Es hora de decir la
verdad sobre la corrupción de los sindicatos de
empleados públicos
Puedo comprender la existencia de sindicatos de
empleados públicos, especialmente en lugares que carecen de una ley de servicio
civil y es necesario “defenderse” de un sistema que cambia a los funcionarios
con discreción autoritaria del que llega por turno a depredar. Lo que no
entiendo, ni siquiera proponiéndomelo, es el rumbo cuasidelictivo que hace
tiempo tomaron esos gremios.
De entrada, es inadmisible -e ilógico- promover
la no reelección presidencial, cuestionar la de diputados y alcaldes y no discutir
la permanencia por lustros de los mismos dirigentes sindicales. El “liderazgo”
sindical (autoritarismo mejor) se ha dedicado a extorsionar a los gobernantes
de turno en todos los ámbitos de la administración. La “negociación” de los
pactos correspondientes ha sido la imposición y el chantaje por colaborar con
el dirigente político o no crearle problemas durante su mandato.
Especialmente virulentos y hasta mafiosos han
sido los de puertos, migración, salud y educación; sustancialmente voraces los
del Congreso, y no hay que olvidar que todos están unidos y redactan sus
pliegos de reclamos de idéntica forma. Unos, cobran peaje por pasar aduanas o
introducir personas al país. Otros, presionan con paros y manifestaciones que
han incidido gravemente en la salud de las personas y en la educación de los
niños. Todos, embaucan y extorsionan a la ciudadanía.
En la marcha de hace de dos semanas, algunos
“maestros” pedían cosas tan relacionadas con la educación, como la
nacionalización de la energía eléctrica. En 2014, sindicatos de salud elaboraron
el documento: “Ley Robin Hood”, que contemplaba
gravar la telefonía para recaudar dinero y hacer frente a compromisos
previamente impuestos por ellos. Dicho plan, en forma de impuesto, fue incluido
en el presupuesto 2015 y posteriormente anulado por la CC. La idea de ahora es
nacionalizar la energía eléctrica y mangonear el dinero de esa forma peculiar con
que lo hacen activistas y políticos sin escrúpulos, y así cobrar peaje a
quienes sean electos. Ya sabemos las generosas cantidades que cobran los
abogados por esas negociaciones. No hace mucho, el hermano de la postulante Torres
se embolsó una cifra millonaria. Más recientemente el abogado Landeiro.
De nada servirá la revolución ciudadana que hizo
dimitir a la pareja presidencial y encarcelarla (además de procesar a varios
diputados) si no se aprovecha la oportunidad para declarar lesivos todos los
pactos sindicales, sin excepción. No podemos pagarles carros, computadoras,
extras por ferias, artículos escolares o dejar que los puestos sean hereditarios
(entre otros), a quienes además no han trabajado en su vida. Ni tampoco
consentir que presionen a trabajadores para incluirlos en listados y
descontarle de su salario dinero que engrosa los fondos de esos clubes de
rentistas. Es momento de salir de todo lo que apesta a corrupción, y los
sindicatos, junto con otros colectivos similares, hieden hasta Tierra de Fuego.
Los candidatos (contrariamente a lo manifestado
por Sandra Torres) deben confrontar, con apoyo ciudadano, a esa partida de
negociantes serviles y autoritarios, y dejarles claro que hasta aquí han
llegado. La Contraloría debe fiscalizar hasta el último centavo, y la población
no dejarse amedrentar. Por cada sindicalista de salud hay 100 enfermos para
enfrentarlo y por cada uno de educación otros tantos niños y padres -ciudadanos
honrados de este país- hartos de gorgojos y ladillas.
¡Se acabo el chollo de esa casta!, y ese
mensaje les debe de llegar fuerte y claro.
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