No hay ayudas “gratuitas”, transporte “gratuito”, escuelas “gratuitas” o salud “gratuita” porque sencillamente todo tiene un alto costo
La situación que vive Venezuela, Nicaragua, Honduras, Perú o El Salvador, por citar algunos ejemplos de muchos, no es producto del azar sino de las condiciones políticas, sociales, jurídicas y económicas creadas por gobiernos y políticos que generan un ambiente de rechazo, confusión e ineficacia. Descontentos que hartan al votante y lo hacen tomar decisiones promovidas por pasión más que en razón; electores que prefieren optar por quienes les prometen solucionar problemas que otros crearon, sin advertir que pueden caer en un agujero mucho más profundo, algo que se oculta en discursos emocionales y se acepta por el hastío y el cansancio de años de frustración.
Desde 2010, aproximadamente, el poder adquisitivo de los ciudadanos latinoamericanos ha ido en disminución. La pandemia ha venido a reducir el número de personas de clase media y ha hecho crecer -en todos los países- la brecha entre ricos y pobres, generando además, un incremento de la desigualdad y deteniendo la reducción de la pobreza, o incluso incrementándola, en ciertos países. El cierre de pequeñas y medianas empresas (PYMES), consecuencia del COVID, refuerza el escenario y lo sustenta.
Motivado por lo anterior, la población exige a los gobiernos soluciones a sus innumerables problemas: desempleo, poder adquisitivo, precios, educación, salud, y un sinfín de cuestiones, sin advertir que eso no es posible y que únicamente complica la labor de la administración, incrementa los impuestos y facilita el nivel de corruptela, que es lo que se ha visto en muchos lugares. No hay ayudas “gratuitas”, transporte “gratuito”, escuelas “gratuitas” o salud “gratuita” porque sencillamente todo tiene un alto costo. Sólo con impuestos pueden los gobiernos cubrir los desorbitados costos de esas exigencias, así que el reclamo, por quienes consideran tener derechos sin responder a obligaciones es, además de irreflexivo, inútil.
Entre gobiernos que no sirven y ciudadanos que exigen lo imposible, surge un espacio de crecimiento para el discurso radical, en sus versiones extremista o populista. Es la razón de la aparición y sostenibilidad de radicalismos -de derecha o de izquierda- en prácticamente todo el mundo, pero también de populistas de diferente corte. Los extremos, históricamente hablando, han tenido éxito justamente en momento difíciles: crisis económicas, fin de guerras, revoluciones, etc., y los resultados que la historia nos refleja, han sido catastróficos: revolución rusa, fascismo, nacionalsocialismo, franquismo, castrismo, chavismo, orteguismo, etc. El ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, por tanto es sencillo comprender la razón de caer una vez tras otra en esos crueles paréntesis históricos, pero cuando no se lee ni se toma tiempo para razonar, es muy simple la explicación.
Estamos en ese límite en el que un paso más nos puede llevar, en pocos años, a que algún personajes de esas características termine gobernando el país, y luego vean a Bukele y su reelección. Puede ser un extremista o un populista, no es tan importante a fin de cuentas, porque el desastre para los años venideros será similar. Siempre existe la posibilidad, en la mente de algunos, de que no será así y tal persona o cual revolución harán cambiar las cosas para bien, aunque no es lo que dice la experiencia histórica. Quienes votarán dentro de dos años, y especialmente los jóvenes, deben de recordar que pueden destruir a su generación, porque esas cosas vienen a quedarse por años, así que mejor meditar sobre el futuro. A los que ya no veremos muchos de esos desastres, solicitarles idéntica responsabilidad, porque dos más dos siempre son cuatro y luego de nada vale quejarse.
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