Construimos una sociedad conformista, congraciada, resignada, silenciosa, de papel, que agacha la cabeza a modo de pedir perdón
Se acaban de conmemorar 201 años de Independencia. Entiendo, apoyo y celebro aquella ruptura del cordón umbilical -o de las cadenas- con el dominio colonial. Sin embargo, en 201 años de autonomía no hemos sido exitosos en sacar al país del fondo del abismo en desarrollo, salud, educación, hambre, criminalidad, corrupción, robos, mal manejo de fondos, ausencia de ética política y, en general, de apatía por la vida en común. Ni en eso de correr con las antorchas mejoramos, y seguimos poniendo en peligro a escolares que valoran más la costumbre sociocultural que la realidad que deberán vivir por falta de construcción de un Estado mínimamente eficiente. La independencia conlleva responsabilidad, y la celebramos poco, si es que tenemos claro que hay que asumirla.
Doscientos un años de inútil paciencia. Millón y medio de jóvenes de menos de 20 años afectados por el hambre de distintas maneras; miles de muertos anualmente por homicidios y accidentes de tráfico; decenas de miles de menores de edad embarazadas anualmente; centenas de miles de estudiantes sin haber podido asistir por años a malas escuelas; indicadores institucionales en los que afirmamos preferir regímenes autoritarios con tal de que nos arreglen los problemas; 60/70% de economía en la informalidad que exige derechos pero huye de responsabilidades; una población dividida y cada vez más polarizada; una única -por tanto monopólica- universidad estatal más preocupada por la política que por la educación; una Corte Suprema de Justicia que lleva en su puesto tres años de más porque no cumple la ley; extorsiones millonarias de maras a negocios y empresas, especialmente de bebidas y comidas; una justicia que apenas resuelve el 10% de los casos; sindicatos depredadores del presupuesto nacional; un Congreso, una Contraloría, un Ejecutivo, en los que nadie confía… Construimos una sociedad conformista, congraciada, resignada, silenciosa, de papel, que agacha la cabeza a modo de pedir perdón, mientras se avienta en redes detrás del anonimato porque dice tener miedo no sé muy bien de qué, mientras espera que los problemas sean solucionados por cualquier “superhéroe” en forma de populista o dictador, aunque la historia demuestre que luego se arrepiente por décadas.
Más de dos siglos para mirar a nuestros hijos a la cara y justificarnos con que la culpa la tuvieron los españoles, la revolución del 44, la CIA en el 54 o los 36 años de conflicto armado, que para ellos queda tan lejos como la era de los dinosaurios. El país literalmente se hunde: deslaves, hoyos, agujeros, taludes que se caen, políticos depredadores…, y carecemos del valor y del coraje para enfrentar situaciones, personas y momentos que nos toca vivir, mientras dejamos a nuestros hijos un país parecido al de hace 201 años. Seamos sinceros una vez en dos siglos, y asumamos la culpa de nuestra falta de preocupación e ineficacia.
Me sorprende que después de 201 años persista el enfermizo optimismo de seguir autocomplaciéndonos y aplaudiendo lo bien que lo hacemos, sin aceptar realidades que, en otros lugares, escocerían el alma y levantarían pasiones ¡Aceptemos que no somos independientes de nosotros mismos!
¿Cuántos de ustedes han mirado a su prole a la cara para intentar explicarles lo jodidamente mal que estamos, y las razones de ello? Yo intento hacerlo con la mía, pero también con muchos alumnos, y me avergüenzo de no tener las respuestas adecuadas sobre el futuro que les depara esta sociedad “independiente y soberana”. Todavía algunos reprochan ver el “vaso medio vacío”, en vez de medio lleno, sin advertir -por causa de esa ceguera optimista y acomodaticia- que hace años que no hay líquido, pero tampoco vaso