Monopolio
educativo que condena los monopolios
Como viene siendo frecuente en los últimos años, se forzó el cierre de
la USAC. El motivo, nuevamente, fue el enconado pleito entre asociaciones por
cuestiones de poder, control, dinero e influencia. El corolario es que se
gastan sustanciales cantidades de dinero en una institución que no ofrece el
resultado que la mayoría de los ciudadanos desean: calidad educativa. El propio
estudiantado ha denunciado a compañeros que portan armas (AK-47 según testigos)
y trafican y consumen drogas dentro del campus. Todo un alarde de impunidad, criminalidad,
malversación de fondos, autoritarismo y otros calificativos propios de grupos mafiosos.
Por si lo anterior no bastara, la USAC sigue siendo un monopolio universitario
cuyos egresados condenan ferozmente los privilegios nacionales ¡Critican prerrogativas
ajenas, pero conservan y promueven las suyas! Todo un contrasentido cuando no
hay otra opción pública a la tricentenaria, a diferencia de otros países donde hay
varias universidades públicas y la competencia genera mejores resultados.
La USAC ha pasado de ser un auténtico y exitoso centro de formación
académica -primeros siglos- a un lugar donde parte de la dirigencia en la época
del conflicto se escudó ideológicamente y, firmada la paz, aparecieron los nidos
de delincuentes -en palabras de actuales dirigentes, que no mías- razón por la
que hay interpuestas denuncias tan graves como las antes indicadas. Pareciera
que lo importante para algunos cabecillas y educandos -que no estudiantes- es
el botín que representa un alto presupuesto y el poder que constitucionalmente se le
otorga a dicha Universidad, incrementado en la propuesta de reforma
constitucional. Nunca he visto una liquidación presupuestaria que permita conocer
cómo gasta el dinero esa institución, cuánto se destina al pago de profesores,
a infraestructura, a personal docente, etc., de manera que se pueda hacer una razonable
evaluación del gasto que realiza, del costo por estudiante y efectuar la
correspondiente fiscalización, en consonancia con la transparencia que reclama
en sus discursos. El tema es tabú porque precisamente ahí -en el manoseo de
fondos y en la gestión del poder- está el auténtico nudo gorgiano del problema.
Se trata, en definitiva, de controlar y manejar los hilos desde la sombra. El
resto: estudios, programas, capacitación, ocupa para muchos dirigentes,
profesores y alumnos un segundo o posterior plano. Basta ver las instalaciones,
la precaria infraestructura y el mercadillo que cada día aparece entre los
edificios obsoletos de la única universidad estatal. Pareciera que no hay mucho
interés por cambiar el estatus quo que
garantiza la influencia en la política, en la elección de magistrados y otros
empoderamientos que la constitución contempla, pasando de universidad pública a
tribuna política -o politiquera- de un trasnochado discurso confrontativo y ausente
de academia, permitiendo la indefinida repetición de cursos de “estudiantes” mediocres.
Es un deber ciudadano plantearse hasta que punto es permisible esa degeneración
y tolerar a asociaciones estudiantiles que frecuentemente cierran el Centro e
impiden, mediante el ejercicio totalitario con lujo de fuerza que tanto
critican, el acceso a clase de una mayoría que pareciera no tener derechos.
Autoridades que no enfrentan el problema porque no quieren confrontar a grupos
radicales y violentos de “estudiantes” y una población estudiantil apática que
espera que otros resuelvan el problema, mientras aprueban clase sin apenas
asistir a ellas o haciéndolo fuera del recinto. Tema urgente e importante en
este país de grupos mafiosos que nuevamente evidencia como unos pocos amedrentan
a muchos cobardes ¡Sigamos!, a ver donde irán a enseñad, y a aprender.