Afirmar que el neoliberalismo es
asesino y predador es más falaz que osado
El martes pasado leí los artículos de mis pares en
estas páginas y me asombró
el de Jonathan Menkos.
Abordaba un viejos asuntos debatidos más profundamente entre
Keynes y Hayek en su momento, y hubiera pasado desapercibido
de no ser por la perversidad, resentimiento
o mala intención del autor que acusa al “neoliberalismo” -término acuñado por esa confusa nuevalengua orweliana-
de “asesino y predador”.
El
columnista, economista y director ejecutivo del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (ICEFI), no
es neófito ni desconoce seguramente el significado de las palabras, algo que por otra parte se puede soslayar fácilmente con el uso de cualquier diccionario en línea. Podría incluirse, si se desea, en el
grupo de profesionales que practican aquello
de “la falta arrogancia”, una mezcla de narcisismo
profesional -si tal cosa existe- con insolente
superioridad moral y alguna
falsedad de por medio.
Recordémosle al señor Menkos que la Historia atribuye
al nacionalsocialismo -nazismo- la masacre de unos 6
millones de judíos, al comunismo soviético -desde 1917
a 1990- de una grosera cifra de muertes
en torno a los 60 millones de personas, a la revolución cubana -esa
“democracia” que no cambia de dirigentes- de una cantidad indeterminada de crímenes que
conoceremos cuando desaparezca el dictador hermano
del dictador y, más modernamente, podemos contar diariamente
los asesinados por la dictadura venezolana. Sobre predar
y robar baste evocar
aquel chavismo de: “exprópiese” o la ausencia de propiedad privada -por confiscación
gubernamental- en esos calamitosos
lugares de pobreza y muerte, ninguno
de ellos con principios liberales o “neoliberales”.
Algo más fresco
y moderno -como ejemplo antiliberal- fue la debacle
socio-económica de la política promovida por la coalición radical griega Syriza, aunque igual de ineficiente y depredadora.
Habrá quien diga
-hago una procatalepsis- que el liberalismo “mata de hambre” con sus “políticas
capitalistas”. Podemos, si
hay interés, dedicar otra columna a esos parlanchines
contumaces y hacer números de cómo salieron de la pobreza los
países del Este de Europa o millones de chinos,
gracias a la apertura de los mercados ¡Por cierto!, los muertos de esa revolución comunista oriental -y los de
Corea del Norte- no están sumados en el párrafo anterior.
Hay,
sin embargo, tres actuaciones
liberales que pueden tomarse
como referencia de los “crímenes y el afán predador” aludido: la de Margaret Thatcher,
que no mató a ningún británico aunque “se asesinaron” muchos privilegios sindicales -que aquí nos ahogan-; la de
Ronald Reagan que propició el derribo del Muro de Berlín
-nunca me gustó hablar de caída- y la desaparición de la Unión
Soviética y los campos de
exterminio siberianos o la
política económica del Chile de Pinochet que contribuyó,
aunque duela oírlo, a que
sea el país más desarrollado de América Latina según todos los indicadores
sociales.
Jonathan Menkos podría haberse
ahorrado los insultos o utilizar el espacio para despedirse cortésmente, pero
optó por una innecesaria -y espuria-
descalificación. Quizá deban justificar
el intervencionismo estatal, especialmente cuando se reciben millones de
dólares -como ocurre con ICEFI- por parte, entre otros, de la cooperación
sueca y tengan que promover el discurso antiliberal en favor del donante, aunque pagado con impuestos de contribuyentes. La opinión es siempre debatible,
pero la honestidad intelectual, la militancia ideológica y la pleitesía al financista parecen no
conocer principios de moderación y decencia ¡Allá ustedes!,
pero gastar dinero público para decir que hay poco dinero público destinado a temas sociales es una frivolidad y un despilfarro. Mentir o confundir es, además, poco serio y profesional.