Ninguna sociedad ha evolucionado o se ha desarrollado sin enfrentar las vicisitudes que, según el momento, la historia ha puesto delante de ella
Sume los votos que recibieron en las pasadas elecciones personajes y partidos políticos de los que ahora nos quejamos permanente y preste atención a la cifra resultante. Naturalmente ganaron y colocaron a sus representantes en puestos de gobierno. Y es que los corruptos no florecen en las instituciones por generación espontánea, sino que es el ciudadano quien los sitúa allí con su voto.
Nos hemos acostumbrado a culpar a medio mundo de nuestras desgracias político-sociales: que si la Conquista, los criollos, la élites, el conflicto armado o cualquier otro difuso grupo/concepto de moda, sin advertir que el verdadero culpable aparecería si nos miráramos al espejo. La callada realidad es que no somos los mejores a la hora de asumir responsabilidades ciudadanas. Leemos poco, por eso la mayoría de los partidos carece de programa político, y no dedicamos tiempo suficiente a investigar a quienes votamos, mientras se camuflan detrás de eslóganes, colores o cancioncitas del momento. Nos dejamos impresionar por mafiosos conocidos y algunos se preocupan más por la foto con el candidato delincuente de turno que por el futuro que le deparará cuando lo vote.
Ninguna sociedad ha evolucionado o se ha desarrollado sin enfrentar las vicisitudes que, según el momento, la historia ha puesto delante de ella. Ya basta de victimizarnos constantemente, de berrinches e infantiles pataletas, de ejercer de plañideras profesionales y de rogar que otros vengan, con sus intervenciones, a solucionarnos nuestros los problemas. Dejemos de promover el mensaje de no podemos, cuando realmente no queremos complicarnos la vida y asumir responsabilidades, mientras esperamos que otros pongan la cara y el dinero, y asuman los costos que no estamos dispuestos a aceptar. Lo triste es que no nos avergonzamos del presente ni mucho menos del futuro que dejamos a nuestros hijos, a quienes preferimos sacar del país antes que hacerles ver que merece la pena seguir luchando por lo que hay por construir.
Dejemos de proclamar que no hay opciones porque quitan del listado a dos o tres, ya que siguen quedando veintitantos más el voto nulo. Y si todos esos no son alternativas, entonces tengamos el valor de cuestionarnos el modelo “democrático” que hemos organizado y debatir los cambios oportunos para que la mayoría no siga imponiendo a aquellos a quienes se parecen.
Rompamos las cadenas de sindicatos mayoritarios que arrastran a sus afiliados y familiares a votar para seguir contando con privilegios propios de chantajistas, y cada año depredan los pocos recursos disponibles para salud y educación. Tumbemos a grupos mafiosos de otros sindicatos como los del puerto que generan ganancias para ellos y son una fuente de trabajo para sus familias y allegados. Cerremos los del organismo judicial, municipalidades, ministerio público, Congreso y demás entidades del Estado que se reparten bonos, fiestas, vehículos y privilegios ¡Pero digámoslo alto y claro!, y no con timidez ni con vacías y floridas palabras.
Algunos dicen que tenemos el gobierno que nos merecemos, pero seguro es al que nos parecemos, porque es votado por esa mayoría que vive del cuello, de los privilegios, de la toma de las instituciones estatales y de la coerción. Se eligen narcos porque hay narco; delincuentes y corruptos son designados por sus pares; mafiosos votan por otros iguales…, y al final esa sociedad podrida es la que coloca a quienes nos “gobiernan” por los siguientes años, porque el clientelismo da de comer, y es mayoría.
Los demás, cobardemente pusilánimes, solo saben quejarse, mendigar y aguantar estoicamente el sacrifico permanente, sin avergonzarse, porque, como dijo Maquiavelo, “quien controla el miedo de la gente se convierte en amo de sus almas”.