lunes, 25 de julio de 2011

De zagales y vetustos

Interesante el debate generado -no siempre profundo aunque acalorado- en torno a la juventud de algunos candidatos políticos, especialmente para el Congreso. Los argumentos contra los jóvenes se sustentan, fundamentalmente, en la falta de experiencia a tan temprana edad, en la posibilidad de ser manipulados y/o en aspectos derivados de la poca pericia moceril. También, aunque mejor no tenerlo en cuenta, algunas críticas sutiles de viejos chochos que no ven más juventud que la que ellos tuvieron y que osan tildar a estos bisoños de “inmaduros e impreparados” (sic), utilizando palabras inexistentes que demuestran su voluntad “adolescente” en el uso del lenguaje, pero que ni siquiera eso consiguen.
En esta sociedad, eminentemente joven, se visualiza una constante preeminencia y resistencia de los mayores al resurgir de los noveles. No es algo exclusivo de la política -lo que no llamaría la atención en demasía- sino más bien un comportamiento arraigado en la mayoría de actividades diarias. Los maduros, aunque son minoría, suelen constituirse en un impedimento -o una piedra en el zapato- para la promoción y el desempeño juvenil. La experiencia principalmente viene con la edad, pero no siempre. Los conocimientos no son necesariamente proporcionales a los años que se tienen y de la madurez, mejor no hablar ¿Por qué no cuestionar a un licenciado en ciencias jurídicas y sociales, abogado y notario con 23 años con toda la responsabilidad que ello conlleva y rechazar a un diputado con la misma edad? Idéntica comparación podríamos hacer para los arquitectos, los dentistas, los ingenieros y otros gremios. En lugar de centrarnos en la edad, deberíamos reflexionar sobre la validez del modelo político. Si tuviéramos -como debiera ser- un sistema político que redujese la labor de los diputados a lo esencial e imprescindible, cualquiera, joven o maduro, tendría un espacio incuestionable. Sin embargo, al contar con un sistema que permite que el todopoderoso político haga y deshaga, maneje el presupuesto a su antojo y desvíe sumas de dinero para satisfacer demandas ocultas cuando no emita leyes que terminan beneficiando a colectivos, a amigos o a ellos mismos, entonces, nos cuestionamos la inexperiencia del púber para llevar a “buen puerto” esas mañas y prácticas o interferir en las mismas. En las artes o en la iniciativa privada, mucho más dura, competitiva, variada y compleja, destacan innumerables jóvenes exitosos. Pero, en lo público, los hacemos a un lado por inexpertos, un importante contrasentido que dice mucho de los veteranos y, sobre todo, del sistema, en este caso político, que los debe de acoger. Si cerramos la puerta ¿dónde situaríamos a Zuckerberg, Hurley, Page y Brin, Stone y William, Mozart, Lady Gaga, Bordoy, Bieber, Cristiano Ronaldo, Messi, Neruda o Nadal?
Es necesario reflexionar, primero, sobre como cambiar órganos políticos que se están extralimitando en sus funciones y que parecieran reservarse para trasnochados habilidosos con experiencia y, segundo, sobre la actitud del senior en relación con su deber respecto al kids. Cuando se recurre a argumentos ñoños, rancios y anticuados como alguno de los indicados, es el momento de mirarse al espejo y ver si se ha envejecido y se rememora en demasía aquello de “tiempos pasados fueron mejores”. Cuando éramos chaveas queríamos comernos el mundo, tengamos ahora la humildad de reconocer que los que empujan están mejor preparados que nosotros, son igual de responsables-irresponsables que fuimos y tienen valores tal cual los tuvimos. No seamos mojigatos y queramos salvar el pellejo a toda costa.

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