La corrupción lleva
infinitos disfraces (Herbert)
Si de algo se habla últimamente es de
la corrupción. Incluso el lema de campaña del Presidente electo: “Ni corrupto
ni ladrón”, posiciona el tema y lo destaca como la mayor preocupación sentida
por la ciudadanía en esta primaveral revolución, de la que ojalá no salgamos. La
palabra “corrupción” es la guillotina que decapitará a cualquier funcionario
que continúe con las deleznables y delictivas prácticas del pasado.
Aunque se ha acusado de corruptos (y
encarcelado) al exPresidente Pérez, a la exVicepresidenta Baldetti y a un significativo
número de diputados -impedidos por la justicia para tomar posesión de “su” curul
en la próxima legislatura- poco o nada se ha dicho de quien está en el vértice
de la pirámide del problema: la Contraloría de Cuentas, y sus funcionarios.
Todo cuanto ahora sale a la luz
pública: corrupción en puertos, en la SAT, en el Congreso, en la obra pública,
en las actuaciones de funcionarios, en la compra de medicinas y otros insumos, FEDEFUT,
etc., pudo -y debió- ser detectados por la Contraloría, entidad responsable primaria
que no se preocupó de supervisar, encontrar y denunciar las diferentes
irregularidades y delitos evidenciados por la justicia con suficientes pruebas.
En casi todas las instituciones existen
contralores que certifican el gasto público. Un ejemplo es el fondo rotativo
del Congreso que ha servido -documentado en variadas ocasiones- para justificar
pantagruélicas comidas y orgías de licor de “los honorables”, además de haber
llenado tanta veces el depósito de combustible de carros de diputados que hubieran
podido recorrer varias veces el país, ¡el mismo día! Esos contralores “asignados”,
certifican continuamente que el gasto se ajusta a lo estipulado y nunca, a
pesar de que se revelan suficientes irregularidades, han destapado un solo caso.
La Contraloría se caracteriza por verificar a posteriori, después de que los
medios de comunicación o el MP evidencian el tema, pero ha sido incapaz de
hacer su trabajo con la acuciosidad esperada de ese ente fiscalizador. La FEDEFUT
es el ejemplo más reciente.
A la anterior Contralora General se le subió
desorbitadamente el sueldo por el Gobierno saliente -¿pago anticipado del silencio
que luego vendría?-, los ministerios otorgan plazas a hijos y familiares de
auditores y jefes de la Contraloría como pago para que sean condescendientes
con ellos y muchos extrabajadores, despedidos tras los cambios de Contralor van
a “asesorar" oficinas del Estado. También han salido a la luz casos de
connivencia entre la entidad contralora y algún funcionario ministerial. A
través de la primera se envía un mensaje al contratista sobre la necesidad de
avenirse a ciertas condiciones económicas o, de lo contrario, el informe no
saldrá redactado en las condiciones esperadas.
El reclamo por depurar instituciones y terminar
con la corrupción, ha dejado escapar el chequeo y exigencia a la Contraloría
General de Cuentas ¡Un gran error! La institución permanece en silencio, prefiriendo
que la población lance sus dardos hacia el Congreso o el Ejecutivo e ignora que
son ellos quienes realmente tienen la misión constitucional de que el dinero se
gaste correctamente, aunque hayan hecho la vista gorda o, como apunta algún
caso, compartido espurios intereses con funcionarios corruptos.
No nos perdamos. El responsable último
de las miserias económicas que como país padecemos por abusos de inescrupulosos
políticos, se llama Contraloría General de Cuentas y hay que exigirle la
responsabilidad pertinente de la omisión del momento actual pero también de la
inacción hacia del pasado.
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