“Lo más importante que aprendí a
hacer después de los cuarenta años fue a decir no cuando es no”
Esta columna no es la mejor forma de hacer amigos. Pero, ¿cuándo la
verdad facilitó el acercamiento? Sospecho que los irreflexivos permanecerán en el
limbo, como de costumbre, y en lugar de la razón el hígado tecleará torpemente sus
reacciones ¡No importa!, este es un deliberado mensaje para quienes todavía
recapacitan.
Durante los últimos años la USAC ha recibido miles
de millones de quetzales. El presupuesto 2015 le asigna Q1,8 millardos -Q400
millones extraordinarios-. No obstante, reto a quienes esto leen -y a otros que
les llegue la onda- a que busquen un desglose pormenorizado del gasto de ese
dineral. No lo encontrarán. Simplemente se vaporizaron, al mas puro estilo
orwelliano.
No me satisface -es mas, me aflige- financiar un
sistema público de enseñanza superior que es ineficiente, manipulador, nada
trasparente y experto en practicar y promover lo que critica. La universidad pública
-en singular- es monopólica, con vocación de no dejar de serlo. Ha descubierto
que la competencia la sacaría del mercado y quienes la manejan no están
dispuestos a correr riesgos ni a enfrentar esa lamentable situación. Los
Centros del interior del país, son operados centralizadamente, sin que puedan
hacer cosas extraordinarias que marquen la diferencia. Dentro, la cacareada democracia
“del pueblo”, se queda en teoría porque las Escuelas no son elevadas al rango
de Facultades, evitando que puedan votar o tener delegados que mermen el poder
de las facultades tradicionales que dominan consejos, representaciones y
elecciones. El campus, más que un espacio de discusión y convivencia se ha convertido
en una zona donde la droga, las armas o el mercadillo más ramplón afloran en
cada esquina. La tecnología se ha olvidado; las aulas hace tiempo que no son cómodas,
funcionales ni están adecentadas; los apoyos a la enseñanza son meras
entelequias y las instalaciones, en general, dejan mucho que desear. Lo
importante en la USAC parece ser el predominio de grupos elitistas de poder que
se proyectan en comisiones, promotores de ley o lobistas para conseguir fondos,
apoyar políticos de turno o exigir prebendas, cuando no engañar descaradamente a
la ciudadanía -que la mantiene con sus impuestos- con “resoluciones magistrales”
sobre la copia de la “tesis doctoral” de algún fulero candidato político. La
mara estudiantil, encapuchada, decide cuándo se asiste a clase, cuánto cobran
por ingresar, quiénes son los que accesan y permanecen en el campus o el
porcentaje de recaudación del parqueo que se quedan. Algunos profesores encuentran
refugio a su inutilidad o soberbia y simplemente no asisten a clase o, como uno
de metodología, imponen su criterio sin que la universalidad de la universidad
sea siquiera un elemento de referencia lejana para opinar o posicionar otro
punto de vista que no sea el absolutismo e ideologizado tradicional del maestro.
Cada año cientos de millones se gastan sin saber
cómo, y a nadie parece importarle. Si el fin fuese realmente apoyar al
ciudadano de escasos recursos, debería otorgarse la beca al individuo y que éste
la utilizase en la universidad que quisiera. Se fomentaría competencia y no un malogrado
monopolio que ha destruido lo de honorable que pudo tener la tricentenaria en
su inicio. Esto debería llamar la atención de los honestos sancarlista, los
únicos que pueden y deben hacer una catarsis entre lo que enseñan, pregonan,
difunden y practican. Seguir con las medias tintas es favorecer el caldo de
cultivo para los inmorales que cada vez parecen ser más.
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