lunes, 23 de marzo de 2015

Seis de cada diez

“La corrupción del alma es más vergonzosa que la del cuerpo” 
Una reciente encuesta revela que aproximadamente seis de cada diez de guatemaltecos consideran a Portillo como el mejor presidente, lo seguirían en su recomendación de voto por otro candidato o están dispuestos a elegirlo como diputado. Es decir, exaltan sus valores, admiran su forma de ser y lo distinguen, reconocen y aprecian, por eso expresan tal preferencia.
Aunque el señor Portillo, como el mismo dijo, no es el primero ni será tristemente el último en quien se pueda personificar la corrupción imperante en el país, si es el único presidente que reconoció públicamente haber asesinado a dos personas, fue procesado en Guatemala -con negativos resultados producto de un particular pacto CICIG-MP-embajada USA-, huyó a México y fue extraditado, juzgado y condenado en USA por delitos que admitió haber cometido ¿Significa lo anterior que está estigmatizado permanente para ocupar cargos públicos? ¡Por su puesto que si!, al menos moralmente, aunque haya recobrado sus derechos civiles y políticos.
Algunos ingeniosos lo compararon, atrevidamente, con Robin Hood, pero mientras aquel -dicen- robaba a los ricos para darle a los pobres, este se lo quedaba. Otros, igual de creativos, dijeron que “retornaba el hijo prodigo”, sin advertir que el personaje bíblico pidió a su padre la parte de su herencia, pero este otro se apropió del cheque sin consultar con nadie. No hay que dejarse llevar por manipuladas o sentimentales deformaciones que alejan interesadamente la penosa realidad o desvían la atención. Es preciso analizar qué cualidades y principios premiamos en los políticos.
Se podrá o no estar de acuerdo sobre cómo se hicieron las cosas durante el gobierno de Portillo, incluso debatir si sus políticas económicas o sociales tuvieron resultados, esos no son puntos de discusión ahora. Lo que no puede taparse -menos con un dedo- es que los valores representados en Portillo -los que puso en práctica- son antivalores que “condenamos” a diario, pero pareciera ser cautivan a un porcentaje amplio de la población. No es de recibo reclamar trasparencia, honestidad, honradez, buen manejo de fondos o comportamiento ético a los gobernantes, cuando una parte significativa de la ciudadanía -seis de cada diez- reconocen preferirlos un tanto mañositos, y votarían por aquel a quien más delitos se le ha probado en la historia nacional reciente. No es coherente, y ello obliga a que hagamos un acto de contrición muy severo y nos analicemos para ver si realmente deseamos tomar la ruta correcta o la preferencia -por ahí va la cosa- es esperar a que llegue nuestro turno de depredar lo público, tal y como alabamos y reconocemos en otros. Esa postura reafirma aquel calificativo de “sociedad podrida” que molestó a algunos -quizá porque los desnudó-, pero evidenciado en encuestas sobre el sentir nacional.

Curar la corruptela es como cualquier otro vicio. Pasa, ineludiblemente, por aceptar el problema y dejar de pasear por la nubes sin asumir responsabilidades. El optimismo nacional, demasiadas veces enfermizo y poco realista, esconde el problema, niega la realidad y nos hace creer nuestras propias mentiras. No es agradable que te lo digan a la cara, pero eso no diluye una verdad que a sabiendas ignoramos. Premiamos y reconocemos a los deshonestos, lo que nos vuelve hipócritas y cómplices, además de mediocres. A la historia se pasa para bien o para mal ¿En qué lado de la balanza queremos estar? Es preciso meditar seriamente sobre el tema, al menos seis de cada diez ciudadanos de este país.

