lunes, 4 de marzo de 2013

Un año después


Imprescindible leer Dead Aid, de la economista zambiana Dambisa Moyo

Hace un año, un reportaje televisado mostró el daño que ocasiona al país el mal uso (y abuso) de parte de la cooperación internacional. El programa documentó casos en los que cooperación sueca apoyaba iniciativas que, finalmente, eran manipuladas por bochincheros profesionales, pretendía servir para defender a delincuentes condenados por terrorismo o financiar la lucha contra la “descriminalización” de protestas, que es la forma políticamente correcta de decir que todo vale en tanto se haga en nombre del campesino, del indigenismo, de los pueblos originarios o sobre cualquier otro discurso artificial o interesadamente construido. Algo interesante fue descubrir a los vividores (y manipuladores) de esa mezquina forma de proceder, quienes reaccionaron, denunciaron, se evidenciaron públicamente, escribieron visceralmente carentes de argumentos y razones -aunque sobrados de rabia y contumacia- pero sobre todo se supo con cuanto se quedan de las donaciones (25/35% del total), que fue lo que más les dolió. Se confirmó cómo rentabilizan miserablemente problemas de los demás -o los crean en su propio beneficio- y a qué fines destinan buena parte del dinero que con intención precisa o la mejor voluntad, ciertos países y organizaciones donan. Por cierto, todos esos gorrones habían pertenecido a algún grupo terrorista de los que asesinaron a personas durante el conflicto, aunque ahora vivan de la caridad de esas dádivas y pretendan hacerse los mensos o pasar desapercibidos “trabajando” temas de género, de desarrollo, de derechos humanos, presten consultorías sesgadas o cobren por hacer lobby.
En www.gapminder.org puede construir su propio gráfico. Seleccione la ayuda internacional recibida por Guatemala y compárela con la evolución de la renta per cápita. Observará que desde 1960 la cooperación pudo contribuir a que el país incrementase la renta de Q2700 a cerca de los Q5000 en 1977. Sin embargo, a principios de los ochenta, el efecto que se produce es exactamente el contrario, siendo más notoriamente preocupante en la medida que nos acercamos al presente. Hoy estamos peor que en 1979, a pesar de haberse gastado millardos de dólares. Terminado el conflicto, las ONG,s mutaron y la ayuda dejó de servir para promover mejoras de vida -razón última de la misma- y pasó a alimentar a una serie de fundaciones, personajes y actividades que, sin hacer cosa productiva alguna tras la dejada de las armas, se dedicaron a crear espacios capaces de absorber cualquier cantidad de dinero y destinarlo en beneficio propio, generando protestas, manifestaciones y promoviendo actividades que en definitiva trasladan la estrategia de la lucha armada y de la subversión al campo político-social. La simpatía de ciertos países, la afinidad ideológica de otros y un buen trabajo de venta de “mentiras históricas” que los libros modernos evidencian, hizo el resto. Una premio Nobel que nadie vota ni reconoce en el país, viajeras que difunden mentiras y otras circunstancias prefabricadas, coadyuvaron a que se presentara Guatemala como un lugar explotador, discriminador y racista, y conformaron un panorama lastimero aprovechado por todos estos/as que no saben hacer otra cosa -jamás la han hecho- salvo amenazar, agredir, mentir, asesinar u ocultar hechos violentos de los que son conocedores por su pertenencia a aquellos grupos de terror.
Un año después, el debate sobre esos grupos, su financiación y nefasta actuación, es una realidad y la cooperación apunta más fino, aunque todavía no atina. La guerra ideología sigue su curso y quienes no pudieron vencer con razones rentabilizan manipuladamente su “trabajo”. Se sabe quienes son, con cuanto se quedan y cuál es su sucio negocio, pero además, siguen equivocados.

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