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lunes, 25 de noviembre de 2019

“Otrismo”: la normalización de la miseria

El otro no tiene el mismo espacio que uno y se le recuerda con excesiva frecuencia, con actitud imperturbable, cuando no arrogante

Desde que Octavio Paz me acercara al concepto de otredad, cada vez estoy más seguro que desconocer al otro tiene al país patas arriba. “El otrismo” es mucho peor que el racismo, el machismo o el sexismo, porque termina por ignorar a todos, indistintamente de particularizar raza, etnia, sexo, genero o cualquier otro aspecto. Viene a ser la negación absoluta del ser humano -más allá del “yo”- y crea ese imaginario espacio de vacío social en el que nadie existe, salvo uno mismo.
Como es un contrasentido la vida social unitaria, terminamos por crear grupos que incluyen a esos otros que real o inconscientemente desplazamos a virtuales cajas del olvido. El lenguaje coloquial tiene variados ejemplos cuando se habla de “los aquellos”, “nuestra gente” o esos ignorantes a quienes hay que organizarles la vida porque “son incapaces” o “no pueden” tomar decisiones informadas y propias. Evidentemente, de todos esos grupos escapan quienes los organizan, y quedan aislados y fuera de ese imaginario guacal.
Ignoramos al otro cuando paseamos en el centro comercial seguidos de la niñera uniformada que empuja el carro del bebé que más parece suyo que nuestro; al servir la ración de comida que deben ingerir las personas que realizan un trabajo doméstico en la casa pero que en modo alguno comen lo mismo que nosotros ni mucho menos en idéntica cantidad; cuando se utiliza la mesa de al lado para sentar a niños y sirvientes en una especie de club infantil ajeno a la auténtica reunión familiar que se celebra o al descargar el peso de la conciencia entregando tiernamente la comida que nos sobró a un pobre en los semáforos o en la calle, en lugar de invitarlo a comer a nuestro lado. El otro no tiene el mismo espacio que uno y se le recuerda con excesiva frecuencia, pero sobre todo con actitud imperturbable, cuando no arrogante ¿Recuerdan aquella que no quería bajar la vista y regalaba champurradas? Pues eso.
La indiferencia llega al punto de aceptar centenas de muertes homicidas al año sin mover un solo dedo o peor aún, ignorar que miles de niños mueren o se estancan en su crecimiento por desnutrición, además de las menores de edad que anualmente quedan embarazadas por violaciones atribuibles, en su mayoría, a personas cercanas. En las encuestas publicadas aparecen problemas como la inseguridad, la falta de empleo, el rechazo a los políticos o la poca fe en las instituciones públicas, pero de la desnutrición crónica y aguda o de las niñas-mamás no verá referencias de opinión o preocupación social. Simplemente el problema no existe para el ciudadano, aunque sean decenas de miles de casos.
¿Dejadez, despreocupación, alto nivel de tolerancia, habitualidad…? Quizá de todo un poco, y en todos, porque no es un tema de clases sociales ya que el mismo comportamiento se observa por doquier. El otro simplemente no es igual que uno, y eso genera una diferencia sustantiva que, consciente o inconscientemente, manifestamos a diario al ignorar lo que la falta de empatía no asume.
El colmo mayor es que las iglesias se llenan todos los fines de semana, se hacen ruidosas loas a Dios y se da piadosamente la paz al prójimo. Se canta al amor, se practica la caridad, se ensalza la compasión e incluso esporádicamente se pueden observar atisbos de indignación, pero a la salida del culto se continúa ignorando al otro mientras miramos el suelo o al ombligo para no ver más allá de unos centímetros de cada cual.
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, creo que fueron parte de Sus últimas palabras.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Fabricantes de impunidad

El narcotráfico y el crimen organizado tienen a muchos en sus nóminas y es evidente que les sirven con devoción

