“Me declaro culpable, para dejar de sentirme culpable”
Daniel y Fernando, dos
jóvenes y prometedores periodistas, no volverán a escribir ni a transmitir. Sanguinarios
criminales decidieron asesinarlos a mediodía, en un lugar público y céntrico,
para llamar la atención y dejar claro “quien manda ahí”. Unos, apretaron el
gatillo; otros, ordenaron la muerte. Todos, infames y culpables, aunque no son
los únicos.
Culpa tienen quienes
desde medios de comunicación propios, pagados o manipulados a través de testaferros,
amedrentan, insultan o descalifican a periodistas, pretendiendo anular la
libertad de expresión. Culpables son ciertos funcionarios públicos que tienen
el deber de proteger a la población pero se hacen los sordos en asuntos como el
de Los Pajoques, San Pablo o manifestaciones diversas, negociando con
criminales camuflados que portan armas largas o explosivas. Culpa de ciertas
ONG,s y “organizaciones sociales” -y de parte de la sostenedora cooperación
internacional- que han hecho de la violencia una forma de vida, perpetuando prácticas
propias del conflicto armado, aunque pretendan camuflarlas como “protestas indígeno-campesinas”
cuando realmente son delitos, como el robo de electricidad o la invasión de propiedad
privada. Culpable la ciudadanía que calla y con su silencio permite que este
modelo criminal se reproduzca, sin levantar la voz para que sus derechos no sean
violados por turbas, políticos o crimen organizado. Culpables los partidos
políticos que pelean por atraer a sus filas a alcaldes, diputados y mafiosos,
muchos de ellos encausados en múltiples ocasiones o delincuentes locales que mangonean
a su antojo a la comunidad y amenazan, como parece ser en este caso, a quienes
revelan sus sucios negocios o la corrupción existente.
Daniel no sabrá
nunca que iba nuevamente a ser padre ni su pequeña hija o su esposa, volverán a
ver a un joven lleno de vida que, además de observar principios de honestidad,
desconocidos por sus asesinos, hacia un buen trabajo profesional. El entorno de
Fernando, lo extrañará de igual forma.
Ignorar la violencia
nos hace tan culpables como los que están inmersos plenamente en ella ¿Qué cabe
a estas alturas? ¿Indignación?, para qué ¿Denuncias?, ya se han hecho
demasiadas ¿Lamentarnos?, es lo que hacemos cada día ¿Señalar a los políticos?,
no sirve para nada porque carecen de vergüenza…., ¿Entonces? Y ahí viene la
reflexión de la necesidad de implicarnos como ciudadanos. Tenemos una clase política
corrompida hasta el tuétano. Muchos de ellos son criminales confesos o están asociados
a grupos de asesinos que piensan que el país es suyo y pueden hacer lo que les
vengan en gana, incluido disponer de nuestra libertad y vidas. Es momento de
demostrarles que están equivocados y pensar que los valientes pueden no vivir
siempre pero los cautos no viven nunca.
Mientras la
indignación por Daniel y Fernando permeaba en muchos, morían otras dos personas
y 25 eran heridas en la puerta de un hospital porque la violencia, nuevamente, decidió
actuar impunemente y los asesinos utilizaron granadas y armas largas. Las
primeras compradas en un mercado informal que las autoridades conocen, o deberían.
Las segundas, portadas ilegalmente sin que se haga nada para evitarlo. Por si
lo anterior no fuera suficiente, otros quince asesinatos diarios se suman a ese
dantesco escenario.
Pensé publicar una
columna en blanco como protesta, pero ni los fallecidos ni sus familias se
merecen que no grite que TODOS SOMOS CULPABLES de
lo que ocurre. Quizá, unos más que otros, como general consuelo.
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