Este país no deja de ser un avatar surrealista en el que nadie hace nada para todos quejarnos de todo
No somos un Estado fallido, a lo sumo un Estado frágil, y en ocasiones podríamos hablar incluso de un Estado fuerte y con potencialidad: poco endeudamiento, buena macroeconomía, población joven, variada biodiversidad, recursos naturales y pluralidad cultural ¡No hay problema!
Ahora bien, somos una sociedad fracasada que además nos quejamos más de la cuenta: la culpa es de la Conquista y de los españoles, discurso repetitivo y monólogo en la cabeza de muchos que obvian 200 años de autogestión. Y quienes superan la traba, buscan culpables entre la clase política para condenar la corruptela a la que nos han llevado. Pareciera que nos dormimos -como la Blancanieves del cuento o el personaje de Monterroso- y despertamos, dos siglos después, para encontrar situaciones de las que estuvimos ausentes. Evocamos a Pilatos y nos lavamos las manos a la primera oportunidad. “Si no me acuerdo no pasó”, tarareamos inconscientemente en nuestra cabeza, y pretendemos escapar de esos demonios que nos aturden y confrontan con nosotros mismos al ver la organización social que hemos construido ¡Si, hemos, no han!
Los dictadores los pusieron otros y los presidentes de la era democrática fueron elegidos entre salvadoreños y mexicanos, porque no encuentro quien reconozca haber votado a cualquiera de los mandatarios de este país que están encausados, han sido procesados o condenados, que son la mayoría. También pareciera que los partidos políticos ganan elecciones con millón y medios de votos de saber quién, porque al día siguiente de tomar el poder inician las criticas promovidas por cualquier hijo de cristiano que use Twitter, Facebook, Instagram, Tinder o Tic Toc. Este país no deja de ser un avatar surrealista en el que nadie hace nada para todos quejarnos de todo. Eso si, callamos que pedimos trabajo por cuello, porque no queremos una ley de servicio civil; buscamos quien conozca al juez que lleva nuestro caso, pero antes intentamos un “acercamiento” -¡cómo me gusta esa palabra!- para explicarle nuestro problema; pagamos coimas para cobrar o que nos paguen, hacer obras o registrar medicamentos que luego vendemos a precios desorbitados o llamamos al amigo del amigo del vecino que tiene un compadre que todo lo arregla.
No cumplimos las leyes, porque no es necesario ya que nadie las cumple ¡Amén! Y en el mes patrio ponemos banderas nacionales en el carro, la casa, el trabajo o corremos portando la antorcha mientras nos desgañitamos en proclamar cuánto amamos a nuestra bella Guatemala, la tierra del quetzal, en la que muchos niños mueren de hambre o son sexualmente agredidos ¡Huy, eso no! ¿Y la deuda del Estado al IGSS?, eso que lo paguen otros. Pero al día siguiente, volvemos a las andadas del irrespeto sin consecuencias, el incumplimiento de la ley sin castigo o la crítica hacia otros porque no es mi culpa. La política la hacen los demás, no yo; las decisiones las toman otros, pero no cuentan conmigo; las leyes las hacen ellos, y a mi me marginan, así que señalamos por acción a los demás y silenciamos -para disimular- la cobarde omisión propia ¡Qué chispudos somos, y qué irresponsables!
Nuestros retoños -jóvenes e ilustrados- observan y aprenden, y salen los hijos de los aquellos con idénticas ínfulas y peroratas reivindicativas, autoritarias o del tipo que sea, ¡qué más da! Y así, con paso firme y decidido, marchamos hacia el precipicio -con tambor cuando nos dejan- mientras nos quejamos de que otros se han paseado en nuestra bella Guatemala ¡Porque yo no fui. Yo no!
¡Cómo me falta en la escritura poder mostrar bruscamente un dedo de la mano mientras dejo doblados los otros!
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