Pretende el gobernante, al decretar el Estado de Calamidad, enfrentar lo que sutil e interesadamente se ha denominado “desnutrición crónica”. La situación extraordinaria puede servir para dar menos explicaciones de dudosas adquisiciones y utilizar ayuda internacional arbitrariamente, además de poner silencio en algunas bocas, pero no pan.
Comenzaron pregonando transparencia, pero el cristal se opacó. Por el contrario, cada vez abogan más por quitar los candados del presupuesto, transferir fondos no importa de qué Ministerio al sancocho de Cohesión Social o generar más deuda y la “hambruna” les sirve para ese propósito que sigue siendo disponer de la mayor cantidad de dinero posible sin tener que dar cuenta a nadie ni siquiera entre ellos.
Recoge la prensa dos afirmaciones del Presidente un tanto baladíes y preocupantes. En la primera, dice que esto de la desnutrición crónica es un problema estructural. Para justificarlo no se remonta, como es costumbre, a la Colonia pero poco le falta. Sin embargo, no explica por qué no acometió un plan desde que llego al gobierno o, si es que lo hubo, cual es la razón del estrepitoso fracaso año y medio más tarde y después de “solo” diez años para planearlo. En la segunda, afirma que no se va a detener en tecnicismos y que “una sola vida tiene un valor incalculable”. Tampoco aclara si se refiere a la vida del que pasa hambre o no, porque desde hace años tenemos más de 17 muertos diarios y hasta la fecha la medida más inteligente ha consistido en orar, lanzar bendiciones y nombrar a ineficientes, cuando no delincuentes, funcionarios policiales. Todo eso es pura demagogia discusiva que no conduce a ninguna parte si bien evidencia los nulos planes del Gobierno salvo que no sea, insisto, manejar caprichosamente la mayor cantidad de fondos públicos.
Si la prioridad fueran los muertos ya se deberían haber tomado algunas medidas coherentes en el ámbito de la seguridad para reducir esas cifras que dice ignorar o no recordar porque le pasan gráficos y estadísticas de grandes números. Le informo, para que no lo olvide, que siguen creciendo los homicidios y ninguno de sus ministros y jefes de policía ha servido para frenar, ni para mantener congelada, la altísima cifra que nos sitúa como un país no solo violento, sino políticamente desastroso y carente de voluntad, por mucho que le quiera endilgar la culpa a otros.
Ustedes adolecen de cualquier política pública, salvo la fiscal y recaudatoria, por eso surgen todos los días problemas en cualquiera de las áreas de gobierno: salud, medioambiente, seguridad, defensa, educación, agricultura y otras. La prensa despacha constantemente preocupantes noticias y el Congreso evidencia, con sus interpelaciones, la falta de conocimiento, ideas, planes y gestión de los titulares de las respectivas carteras. El último, el de salud, salió literalmente corriendo: mal ministro pero buen fondista. Hay una razón: todos obedecen a la “voz de su amo” que usted, mejor que nadie, sabe quién es. Pero como la dirección no es lo que aparenta, los ministros se dedican a pasar sin pena ni gloria y no tienen los bemoles de dar un puñetazo en la mesa y denunciar lo que ocurre, prefiriendo permanecer impertérritos en el puesto sin enfrentar a quien de verdad manda. La ex ministra de educación lo ha dejado claro para quienes han querido entender.
Es lamentable oír que le conmueven los muertos y que uno solo merecería toda la atención. Desde que hizo esa declaración ya han superado los 100. ¿Qué independencia estamos celebrando, y de quién?.
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