Todo ciudadano mayor de 40 debería asistir obligatoriamente, dos veces al año y durante un fin de semana, a una reunión para reflexionar y debatir sobre qué país deja a sus hijos. La brutal catarsis requeriría, seguramente, intenso apoyo psicológico durante los siguientes días, pero estimularía a evitar que por dejadez, miedo o “falta de tiempo”, las cosas sigan como están.
Quedan pocas dudas de que el sistema político actual es un desastre. No hay derecho que en pleno siglo XXI el “liderazgo” nacional haya estado representado por Sinibaldi, Baldizón, Barquín, Baldetti, Pérez Molina o Sandra Torres, entre otras joyas de la corona; todos ellos condenados o procesados por graves delitos. De no haber sido por CICIG y los USA, alguno de ellos sería Presidente y muy probablemente otro estaría electo y pendiente de asumir el poder en un par de meses. Si eso lo hubiese pronosticado un Walter Mercado allá por 1850, o incluso un siglo después, los intelectuales de la época se hubiesen descojonado ¡Para que usted vea!
La realidad, sin embargo, es otra. Tanto el Ejecutivo como el Legislativo, se han convertido en una eficiente fábrica de ilegalidades, y promueven y aprueban normas que salvan la cara a delincuentes y crean espacios de impunidad para los integrantes de ese club de amigos de Alí Babá que es el Congreso de la República, pero también el gobierno de la nación. Unos “honorables” que dejaron la ética a un lado en su más tierna infancia y que lo mejor que han hecho desde entonces ha sido gastar el dinero público en propio beneficio o triangularlo para que termine en sus bolsillos o en los de sus financistas. El narcotráfico y el crimen organizado tienen a muchos de ellos en sus nóminas y es evidente que les sirven con devoción.
El poder judicial tampoco se ha quedado rezagado de esa carrera por la corruptela. Jueces y magistrados salen a menudo a la palestra por tomar decisiones que desbaratan el poco Estado de Derecho existente o resuelven contra todo principio de lógica jurídica. El positivismo, el amiguismo y las mañas, son pilares sobre los que edifican demasiados abogados en el país, lo que genera sustanciales fortunas en determinados bufetes pero impunidad en la mayoría del país ¡Otro desastre!
Algunos que dicen no robar “un centavo al pueblo”, no logran comprender que no ser corrupto ni ladrón, no significa únicamente no robar sino que también incluye no recibir dinero del ministerio de la Defensa, no aceptar lentes de marca cara, mentitas, flores, joyas o licor, comprados por la SAAS o mantener en el cargo a ministros o generales corruptos o perseguidos por la justicia. En definitiva, el analfabetismo político impide comprender lo más elemental y como el papel todo lo aguanta, elaboran discursos grandilocuentes que serían reprobados en cualquier clase de bachillerato por madurez.
Sin embargo, como no se organiza esa reunión indicada el inicio, el ciudadano sigue en la nubes o perdido en la selva diaria del tráfico sin darse cuenta que dentro de unos años es probable que nuestros hijos terminen reclamándonos lo pasivos, dejados y apáticos que fuimos. Vamos, que faltaron bemoles para enfrentar una situación que vista desde fuera, causa asombro porque es difícil nombrar a algún político en los últimos treinta años que se salve de la hoguera.
¡Yo se de uno!, me dice un cuate, y puede que lleve razón, así que le contesto: “Dime entonces dos”, y  entonces me mira cabizbajo y descompuesto y me invita a tomar algo para superar la desazón y llorar las penas juntos.

lunes, 11 de noviembre de 2019

¿Qué nos dice Vargas Llosa en su nuevo libro?


Quizá, el problema en el análisis es que nos miramos el ombligo sin escudriñar en el entorno de la época

El título de la columna fue la pregunta de unos de los asistentes al foro, realizado en la librería Sophos, sobre el nuevo libro de Vargas Llosa titulado “Tiempos recios”. No tengo claro que un escritor pretenda, dar consejos en historias noveladas, especialmente sobre un tema tan polémico y debatido como fue el periodo 1944-1954 en Guatemala. De hecho, los 32 capítulos de libro podrían haber pasado desapercibidos si no incluyera dos apartados -uno al inicio y el otro al final de la novela- titulados: “Antes” y “Después”. En ellos se planean dos hipótesis que sustentan la discusión de la obra. La primera, cómo personajes asociados a la United Fruit Company lograron convencer a la administración norteamericana, y a todos los medios de comunicación, de que había una amenaza comunista en el país, y la hicieron reaccionar apoyando la invasión en 1954, algo que no se demuestra pero que conduce la discusión de la novela en una determinada dirección. La segunda, contenida en el “Después”, sostiene que lo ocurrido determinó el ritmo de los sucesos posteriores incluida la revolución cubana y su incidencia en el continente.
Quizá, el problema en el análisis es que, como en otras cosas, nos miramos el ombligo sin escudriñar en el entorno de la época. En 1945, cuando Arévalo llegó al poder, dos presidentes norteamericanos (Roosevelt y Truman) acababan de participar con Stalin en las conferencias de Yalta y Postdam y repartido la Europa del final de la segunda guerra mundial. La revolución rusa era una opción política en aquel momento porque demostró que se podía acabar con absolutismos monárquicos e instaurar un régimen político alejado de fascismos, nazismos y otras formas de dictaduras del momento, aunque más tarde se convirtiera en una de ellas. En otros palabras: el rechazo actual al comunismo -conocidos sus efectos- no existía patentemente en aquel entonces. Los USA y la Unión Soviética eran aliados y algunos autores afirman que Roosevelt admiraba a Stalin.
El regreso de los republicanos al poder con Eisenhower y el asalto al cuartel de la Moncada por Fidel Castro en Cuba -1953-, además de la guerra de Corea, pudieron cambiar la forma de ver los asuntos internacionales, y lo permitido años atrás por los norteamericanos, cambió drásticamente y alentó la invasión de 1954. Dicho lo anterior, de lo que poco o nada -a mi entender- se debate, y creo necesario porque el contexto puede explicar o aclarar ciertas cuestiones, sigo sin saber si Vargas Llosa quería decirnos algo con este libro, que fue la pregunta de Danilo en el evento.
El premio Nobel presenta su obra en un momento en el que hay una “particular” administración USA instigadora de la política internacional, pero también una dinámica guatemalteca que sustenta, como ha sido habitual, el mercantilismo como opción política, los favoritismos, la doble moral, la polarización, el relativismo en valores, la corrupción, los bajos indicadores de desarrollo, los gobiernos que “pasan sin pena ni gloria”, el conservadurismo más extremo y el papel de cierta facción militar insertada en un club de corruptos asociados con el narcotráfico y el crimen organizado. Es decir, la situación de 1944 y la de 2019 podrían tener un paralelismo en el que el tiempo únicamente ha hecho mella en el cambio de las formas, pero mantiene idéntico nivel de crispación.
¿Será ese el mensaje de Vargas Llosa? Lo desconozco, pero al menos me ha hecho pensar sobre todo lo dicho y especialmente sobre lo poco que hemos cambiado, y eso que ahora contamos con la experiencia y la ventaja de conocer los resultados históricos.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Alianzas público-privadas y mafias políticas

