Si
no hay café para todos, no habrá para nadie. (“Che” Guevara)
En muchos lugares -también aquí- imponen cuotas de género. Es decir, determinados
puestos públicos tienen -por ley- un porcentaje mínimo reservado para mujeres. Admitir
tal postulado plantea diversas cuestiones. Una de ellas sería por qué esa
división y no otra en la que exista igual consideración para jóvenes, mayores,
discapacitados, diversidad sexual, diferentes etnias o similares. Cabría
preguntarse también si hay que aplicar el beneficio de forma universal a todo funcionario
público: maestros, enfermeras, conductores, presentadoras de TV estatal,
soldados, policías, enfermeros, secretarias e incluso deportistas
subvencionados o únicamente es para puestos políticos. Además, en consonancia
con lo anteriormente demandado, se echa en falta el discurso igualitario reclamando
que las mujeres sean sujetos de la pena de muerte -tal como los hombres- y dejen
de padecer la “machista y desconsiderada exclusión” que de ellas hace el artículo
18 de la Constitución.
Todo lo anterior podría parecer tragicómico o incluso majadero, de no
ser porque es una realidad. Esos reclamos ignoran y desprecian al individuo -al
ser humano- e incorporan criterios diferenciadores, sesgados o interesados:
sexo, raza, étnica o cualquier otro atributo. Pretenden lograr la “igualdad” amparados
por normas que generan privilegios y desigualdad, tratando a ciertos colectivos
-los que políticamente interesan o generan presión- de forma aventajada y
privilegiada. Reservar un porcentaje para un determinado sector incide
negativamente en la calidad e ignora los méritos. Imaginemos a tres personas
que optan por un puesto. Se debería adjudicar el mismo a la más capaz, criterio
imperante desde una perspectiva de búsqueda de justicia. Sin embargo, según las
cuotas establecidas es muy posible que por ser mujer, indígena o pertenecer a
cualquier otro grupo mimado -sin que sea la persona más cualificada- se le otorgue
el trabajo para preservar cupos de equidad de genero, de etnia o de cualquier
otra tontera que se ocurra al progre de turno (ya sucede en algunas
universidades norteamericanas). Si se aplica similar criterio a los deportistas
se termina por subvencionar a alguien con condiciones inferiores, simplemente
por pertenecer a una de esas camarillas.
Se olvida a la persona en detrimento de grupos de presión ideologizados
que para sobresalir, captar fondos o estar en la “onda del progreso”, necesitan
posicionar discursos insostenibles que no soportan un análisis serio dentro de
un Estado de Derecho donde se promueven normas generales, universales y
abstractas. Espacios que no se ganan democráticamente por medios legales o de
méritos y son cooptados imponiendo sesgadas y particularizadas normas que engendran
análisis trucados promovidos como “justos” o “repletos de equidad”. Excusa en
la búsqueda de una igualdad prefabricada metamorfoseada en ventajas para colectivos
que en lugar de unir, separan; en vez de converger, divergen. Teorías y
eufemismos sobre discriminación positiva y acción afirmativa que no sustenta la
razón, el Derecho ni mucho menos se solicitan para la generalidad de las
actividades del ser humano. Quieren cuotas de poder pero no igualdad de trabajos,
de responsabilidades, de oportunidades y ni siquiera pretenden competir en paridad
de condiciones. Dicen ser medidas democráticas, pero no hay algo mas alejado de
ese manipulado concepto. Derechos individuales supeditados a intereses personales
y vendidos y prostituidos por masas gritonas con bajo porcentaje neuronal
activo ¡Imposible de elevar incluso asignándoles cuotas!
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