“Las matemáticas son una gimnasia del
espíritu y una preparación para la filósofia”
No hay día que no escuche o lea múltiples comentarios
sobre la necesidad de emprender tales o cuales reformas políticas. No importa
el tema. Hay propuestas para modificar cuestiones relacionadas con el
Legislativo, cambiar aspectos del Ejecutivo y entrarle, ¡cómo no, al poder
Judicial. Cada poco tiempo, se retoman esos buenos deseos y se repite el guión
o surge alguna idea nueva que se incluye en un listado creciente y que, de vez
en cuando, pierde alguna que otra añeja o caducada sugerencia. Esa continua y
dinámica intención de cambio es el alma de muchos tanques de pensamiento,
organizaciones de la sociedad civil y personajes tradicionales -o de moda- que
proponen emprender el difícil camino del cambio político, porque no funciona lo
que hay.
No hace mucho, en una reunión académica, un profesor
universitario expuso un trabajo sobre América Latina y su tesis principal (en
la forma) era que los números que tenía no coincidían con la percepción sobre
el continente que transmitían medios de comunicación y analistas. No voy a
entrar a presentar aquella charla -no es mi terreno- pero me quedo con la idea
de las cifras a las que aludió con especial e inusual énfasis. De esa cuenta,
yo también hice algunos números.
Si observa los quince primeros lugares en la
clasificación que hace el Índice del Desarrollo Humano (2015), verá que (sin
contar a Hong Kong) ocho son monarquías parlamentarias, cuatro repúblicas
parlamentarias, uno monarquía constitucional y otro presidencialista. Idéntico
ejercicio se puede hacer con el Índice de Libertad Económica (2015), y aparecen
cinco monarquías parlamentarias, cuatro repúblicas parlamentarias y cinco
regímenes presidencialistas. El Doing Bussines (2015) tiene, en esa reducida élite,
siete monarquías parlamentarias, cuatro repúblicas y tres presidencialismos.
Finalmente, el Índice de Democracia de The Economist (2015), posiciona en esa
limitada cúspide a ocho monarquías parlamentarias y siete repúblicas
parlamentarias. Los resultados acumulados de los cuatro indicadores seleccionados
muestran que de todas las opciones posibles el 49,12% son monarquías, el 35,09%
repúblicas parlamentarias y el 15,79% regímenes presidencialistas. Más simplificado
aún: el 84.21% sistemas parlamentarios y el resto presidencialistas.
El debate sobre qué sistema de gobierno es más
adecuado, no es nuevo. Linz ya generó discusiones al respecto y,
posteriormente, en la década de los noventa, politólogos como Amorim Neto, Adam
Przeworski, y aún mas cercanos Sebastián Linares o Gabriel Negretto,
continuaron con la discusión. Quizá nos perdemos entre las ramas de las
reformas y deberíamos analizar el fondo de la cuestión ¿Qué tienen esos países,
la mayoría europeos (62%, ¡de nuevo los números!), que los hacen “más exitosos”
que otros? Sería simplista querer resumirlo pero posiblemente analizar al tema
de “el tiempo y la política”, como sustento de un sistema monárquico, la necesidad
de una burocracia profesional, como elemento intermedio entre el ciudadano y el
político (Max Weber), el estado de derecho y su trascendencia en la estabilidad,
amén de otras cuestiones no menos importantes, podría iluminar esas
interminables discusiones nacionales que, aunque alentadoras, no llevan a ningún
puerto y los años así lo demuestran.
No creo que el parlamentarismo sea determinante, porque
las excepciones así lo indican, pero cuando los cantidades y las cifras marcan
un determinado rumbo, podemos ignorarlos o, de una vez por todas, tomar en
serio la estadística y abrir otro espacio de debate que genere mejores
resultados.
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