- y otras consideraciones, y aplicar lo que corresponde a
alguien que ha superado en casi dos años el tiempo máximo que deberá cumplir si
es condenado por el delito de incumplimiento de deberes que se le imputa. No
hacerlo, además de ignorar a Platón y la afirmación comentada, alienta negativamente
la credibilidad de una justicia en la que el ciudadano empezaba a creer, y
termina por concederle la razón a grupos mafiosos que reclaman lo mismo pero
que usan el amparo por estrategia dilatoria, la maña como táctica, la
corrupción por norma y la compra de voluntades a modo de procedimiento. Es
tiempo de justicia y corresponde a cada quien asumir su responsabilidad.
El coronel Chiroy y su tropa aun tienen quien les
escriba.
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