Acaso no extrañas llegar a un restaurante y que te digan que debes esperar 30 minutos para que se desocupe una mesa
Quién te iba a decir que debiste haber incluido en tus propósitos para 2020, besar más a tus hijos, mimar a tus seres queridos o saludar fraternalmente a tus vecinos. Quién te iba a decir, joven adolescente e insolente, que tendrías que abrazar más a tus papás -hasta cansarte- sin reparar en esa vergüenza, propia de la edad, que rehúsa caricias, besos y apapachos. Quién debió advertirte que no volverías a ver a familiares mayores, arrebatados súbitamente y sin tiempo para despedirte de ellos o echarles una última mirada.
Seguro extrañas pasear por aquellos centros comerciales atiborrados de personas que apenas te dejaban espacio o hacer interminables colas para ingresar al cine o a conciertos, rodeado de otros irritados por la espera, como tú. Acaso no echas en falta llegar a un restaurante y que te digan que debes esperar 30 minutos para que se desocupe una mesa, mientras permaneces de pie con niños gritando y girando a tu alrededor que te empujan y pisotean. Quién te iba a decir que echarías de menos el tráfico de ida y regreso al trabajo o aquel que se producía en cualquier momento del día. Quién te ha vetado la charla con la vecina o con el jardinero cuando paseas por el condómino. Cosas simples que hacíamos por costumbre y que de pronto se han perdido. Momentos de los que estábamos cansados, porque eran la rutina de cada día, se convierten ahora en sueños imposibles, sin que sepamos con certeza cuándo regresarán.
En poco tiempo, todo habrá cambiado en muchos lugares. No veremos a ciertos familiares y amigos porque se fueron, se los llevaron sin nuestro permiso, y no volverán. La vida, súbitamente, te sorprende, te hace aterrizar bruscamente y volver la vista a cosas simples que adaptaste a tu comportamiento sin darte cuenta, y a las que habías quitado valor. Qué más daba un saludo, si al día siguiente podías hacerlo. Qué importaba un abrazo o un beso olvidado por la mañana si podías recuperarlo al regreso en la tarde. Qué importancia tenía aquella actividad escolar de tus hijos si en definitiva todos los años, cuando no más a menudo, podías asistir a otra. Se perdieron los saludos, las sonrisas, los momentos… Las manos que se juntaban mientras paseabas o veías televisión, buscan ahora contacto en la soledad. Los viajes encajonados en innumerables fotos perdidas en el espacio electrónico se añoran como nunca. A miles de millones de atrevidos seres humanos nos han puesto en nuestro sitio, y extrañamos pasear, abrazar, compartir, sonreír… Nos han hecho reflexionar sobre aquello a lo que dejamos de darle crédito y valor.
Salir de comprar será un placer en el futuro, especialmente si es en familia. Reunirnos en torno a una mesa, rodeado de otras mesas que gritan o aplauden como la nuestra, un privilegio que no dejaremos escapar. Sentarse a ver TV tomados de la mano, una oportunidad de oro. Vivir en el tráfico, la mejor forma de comenzar o terminar un día y no una maldición cotidiana. Regresar al colegio, un deseo hasta ahora desconocido ¡Cuándo volveremos a experimentar lo que antes desdeñábamos!
Seremos generaciones de afortunados si seguimos respirando un aire contaminado en un entorno ruidoso, con un ambiente cargado. Será momento de reflexionar sobre el “yo”, el “nosotros” y el “ellos”. Tiempo de pasear, reír, besar, abrazar, compartir, amar…
¿Ha pensado en la oportunidad que tendremos de recomponer valores perdidos? Estimemos más lo que tenemos antes de que se esfume. Valoremos el cariño de los nuestros. Démonos cuenta lo maravillosa que es la vida.