Igual que hay diputados asociados con la ganadería, otros muchos cuentan con intereses en empresas constructoras

En torno a los Q15,000 millones es la deuda nacional; alrededor del 17% del presupuesto del Estado para 2020. Millones que usted y yo, sus hijos y nietos, y los míos, aún sin haber nacido, deberemos asumir y pagar en el futuro próximo. Los niños hace rato que no vienen con “un pan bajo el brazo”, sino con una impresionante deuda estatal que les hipoteca su futuro. Esa odiosa y falaz idea de “la gratuidad de la cosa pública” se enmascara bajo un pago diferido que obligadamente asumen los gobiernos sin pedir opinión a generaciones venideras ausentes del debate político; una suerte de timo de la democracia. El Estado nunca tiene el dinero que necesita para atender las múltiples funciones que se eroga y lo peor: no sabe cuanto dinero necesita, porque siempre es escaso, especialmente cuando grupos de presión, sindicatos, políticos mafiosos o asociaciones fantasmas se dedican a ver como extraen recursos que deberían servir para atender necesidades generales básicas.
Para paliar esa falta de liquidez, y poder contar con servicios adecuados, se aprobó -en 2010- lo que se ha denominado coloquialmente: ley de alianzas público-privadas, un marco legal que permite al gobierno autorizar la construcción de infraestructura y que la empresa privada pueda explotarla en un marco de ganancia mutua. El Estado consigue “un préstamo” a precio negociable, la empresa un beneficio limitado y pactado y el servicio es pagado por quienes exclusivamente lo utilizan -peaje- y no por todos los ciudadanos, como ocurre actualmente. A pesar de eso, el marco legal citado no se ha utilizado jamás, esto es: no ha servido para nada, algo que ocurre con otras normas que se publican y que simplemente no se cumplen. El formalismo -y la estupidez, y el interés de algunos- nos deja huérfanos de realidades y seguimos igual o peor que cuando se adoptó aquella medida. El único proyecto que existía y que fue legal y transparente adjudicado: la autopista Escuintla-Puerto Quetzal, fue dinamitado por la mesa directiva del Congreso al someterlo a votación cuando apenas había 80 diputados inscritos para la sesión aunque no todos estaban presentes y, evidentemente, se votó en contra.
Este país no supera la envidia, la ideologización o la falta de conocimientos básicos de economía. Bajo argumentos como: “el sector privado va a lucrar”, “el Estado debe construir gratuitamente” o no entender que se puede conseguir un mejor interés negociando con empresas privadas para un fin concreto que pidiendo créditos que endeuden el futuro, seguimos sumidos en el subdesarrollo y la ignorancia más supina. Hay otro factor que no debemos descartar: el interés de ciertos políticos. Al igual que hay diputados asociados con la ganadería, y de ahí la probación reciente de una ley que los beneficia fiscalmente, otros muchos -demasiados diría yo- cuentan con intereses en empresas constructoras -uno de los sectores principales de depredación de fondos públicos, el otro es el de la compra de medicamentos- y prefieren seguir chapuceando y obteniendo pingües beneficios en lugar de que contemos con la infraestructura necesaria en el país. Esos políticos de quienes los medios de comunicación presentan a diario perfiles y contrataciones amañadas, son lastre del que hay que desprenderse inmediatamente, y sus turbios negocios la razón por la que ingresan en política para entrampar, dilatar y destruir el desarrollo de esos hijos y nietos que deberán, a pesar de todo, pagar la deuda contraída.
¿Qué interés tenía la mesa directa del Congreso para hundir el proyecto citado? ¡Las mafias de siempre haciendo lo habitual!, nada nuevo que no hayamos visto antes.