La confusión esta clarísima (Camus)
Al igual que con el positivismo
jurídico -normas emitidas desde la soberbia legisladora aunque no provengan de las
tradicionales fuentes del Derecho-, hay un vector estratégico similar y en desarrollo
asociado al lenguaje con la intención de confundir interesadamente al
espectador: el positivismo dialectico. Las habituales, a pesar de escribir, impartir
clases o contar con carreras o gustos afines a la literatura -según dicen-, promueven
vocablos cuyo fin no es otro que desconcertar. Hablan de “criminalizar la
protesta”, evitando pronunciar palabras que señalan actos delincuenciales
incluidos en el código penal: secuestro, destrucción de bienes, agresiones,
etc., y que son llevados a cabo por personas o grupos afines a ellas -o su
ideología- y, con absoluto descaro, los presentan como situaciones de
normalidad endilgando además la culpabilidad, con el uso interesado del
lenguaje, a quienes denuncian tales hechos delictivos. Un fino ejercicio de
desfachatez.
Otro modismo artificial es aquel de
la “retención”, utilizado no hace mucho haciendo referencia a algunos soldados que
fueron “retenidos” en Huehuetenango. No le encuentro a la palabrita -en el
DRAE- mas acepción para las personas que: imponer prisión preventiva, arrestar.
El uso del vocablo sustituye a otros dos que serían más apropiados según la situación
y que implicarían responsabilidad penal de los autores. Las positivistas
dialécticas aplican, incorrecta pero interesadamente, dicho concepto a quienes
son detenidos o secuestros por grupos o personas, pretendiendo evitar la
correspondiente sanción y presentándolos
como actos “normales” y ausentes de condena. Parto forzado de ciertas
activistas que es reproducido por los medios, y en las redes, y embaucan al
ciudadano. Un último ejemplo -aunque hay más- se refiere a la “ocupación pacífica”
de fincas privadas. La realidad muestra que se trata de una invasión de
propiedad ajena, algo castigado pero que con aquel suavizante termina por lavar
y aclarar el resultado que percibe el receptor, quien en muchas ocasiones se
deja llevar por la pasión en lugar de meditar sobre un significado que no
comprende. Oímos diariamente decenas de cosas que no comprendemos sin preguntarnos
de qué se trata, siguiendo nuestro camino sin más trascendencia.
Que el lenguaje es algo vivo y
cambiante es una realidad indiscutible. El problema es cuando desde tribunas
privilegiadas imponen formas o léxicos que desvían intencionadamente la atención
y para nada responden a dinámicas naturales del ser humano en la búsqueda por
definir o nombrar cosas nuevas o emergentes. Esas sutilezas enmascaran
realidades que no pueden redefinirse porque modifican su esencia, aunque
pretendan camuflarlas para reducirle el grado violatorio de normas y reglas de dichas
actitudes. Los medios, como las personas que generan opinión publica, deben
designar los sucesos o situaciones por el nombre correcto que los describe y no
emplear difusores de responsabilidad, especialmente cuando aquella es delictiva
y tiene una grave incidencia en la comunidad. No se debe seguir el juego de
crear confusión ¡Ahí esta el reto! Habría que ver que entienden esas literatas
positivistas por “justicia” o “reconciliación” para determinar cuál es el
objetivo final del uso “particular” de esos otros vocablos. El problema no es
que ellas lo utilicen, mas bien que la ciudadanía no perciba estas cuestiones y
siga el juego que conduce a un debate sin códigos. Hay que emplear
adecuadamente los conceptos; los criminales o violentos no tienen porqué designarse
de ninguna otra forma.