lunes, 16 de marzo de 2015

Demasiados culpables

“Me declaro culpable, para dejar de sentirme culpable”
Daniel y Fernando, dos jóvenes y prometedores periodistas, no volverán a escribir ni a transmitir. Sanguinarios criminales decidieron asesinarlos a mediodía, en un lugar público y céntrico, para llamar la atención y dejar claro “quien manda ahí”. Unos, apretaron el gatillo; otros, ordenaron la muerte. Todos, infames y culpables, aunque no son los únicos.
Culpa tienen quienes desde medios de comunicación propios, pagados o manipulados a través de testaferros, amedrentan, insultan o descalifican a periodistas, pretendiendo anular la libertad de expresión. Culpables son ciertos funcionarios públicos que tienen el deber de proteger a la población pero se hacen los sordos en asuntos como el de Los Pajoques, San Pablo o manifestaciones diversas, negociando con criminales camuflados que portan armas largas o explosivas. Culpa de ciertas ONG,s y “organizaciones sociales” -y de parte de la sostenedora cooperación internacional- que han hecho de la violencia una forma de vida, perpetuando prácticas propias del conflicto armado, aunque pretendan camuflarlas como “protestas indígeno-campesinas” cuando realmente son delitos, como el robo de electricidad o la invasión de propiedad privada. Culpable la ciudadanía que calla y con su silencio permite que este modelo criminal se reproduzca, sin levantar la voz para que sus derechos no sean violados por turbas, políticos o crimen organizado. Culpables los partidos políticos que pelean por atraer a sus filas a alcaldes, diputados y mafiosos, muchos de ellos encausados en múltiples ocasiones o delincuentes locales que mangonean a su antojo a la comunidad y amenazan, como parece ser en este caso, a quienes revelan sus sucios negocios o la corrupción existente.
Daniel no sabrá nunca que iba nuevamente a ser padre ni su pequeña hija o su esposa, volverán a ver a un joven lleno de vida que, además de observar principios de honestidad, desconocidos por sus asesinos, hacia un buen trabajo profesional. El entorno de Fernando, lo extrañará de igual forma.
Ignorar la violencia nos hace tan culpables como los que están inmersos plenamente en ella ¿Qué cabe a estas alturas? ¿Indignación?, para qué ¿Denuncias?, ya se han hecho demasiadas ¿Lamentarnos?, es lo que hacemos cada día ¿Señalar a los políticos?, no sirve para nada porque carecen de vergüenza…., ¿Entonces? Y ahí viene la reflexión de la necesidad de implicarnos como ciudadanos. Tenemos una clase política corrompida hasta el tuétano. Muchos de ellos son criminales confesos o están asociados a grupos de asesinos que piensan que el país es suyo y pueden hacer lo que les vengan en gana, incluido disponer de nuestra libertad y vidas. Es momento de demostrarles que están equivocados y pensar que los valientes pueden no vivir siempre pero los cautos no viven nunca.
Mientras la indignación por Daniel y Fernando permeaba en muchos, morían otras dos personas y 25 eran heridas en la puerta de un hospital porque la violencia, nuevamente, decidió actuar impunemente y los asesinos utilizaron granadas y armas largas. Las primeras compradas en un mercado informal que las autoridades conocen, o deberían. Las segundas, portadas ilegalmente sin que se haga nada para evitarlo. Por si lo anterior no fuera suficiente, otros quince asesinatos diarios se suman a ese dantesco escenario.

Pensé publicar una columna en blanco como protesta, pero ni los fallecidos ni sus familias se merecen que no grite que TODOS SOMOS CULPABLES de lo que ocurre. Quizá, unos más que otros, como general consuelo.

lunes, 9 de marzo de 2015

Tutelados empedernidos

“Cuando se teme a alguien es porque le hemos concedido poder sobre nosotros”

Somos una sociedad enfermamente solicita de tutela. La historia muestra que el reclamo del tutelaje está incrustado en la genética nacional, y poco se puede hacer. Se recuerda devotamente a los dictadores -incluso se extrañan- y se alaba su gestión en conversaciones familiares y de amigos. Echamos de menos a MINUGUA y casi no la dejan ir porque las cosas no “estaban solucionadas”. Pedimos continuamente el beneplácito o la aprobación de “la embajada”, de la UE o de la comunidad internacional, cualquiera sea el tema. Discutimos fervientemente sobre la permanencia de la CICIG porque solos “no podemos” arreglar la justicia. Buscamos afanosamente un líder que nos saque del lodazal en el que nosotros mismos nos hundimos y, los más extremos, añoran un sistema parecido al cubano o al venezolano para que alguien, “investido democráticamente de despotismo”, venga a poner orden en las cosas ¡Su orden, naturalmente!
En todas las propuestas y reclamos el común denominador es que otro haga lo que nosotros no estamos dispuestos a hacer. Valoramos a los ex presidentes por cuanto “han dado”. Si “mejoró” el salario mínimo, se “preocupó” por los pobres o “no subió” la canasta básica, es vitoreado por masas pedigüeñas como alguien que debería repetir su mandato. En ese superficial e interesado debate, poco o nada se discute sobre qué pensamos hacer como personas, cuánto estamos dispuestos a sacrificar o cómo proteger a emprendedor que cada día mejoran su situación y, por ende, la de aquellos a los que sirve para que eso ocurra.
El socialismo “protector”, reemplaza al individuo y buscamos continuamente un pseudo líder que asuma la responsabilidad de solucionar nuestros problemas de cada día. Quienes más apoyan esta idea son, naturalmente, lo que viven subvencionados por el paternalismo externo concretado en parte de la cooperación, que paga para predicar el mensaje de que alguien/algunos -ellos, ¡por supuesto!- sean quienes nos rescaten ya que nosotros estamos mal, ¡muy mal!, y nunca podremos solos.
Alguna persona se molestó por algo que pregunté y que nunca dije. Creo que ahora, estoy en condiciones de afirmarlo: Somos una sociedad podrida. Y como posiblemente reaccionarán los que aman el tutelaje y otros cuyo hígado les obnubila el entendimiento, les animo a que lean, antes del disgusto, la definición del DRAE: “Dicho de una persona o institución: Corrompida o dominada por la inmoralidad ”, para que luego continúen, si así lo desean, con la crítica que corresponda.
En grupos humanos exitosos, las personas se sienten avergonzadas cuando reciben ayudas de otros porque evidencia que no son capaces de superarse por si mismas. En esos lugares, lo que más se valora es el emprendimiento, la decisión, la responsabilidad y asumir las consecuencias de lo que cada cual hace. Por aquí, menos triunfantes por cierto, ocurre exactamente lo contrario. Se premia y protege al fracasado, al irresponsable, al corrupto y se castiga a quien hace las cosas bien. Sin ignorar al que tiene mala suerte, como algunos falazmente argumentan, se trata de valorar méritos y no proteger al mediocre. El tutelaje es la aceptación de perdida de libertad y la anulación personal en “beneficio” de una autoridad que proporcione lo mínimo -la comida- aunque sea poca, mala y haciendo fila como en Cuba o Venezuela.

