Una injusticia hecha a uno solo es una amenaza hecha a todos
(Montesquieu)
Las -y los- habituales se irritan con la sentencia de la CC que requiere
al juez fundamentar la resolución por la que no aceptó la solicitud de la
defensa de Ríos Mont de aplicar el Decreto Ley 8-86. Las -y los- de costumbre
creen tener la razón absoluta y la certeza de que las cosas deben de ser como
ellos dicen que tienen que ser. Promueven consultas comunitarias, porque “en
democracia” las personas deben de plantear sus puntos de vista; generan debates
sobre cómo la “democracia” es fundamental para tomar decisiones y sus diatribas
sobre la mayoría justifican incluso alguna aberración. Sin embargo, cuando la mayoría
de magistrados de la CC emiten una sentencia, escudriñan en la minoría para justificar
interesadamente los votos razonados, al que tienen derecho, pero que no generan
Derecho.
Un ejemplo digno de análisis es el emitido por la magistrada Porras,
quien en su desacuerdo redactó la explicación razonada que le correspondería hacer
a los jueces, promoviendo y sugiriendo la sentencia que pareciera desear dicte la Sala
respectiva. Interesadamente ignora expedientes
en que ella fue ponente (4934/12 y 583-650-2359/13) donde resolvió contrariamente
al criterio que ahora pretende aplicar (en dos favoreció a las Torres -Gloria e
hija-). Es de esperar que la jurista -¿o activista? contraria a todo tufo militar,
hidroeléctricas o minería, tenga la decencia de excusarse por externar opinión que
la descalifica de volverse a analizar el caso. Unas y otros conforman un
grupito de ideologizados personales que pretenden certificar sus intereses por
aclamación popular o mediática -no judicial- y dejan ver el cuero del que están
hechos cuando el sistema que promueven se les revierte. Altaneros cuando
consiguen espacios en medios, masas para protestar o convocan grandes manifestaciones,
pero más altaneros cuando carecen de argumentos que sustenten sus propuestas A
la postre: ¡demócratas o juristas plan fin de semana!
Las -y los- de siempre, se muestran cómo son y qué se puede esperar de
todas ellas (y ellos). Nada es nuevo. Siempre fueron absolutistas que lejos de
predicar una forma estandarizada de toma de decisiones (la democracia), donde
la mayoría tiene la voz -sin perjuicio de los derechos de nadie- manosean aquel
postulado para consolidar un grupo dominante a perpetuidad. Cuando las cosas no
marchan según sus proyectos construyen falacias que promueven interesadamente.
Algunos son censuradores profesionales de opinión y carecen de recato a la hora
de reconocer que dirigen medios sesgados donde es imposible la pluralidad
porque quienes pagan la limitan. Plumas quebradas -cuando no vendidas- que dicen
enarbolar la bandera juvenil del progreso y del desarrollo pero que mienten frecuentemente
o dicen la verdad a medias que no deja de ser una forma peculiar de
tranquilizar la conciencia y despejar dudas del espíritu.
Las -y los- tradicionales dan pena y vergüenza, aunque cada vez
engatusan menos y se desesperan más. Se les reduce el aporte económico externo,
la portavocía disminuye vatios de potencia y dejan ver lo que son: vividores de
un sistema que ellos mismos construyen con alto grado de autoritarismo. Las -y
los- usuales pretenden tener permanente razón, pero afortunadamente los tiempos
cambian, la información fluye, la historia se reescribe y la justicia -esa que
no les gusta cuando no satisface sus deseos- funciona mejor en casa que con organizaciones
corruptas y manipuladoras -aunque sean internacionales- para las que, por
cierto, trabajan (o de la que viven) algunas -y algunos- extremistas de este
país.
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