El otro no tiene el mismo espacio que uno y se le recuerda con excesiva frecuencia, con actitud imperturbable, cuando no arrogante
Desde que Octavio Paz me acercara al concepto de otredad, cada vez estoy más seguro que desconocer al otro tiene al país patas arriba. “El otrismo” es mucho peor que el racismo, el machismo o el sexismo, porque termina por ignorar a todos, indistintamente de particularizar raza, etnia, sexo, genero o cualquier otro aspecto. Viene a ser la negación absoluta del ser humano -más allá del “yo”- y crea ese imaginario espacio de vacío social en el que nadie existe, salvo uno mismo.
Como es un contrasentido la vida social unitaria, terminamos por crear grupos que incluyen a esos otros que real o inconscientemente desplazamos a virtuales cajas del olvido. El lenguaje coloquial tiene variados ejemplos cuando se habla de “los aquellos”, “nuestra gente” o esos ignorantes a quienes hay que organizarles la vida porque “son incapaces” o “no pueden” tomar decisiones informadas y propias. Evidentemente, de todos esos grupos escapan quienes los organizan, y quedan aislados y fuera de ese imaginario guacal.
Ignoramos al otro cuando paseamos en el centro comercial seguidos de la niñera uniformada que empuja el carro del bebé que más parece suyo que nuestro; al servir la ración de comida que deben ingerir las personas que realizan un trabajo doméstico en la casa pero que en modo alguno comen lo mismo que nosotros ni mucho menos en idéntica cantidad; cuando se utiliza la mesa de al lado para sentar a niños y sirvientes en una especie de club infantil ajeno a la auténtica reunión familiar que se celebra o al descargar el peso de la conciencia entregando tiernamente la comida que nos sobró a un pobre en los semáforos o en la calle, en lugar de invitarlo a comer a nuestro lado. El otro no tiene el mismo espacio que uno y se le recuerda con excesiva frecuencia, pero sobre todo con actitud imperturbable, cuando no arrogante ¿Recuerdan aquella que no quería bajar la vista y regalaba champurradas? Pues eso.
La indiferencia llega al punto de aceptar centenas de muertes homicidas al año sin mover un solo dedo o peor aún, ignorar que miles de niños mueren o se estancan en su crecimiento por desnutrición, además de las menores de edad que anualmente quedan embarazadas por violaciones atribuibles, en su mayoría, a personas cercanas. En las encuestas publicadas aparecen problemas como la inseguridad, la falta de empleo, el rechazo a los políticos o la poca fe en las instituciones públicas, pero de la desnutrición crónica y aguda o de las niñas-mamás no verá referencias de opinión o preocupación social. Simplemente el problema no existe para el ciudadano, aunque sean decenas de miles de casos.
¿Dejadez, despreocupación, alto nivel de tolerancia, habitualidad…? Quizá de todo un poco, y en todos, porque no es un tema de clases sociales ya que el mismo comportamiento se observa por doquier. El otro simplemente no es igual que uno, y eso genera una diferencia sustantiva que, consciente o inconscientemente, manifestamos a diario al ignorar lo que la falta de empatía no asume.
El colmo mayor es que las iglesias se llenan todos los fines de semana, se hacen ruidosas loas a Dios y se da piadosamente la paz al prójimo. Se canta al amor, se practica la caridad, se ensalza la compasión e incluso esporádicamente se pueden observar atisbos de indignación, pero a la salida del culto se continúa ignorando al otro mientras miramos el suelo o al ombligo para no ver más allá de unos centímetros de cada cual.
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, creo que fueron parte de Sus últimas palabras.