Siéntese. Medite. Mírese al espero y reflexione ¿Realmente necesita un líder que organice su vida o puede usted mismo hacerlo responsablemente?  ¿A qué espera? Empiece a ser su propio héroe.

lunes, 2 de marzo de 2015

¿Elegir o escoger?

“Cuando debemos hacer una elección y no la hacemos, esto ya es una elección” 
Nos dijeron, y lelamente lo creímos, que cada cuatro años podíamos elegir a las autoridades políticas. Tal mentira se sustenta en varios pilares. No es cierto que elegimos a las autoridades. Son los partidos políticos quienes lo hacen e imponen el orden, limitándose el votante a seleccionar el partido de su interés. Es el caso de los diputados. En las candidaturas presidenciales, únicamente nos permiten optar, pero no elegir. Los partidos políticos, mediante la aprobación de leyes que sus diputados transan en el Congreso, imponen al ciudadano la escogencia, entre opciones limitadas elaboradas por un sistema amañado. La participación es cerrada porque únicamente se permite la postulación a quienes militen o decidan en el partido y siempre en las condiciones que los dueños del mismo determinen. Organizado el oligopolio, el votante se limita a escoger candidatos y oportunistas de una lista cerrada. El sistema fue pensado para los partidos, no para el ciudadano ni para generar competencia política.
Cuando se llega al punto en el que estamos, es decir, todos los candidatos son mayoritariamente rechazados -¡ni siquiera existe el menos malo como otras veces!-, no queda de otra que aceptar a quien la mayoría de votantes -por pocos que sean- escojan. La desilusión y el desencanto provocan en las sociedades, como formas de anclar la desesperanza humana, dos cosas rechazables: mensajes de oráculos o “milagros divinos” trasladados por fantoches ungidos y políticos populistas embusteros que se dicen “salvadores de la patria”. Ambos sustancialmente depredadores y con similar forma de manipular.
La democracia, ese etimológico “poder del pueblo”, se nos ha vendido -y la hemos comprado- equivocadamente. En los procesos electorales falta, para que de verdad sea una elección, una casilla olvidada en las papeletas del voto: NADIE. Cuando se presentan opciones, es preciso que una de ella sea nadie o ninguno -el voto en blanco si se quiere, aunque más precisado-, de forma que el ciudadano pueda expresar su opinión o incluir en esa otra amplia de “nadie” la exclusión de aquellos que no quiere. No hacerlo, impide la libertad de elección y promueve lo que ocurre en muchos lugares, Guatemala entre ellos: imposición de determinados candidatos previamente negociados por los partidos.
Por eso, en este proceso venidero se observan encuestas en las que un altísimo porcentaje de ciudadanos no contesta o dice no saber por quien votar, al haber un rechazo a las candidaturas conocidas a la fecha. De existir la posibilidad de votar por “nadie”, es muy probable que se diese esa victoria y, consecuentemente, se desechasen esos candidatos impuestos, lo que representaría una forma de generar otra oferta electoral diferente y seguramente de mayor aceptación y competencia.
Estamos frente a una situación prevista por algunos: la dictadura de la democracia, entendida esta como el manoseado de quienes han sabido salvaguardar las apariencias de las “elecciones” pero manipulan legalmente el proceso, y sostenida por ciudadanos que se han creído que el “poder es del pueblo”, es decir, de ellos. Fácil observar como se ha pervertido el sistema y, por tanto, la imperiosa necesidad de promover el valor negado al voto en blanco o, mucho mejor, agregarle una casilla a la papeleta donde se pueda elegir a “nadie”.
Hay solución para el problema, otra cosa es que seamos capaces de asumirla y adoptarla y poner en orden a la dictadura de los partidos ¡Por cierto!, más mafiosos y podridos cada día.