Hemos visto como los funcionarios de diferentes gobiernos han acosado, arrinconado y derribado a los fumadores. Si decide morir lleno de humo, no se preocupe, porque no podrá. Alguien ya se encargó de legislar para que no pueda envenenarse tranquilo.
Tal y como van las cosas, parece que las siguientes victimas van a ser los gordos. Ese grupo de seres simpáticos, joviales y cariñosos, serán los destinatarios de las nuevas legislaciones que apuntan a no poder comer tal o cual tipo de grasa, comida, composición o sustancia porque robustece y el gobierno quiere que usted muera flaquito y con los músculos tonificados y bien marcados. Vamos, metrosexual.
Además, en este país ya legislaron sobre la bebida y, como sabe, no puede libar en bares y discotecas después de cierta hora de la noche. Aducen, que es por seguridad. Con ese cuento, también han conseguido que nos despelotemos en los aeropuertos. ¿Por qué no dejan que uno se ocupe de sí mismo?. No contentos, todavía hay algún energúmeno ministerial que decide asignarle a las películas, en cine y televisión, una cierta clasificación que impide que usted o sus hijos, puedan verlas sin censura. Su autorización no es la que cuenta. ¡Nada que ver!. Son ellos los que deben dar el permiso. Desconozco el criterio de esos interventores para ordenar los celuloides. No sé si lo hacen en función del número de palabras feotas, de senos protuberantes o de muertes violentas. O, a lo mejor, las juzgan por el trasero de las actrices, el paquete de los actores o cualquier otra “morbosidad” semejante. ¡Piara de burócratas piadosos y decadentes!.
Por último, tampoco es usted libre de disponer sobre el cinturón de seguridad cuando conduce su vehículo. El funcionario perfecto ha decidido que la policía lo puede parar y encasquetarle una multa por no circular como él consideró que debíamos hacerlo. ¡Esto es el colmo!, no dejan a uno ni morirse del golpe. Ellos, los sabios, los todopoderosos legisladores, organizan, deciden y condicionan nuestras vidas, como si fueran pequeños dioses que supieran todo aquello que los demás deseamos en cada momento. Por tanto, no se va a morir de gordo ni repleto de humo ni de un topetazo pero, además, vivirá jodido, porque no va poder tomarse un trago nocturno ni verle los blancos muslos a su actriz preferida, u otras cosas al actor de moda, ya que alguien se encargará de ensombrecer la pantalla.
La sobre regulación de determinadas actividades personales del ser humano, es algo que los políticos han decidido tomar por su mano. Lo más lamentable, es que las aceptamos con una pasmosa y hasta preocupante resignación. Existe una tara mental en esos personajes que los hace creer que son mejores que los demás y que tienen obligación de cuidarnos y velar por nosotros, sin entender que el ser humano es un fin en sí mismo y no un medio para los fines de otros.
Lastimosamente, tenemos miedo al desafío que supone el ejercicio de la libertad y a la responsabilidad que conlleva, por eso nos dejamos manosear. Hay que asumir el hecho de ser libres y responsables y, por tanto, dueños de los actos que cada cual realice. Ningún burócrata o administrativo puede ni debe pensar por cada persona. Al contrario, cada ser humano puede y debe elegir entre las posibilidades que tenga y decidir por sí mismo. Hay que apostar, si queremos avanzar, por el orden espontáneo y desechar frontal y contundentemente el dirigismo y la organización social desde arriba. Al final, se trata, como país, si queremos salir más en la portada del Newsweek o en los reportajes del National Geographic.
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