lunes, 1 de agosto de 2011

En nombre de Dios

Tengo esperanza de que un día se superará esa fea manía de emplear el nombre de Dios en vano y de usarlo para justificar cosas que no sabemos (o queremos) hacer o definir con claridad. El hecho de que la propia Constitución comience “invocando el nombre de Dios” -sin especificar de qué Dios se trata, qué confesión sustenta o si facilitó Su consentimiento para incluirlo en aquella asamblea constituyente- permite que esté presente en demasiados temas nacionales y mundanos. Hubo un jefe de policía que oraba los fines de semana, en lugar de trabajar, para que la seguridad marchase mejor, sin darse cuenta de que Dios no iba a hacer los planes por él, aún incorporándolo forzadamente a la planilla de la PNC. De similar forma, demasiados discursos políticos terminan con esa frase estampillada de “Dios les bendiga” dejando la “figura” divina como cierre de una arenga frecuentemente plagada de despropósitos, cuando no de manifiestas mentiras.
Este proceso electoral corrobora lo anterior con una candidata que parece elegida por Él y no por las bases del partido. Incapaz de articular una propuesta política medianamente coherente, se despacha con arengas donde los diez mandamientos, la voluntad divina o la perorata son la forma en que propone salir de la debacle en que andamos metidos. En sus mítines la piedad, la aflicción y la sumisión al Supremo Ser están siempre presentes y priman más las plegarias, como fórmula para arreglar las cosas, que los planes, la observancia de las normas, el respeto o la justicia. Un “programa electoral” del que nada conocemos y que está anclado al cielo y asociado a tan Alta Autoridad que de vez en cuando parece que conversa y hasta delega algo en ella. La candidata oficial no se quedó al margen y también imploró a Dios que ilumine a los magistrados, en su beneficio.
Cuando el ser humano no tiene fe en sí mismo, independientemente de la creencia religiosa que profese, las cosas no funcionan. No es voluntad de Dios la falta de trabajo, que se muera alguien a quien amas o que pierdas a un hijo. Suele ser más producto del abandono, de la falta de chequeos médicos oportunos o de casualidades difíciles de predecir. No está Dios por ratificar con sus acciones las cosas que los humanos terminamos por prefabricar producto de intereses personales o incapacidad intelectual, entre otras variadas deficiencias, cuando no de orgullo o soberbia desmedidos. A Dios lo que es de Dios, dice el escrito bíblico, por lo que deberíamos trasladarlo a la esfera privada, al “yo” personal y profundo, a la intimidad de cada cual. La ruptura iglesia-estado en Europa supuso un importante punto de inflexión digno de estudio, aunque aquí no ha llegado y todavía perdemos tiempo en profundos debates jurídico-políticos, especialmente en época electoral. Si pedimos ser libres porque creemos en la libertad, debemos ser responsables de nuestra propia salvación o condena. En vez de quejarnos continuamente, hagamos más por salvarnos a nosotros mismos y no continuemos poniéndonos en manos de Dios para que “según su voluntad” funcione el día de hoy y el de mañana. Muchos menos, aceptemos a ciegas sesgadas interpretaciones de clérigos fariseos que buscan protagonismo político o hacen de Dios un militante de la izquierda radical. Quienes así actúan es preferible que dediquen más tiempo a mejorar sus ineficientes propuestas y mediten muy profundamente sobre el uso en vano que hacen continuamente del nombre de Dios.

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