lunes, 20 de noviembre de 2023

El yin y el yang nacional

Sacamos la cabeza del caparazón de tortuga cuando las cosas van bien y volvemos a recogerla en situaciones adversas

Somos un primor, un encanto, una belleza. Capaces de subirnos a un escenario, como hizo la alcaldesa de Palín, y pasearnos soez y alegremente por quien haga falta, incluidos los “compañeros” de los 48 cantones y su líder. La razón: no estuvo en la reunión en la que negociaron con otros grupos, y no figuró en la foto. 

Días más tarde, en la puerta del Congreso -y con la desfachatez de la irresponsabilidad- algunos energúmenos, iracundos y violentos la emprendieron a golpizas -con piedras o con el teléfono- contra los diputados que detestan. Salvajismo que otros agresores justifican y aplauden en redes, pastores de iglesias incluidos. Y si no fuera suficiente, se bloquea el país con grupos de personas y tablas con pinchos que algunos -@justiciayagt- muestran cómo hacer en Twitter, vulnerando los derechos de los demás al impedirles el paso. Eso sí, al mismo tiempo pedimos respeto para nosotros, exigimos libertad de expresión y otros derechos, sobre la base de la dignidad del ser humano, la misma que se pisotea cada minuto generando dobles y triples filas de tráfico, conduciendo en contra de la vía, yendo con la moto por la acera, saltándose las filas, los semáforos, parando el bus donde consideran oportuno o el carro en lugares reservados para minusválidos. Y si el ambiente se caldea, se saca el arma y se le dan dos plomazos al de enfrente, y listo. Alegrías, todas ellas, propias de mediocres e irresponsables, en un mundo de impunidad. 

El gobierno -que nos representa y al que nos parecemos, aunque neguemos como San Pedro-, actúa de igual manera. Se allanan domicilios y se detiene, engrilleta y conduce a personas, con idéntico júbilo, porque en el fondo es la misma idiosincrasia, la que, por cierto, aplaudimos como focas cuando nos gusta y repudiamos con pasión cuando nos afecta, tal y como muestran múltiples y variados ejemplos en los últimos años. Sacamos la cabeza del caparazón de tortuga cuando las cosas van bien y volvemos a recogerla en situaciones adversas. No promovemos, defendemos ni queremos principios generales y abstractos, sino reglas hechas a la medida de la venganza, la pasión o el interés, en función del colectivo al que pertenecemos o con el que corporativamente nos identificamos. Difícilmente vemos más allá de la punta de nariz, espacio hasta dónde llega la visión estratégica de muchos; de demasiados. Somos una sociedad incoherente, absolutamente contrapuesta a valores universales, muy autoritaria y para nada democrática ¡No nos engañemos!

Mientras no apostemos por principios e iguales derechos para todos, seguiremos rascándonos la panza y mirándonos el ombligo de la coyuntura. Si la situación es favorable, estamos contemos y felices, y justamente lo contrario si se presenta adversa, momento en que atacamos con pasión y sin medidas, y no advertimos el nivel de hipocresía que destilamos. 

Insultamos, descalificamos o señalamos con esa facilidad redactada en el artículo 35 constitucional y la irresponsabilidad que facilita la ley de emisión del pensamiento, sin castigo suficiente para el difamador, y con el beneplácito de quienes aplauden el circo. Eso si: evita hacérselo a quienes así actúan, porque enseguida recurren a la victimización. 

Nada más lejos de una sociedad con principios éticos y comportamiento correcto, aunque si de un grupo de dispersos en el que cada uno jala agua para su molino. Parece ser que todos nos odiamos con todos, en esta sociedad plural, y lejos de explotar los valores como sociedad multicultural, pergeñamos constantemente como fregarnos, y para eso somos muy buenos. 

Varios calificativos nos definen, pero bochornoso es el más acorde con la situación


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