“¿Puede carecer una persona por
completo de raciocinio? La respuesta es afirmativa”
A finales de los 90, el profesor Sartori publicó un
libro: “Homo videns: la sociedad teledirigida”, en el que reflexiona sobre la
“evolución” del ser racional a emotivo, debido al consumo de televisión. Los
seres humanos habían dejado de lado, según él, la reflexión como forma de arribar
a conclusiones y aceptado “la imagen” -y la consecuente emotividad- para tomar
decisiones. Eso se reflejó sobre todo en la política y desde entonces la
mercadotecnia ha sido rama de especialización y eje medular en muchos procesos electorales.
Se vota lo que tiene buena imagen, sin preocupación por el fondo, el proyecto o
el programa. En muchas ocasiones, ni siquiera existe tal propósito. No imaginaba
Sartori que las redes sociales vendrían a mutar su hipótesis: de lo racional a
lo emotivo, y ahora a lo insensato.
Antes, era preciso leer, comprender, reflexionar y
concluir. Más tarde, el sentimentalismo televisivo generaba reacciones sin
necesidad de profundizar, lo que resultaba más fácil de percibir y estaba al
alcance de más personas, pero también era más manipulador, aunque eso se obvió.
Hoy, las redes sociales, algunas con pocos caracteres para expresarse, otras
únicamente con imágenes, permiten posicionar mensajes y promocionarlos a través
de colaboradores o mediante pago. Está al alcance de cualquiera generar
opinión, no siempre veraz ni elaborada.
Los denominados “Papeles de Panamá” es el ejemplo más
reciente. Un grupo de periodistas decide revelar un descubrimiento sobre
empresas fuera de plaza (offshore) y se traslada como delictivo y ocultador de
buenas intenciones por masas en redes. Muchos críticos nacionales, del 70% que
evade el pago del ISR, replican desquiciadamente la noticia y en pocas horas se
posiciona el mensaje del descubrimiento de un “fraude de empresas a nivel
mundial”, aunque quienes aparecen señalados son políticos, personajes de la
farándula y delincuentes conocidos; ninguno norteamericano, por cierto.
Los “paraísos fiscales” existen en contraposición a
los “infiernos fiscales” (Luis Figueroa) y al igual que en una tienda de armas,
la intención del comprador (el fin) es la que determina el empleo del medio, no a la inversa. Wyoming, Delaware y Nevada
acogen sociedades anónimas, porque es mejor inscribirlas allí, aunque operan
por toda la Unión. En Europa lo hacen Suiza, Luxemburgo y Andorra ¿A dónde y
cómo blanquean el dinero de los mayores consumidores de droga: UE y USA? En
esta guerra de poder ”alguien” parece interesado en sustituir la geopolítica
por la geoeconomía.
El caso guatemalteco se complica por la
existencia de un Código de Comercio de los setenta que no ha sido adaptado a
los requisitos modernos de prácticas de gobierno corporativo y que obliga a
buscar jurisdicciones que permitan dichas prácticas legítimas. Inscribir una
sociedad en Panamá, o en lugares cuyo ordenamiento legal sea más moderno, permite
solucionar ese y otros obstáculos al desarrollo competitivo de las empresas, en
especial a las que han crecido fuera de las fronteras. Todo ello no significa,
ni remotamente, la intención de evadir el pago de las obligaciones fiscales en
Guatemala.
Se ha superado el muro que Sartori estableció. Dejar
de pensar y subirse a esa ola “informativa”, generada muchas veces por anónimos,
supone en ocasiones formar parte de un club de analfabetas. Otro italiano, Umberto
Eco lo sintetizó así: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a
legiones de idiotas”. Las empresas inscritas en Panamá pueden realizar
actividades lícitas o ilegítimas, pero no deben de satanizarse todas ni el
modelo “offshore”.
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