Como ciudadanos nos
merecemos una oportunidad que debemos provocar y promover nosotros mismos
Los binomios presidenciales declarados y aquellos pendientes de
hacerlo -como casi todos los políticos- tienen algo en común: el misterioso silencio
que guardan sobre los acontecimientos del país. Se habla de prudencia, miedo al
TSE, falta de planes, pasar desapercibidos, complicidad y otras cosas. De los
candidatos conocidos -la minoría- ya sabemos que esperar, salvo que piense que
van a cambiar -“me pega pero me quiere”-; de los nuevos es fácil predecir que
no harán absolutamente nada por su inexperiencia. A todos ellos podemos
situarlos entre la incapacidad y el oportunismo, con una alarmante y sustantiva
mezcla de ambas.
Si fuera candidato, que no lo soy, incorporaría a mi campaña un significativo
eje transversal: la probidad. Explicaría de qué vivo, mostraría mi declaración
de la renta y declararía mis bienes porque como ciudadanos no debemos mantener
a más vagos que adoptan la política como recurso para hacer dinero fácil a costa
de los demás. Lo mismo exigiría a todo mi equipo ¿Está usted listo -candidato-
para decir de que ha vivido los últimos años mas allá de hablar de “sus
empresas” que generalmente no existen? ¿Está dispuesto a abrir la puerta de sus
finanzas antes de pedir el voto? Seguramente no y evadiría la pregunta y la
discusión del tema.
Si fuera candidato, que no lo soy, me enfocaría en pocos temas,
porque prometer arreglarlo todo sería engañar, como siempre han hecho. Sin vías
de comunicación y energía eléctrica sencillamente no hay manera de promover
desarrollo. Ninguna empresa vendrá al país si sus costos de transporte y
energéticos están sobrevalorados, por tanto es sencilla la fórmula para atraer
inversiones. La salud y la educación son fundamentales como los ejes anteriores
y generan capital humano. Sin mejorarlos seguiremos con mano de obra poco
cualificada y altos índices de absentismo laboral, lo que resta en la ecuación
de cualquier cálculo económico que genere desarrollo. Me centraría en la
justicia, en la nacional, en la que debemos ir configurando para no ser CICIG-dependientes. Hay que incrementar
el presupuesto de justicia y modificar la elección de jueces y magistrados amén
de potenciar la carrera judicial. Finalmente, la seguridad es clave para que lo
anterior sea posible. Una PNC fortalecida, un sistema de inteligencia eficiente
y una carrera policial son los tres pilares para construir un mejor modelo que
continúe reduciendo los índices de violencia.
Si fuera candidato, que no lo soy, presentaría a mi equipo de trabajo -a
mis ministros- y retaría al electorado a darme la oportunidad de ejecutar planes
concretos y sencillos de implementar como la ley de servicio civil para que el
“cuello”, la amistad o la familiaridad, en lugar del historial profesional, dejen de ser méritos para trabajar en la
función pública. A la fecha, sin embargo, el silencio es la postura que como telón
de fondo antecede a multitud de promesas volátiles e inútiles que arrancarán a
mediados de marzo, proclamadas a los cuatro vientos por ineficientes candidatos,
muchos desconocidos en los alrededores de su cuadra, cuyas espurias intenciones
nos hacen víctimas propicias para los próximos cuatro años.
Creo, no obstante, que nada de lo anteriormente propuesto -como parte
de un hipotético programa político- pasará de ser un sueño de noche de verano.
El manejo mafioso del país ha sido constante desde 1821 y quiere perpetuarse
otro siglo, dejando sin esperanza a jóvenes que claman porque las cosas cambien
en beneficio del futuro y la oportunidad que nos merecemos, pero que debemos
provocar y promover nosotros mismos.
Si fuera candidato, que no lo soy, seguro que con ese programa ganaba
las elecciones en primera vuelta.
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