lunes, 11 de julio de 2022

Tóxica relación con las redes sociales

Las redes han servido para que quien desee cuente con una tribuna, la emplee libremente y se promueva socialmente una cultura de superficialidad

A mi esto de los (y las) “influencers” en redes me produce un escozor sarcástico y una indisimulable risa de hiena, perdón por la sinceridad. A poco que profundice verá un montón de damas en bikini, ropa interior o finas transparencias que resaltan sus atractivos encantos, mientras un ejército de excitados “testoterónicos” aprovecha para desahogar sus frustraciones íntimas. La dama en cuestión -de tal suerte- tiene miles de seguidores que son ofrecidos a determinadas marcas para publicidad ¡Cómo si los maromos de los comentarios sicalípticos se interesaran por lo que ofrece la “influyente” y no por las marcadas nalgas o los delineados -y casi visibles- pectorales de la mensajera! Bueno, ¡se tenía que decir, y se dijo!

Las redes han servido para que quien desee cuente con una tribuna, la emplee libremente y se promueva socialmente una cultura de superficialidad en la que el chascarrillo, la creatividad, lo anecdótico y sobre todo lo visual, son el atractivo principal. Se valora más un buen Tic-Toc o una historia de Instagram con final inesperado, música que sorprende o profusión de colores e imágenes -amén del minúsculo dos piezas antes citado- que una propuesta detallada y precisa de algo, aunque sea de corta duración, porque la inmediatez y la imagen sustituyen a la pausada y racional comprensión ¡Cosas de la vida moderna que diría mi abuelo!

La generación alfa -que dice no tener tiempo para escuchar una clase de filosofía, historia o ciencias sociales, por más de 40 minutos, porque se estresa- suma horas al día frente a sus teléfonos y termina con más “carga académica” en redes que cualquier licenciatura media. Así están las cosas en esta sociedad moderna, relativista, superficial y entusiasmada con replicar cualquier gilipollez mientras sea acogida entre sus ñoños pares.

La política -la populista, aunque no exclusivamente- que se dedica a contentar a ciudadanos solícitos, ha parasitado tales herramientas y muchas campañas se desarrollan sobre esas plataformas, en las que la barba recortada, la gorra al revés, el tropiezo del presidente o la mueca del candidato, atraen más seguidores que el plan de salud, educación o el gasto publico. El ciudadano se deja llevar por el envoltorio y desdeña el contenido, y así nos va, cuando descubrimos que el autoritario, el populista, el mentiroso, venía envuelto en papel celofán en forma de redes sociales.

Con pocas palabras y muchas imágenes, el candidato pedirá su voto y repetirá lo que el algoritmo le dice que usted replica o mira en detalle, siguiendo aquella máxima goebbeliana de una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Becará a sus hijos, reducirá los impuestos, le otorgará una ayuda económica, tendrá asegurado un viaje anual en su vejez o incluso prometerá que la selección nacional de futbol irá al campeonato del mundo. El COVID no existe, el banco quiebra mañana, si es joven el gobierno le dará dinero para gastos o el cloro es la salvación pandémica -replican en redes- y usted entra al trapo convencido de una “verdad” inducida por su incapacidad de comprender su relación tóxica con la redes. El populista no tiene límite, el problema es que usted se deja llevar por esa superficialidad en un mundo supuestamente educado y con acceso ilimitado a la información.

En un año tendremos elecciones, y no dude que los candidatos aprovecharán esas plataformas comprendiendo -mejor que muchos- lo tontos que nos hemos vuelto, los superficiales que somos y, especialmente, el desinterés ciudadano por un futuro más racional. 

¡Se lo podría haber dicho en 280 caracteres, pero para explicarlo hacía falta una página, aunque no lo crea!

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