El partido comunista cubano y su máximo representante admitieron que es necesario modificar el sistema económico vigente en la isla. Toda una confesión explicita del fracasado modelo intervencionista impuesto durante los últimos 50 años. Por segunda vez en pocos meses, Raúl Castro reconoció contar con un sistema ineficiente y caduco que es preciso reformar con otra revolución para arreglar aquella revolución. Elocuente que la dictadura acepte públicamente el fracaso de su política económica, aunque no hay que dejarse entusiasmar en exceso por las ruidosas declaraciones sobre el necesario cambio. La experiencia enseña no esperar mucho de la cúpula socialista cubana ni de quienes han defendido esa monstruosidad, vivido de ella, anulado la libertad de millones de habitantes y asesinado a no pocos. No parecen ser los más idóneos para el cambio que anuncian porque son parte del problema y seguro aflorarán las mafias del poder. Un panorama grisáceo del que no se puede esperar más de lo que presumiblemente ocurrirá; resultados lentos y penosos que seguramente oscilarán en torno a un dilatado debate sobre cómo hacer la reforma dentro del socialismo o generarán inútiles espirales de reflexiones que no conducirán muy lejos mientras gobernantes inescrupulosos -como los Castro y los de siempre- aprovecharán para continuar con sus vacías propuestas, sus turbios negocios y sus criminales prácticas. Para los defensores del sistema socialista cubano -aunque nunca pasaron allá más de unas vacaciones en Varadero- la propuesta debe provocar una reflexión sobre el discurso que hasta ahora venían compartiendo. Finalizadas las “maravillas económicas del régimen y sus logros” tras esas declaraciones del gobierno castrista, ahora será preciso buscar un nuevo referente donde el libre comercio y el derecho a la propiedad privada -que ¡por fin descubrieron!- imperen como soporte básico. Los tradicionales y clásicos partidos intervencionistas -y quienes los sostienen o aspiran a ello- deberán reinterpretar y cambiar sus argumentos. Es manifiesto el fracaso de la ideas de aquellos revolucionarios pasados de moda que en muchos países, Guatemala incluida, nunca contaron -a pesar de su contumacia- con significativo apoyo electoral.
Mientras la dictadura cubana admite y reflexiona sobre su desastre, aquí siguen creando inútiles programas sociales (ahora el número 13 sobre salud) y visitando pueblos con la promesa de vacunar a niños (llevan 30 dosis para cientos de solicitudes) piden como requisito estar empadronados y toman nota de los datos familiares para regresar la siguiente semana con la promesa de pagarles entre Q300-600 según edad de los hijos y previa lealtad documentada, todo un preocupante y fraudulento mercantilismo electoral. También arreglan de urgencia el puente destrozado meses atrás para que los buses de “a la playa con solidaridad mientras otros se mueren de hambre” puedan cruzarlo sin que viajeros con playeras del gobierno detecten el suplicio que sufren a diario los habitantes del lugar. Eso ocurrió esta Semana Santa en el Puerto de San José, pero seguro lo puede ver en otros lugares.
Hicieron el ridículo con aquella payasada servil de conceder la Orden del Quetzal al dictador cubano y no aceptan que ese modelo intervencionista, despilfarrador y comprador de voluntades, NO FUNCIONA a pesar de que aquellos ya lo reconocieron. Las noticias llegan mal y tarde o siguen si interpretarlas correctamente, lo que demuestra que el analfabetismo no es una simple cuestión de números o todavía hay muy mala fe, como parece ser el caso que nos ocupa. ¿Deberemos pasar 50 años sin libertad para entender lo que ocurre o seremos capaces de reaccionar a tiempo?
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